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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
 DE SANTA MARÍA DE LA ORACIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

II Domingo de Cuaresma, 16 de marzo de 2014

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En la oración al inicio de la misa hemos pedido al Señor dos gracias: «escuchar a tu amado Hijo», para que nuestra fe se nutra de la Palabra de Dios, y —la otra gracia— «purificar los ojos de nuestro espíritu, para que podamos gozar un día de la visión de la gloria». Escuchar, la gracia de escuchar, y la gracia de purificar los ojos. Esto está precisamente en relación con el Evangelio que hemos escuchado. Cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan, éstos oyen la voz de Dios Padre, que dice: «Éste es mi Hijo. Escuchadlo». La gracia de escuchar a Jesús. ¿Para qué? Para alimentar nuestra fe con la Palabra de Dios. Y ésta es una tarea del cristiano. ¿Cuáles son las tareas del cristiano? Tal vez me diréis: ir a misa los domingos; hacer ayuno y abstinencia en la Semana Santa; hacer esto... Pero la primera tarea del cristiano es escuchar la Palabra de Dios, escuchar a Jesús, porque Él nos habla y Él nos salva con su Palabra. Y Él, con esta Palabra, hace también que nuestra fe sea más robusta, más fuerte. Escuchar a Jesús. «Pero, padre, yo escucho a Jesús, lo escucho mucho». «¿Sí? ¿Qué escuchas?». «Escucho la radio, escucho la televisión, escucho las habladurías de las personas...». Muchas cosas escuchamos durante el día, muchas cosas... Pero os hago una pregunta: ¿dedicamos un poco de tiempo, cada día, para escuchar a Jesús, para escuchar la Palabra de Jesús? En casa, ¿tenemos el Evangelio? Y, cada día, ¿escuchamos a Jesús en el Evangelio, leemos un pasaje del Evangelio? ¿O tenemos miedo de esto, o no estamos acostumbrados? Escuchar la Palabra de Jesús para alimentarnos. Esto significa que la Palabra de Jesús es el alimento más fuerte para el alma: nos nutre el alma, nos nutre la fe. Os sugiero, cada día, tomar algunos minutos y leer un pasaje del Evangelio y oír lo que allí pasa. Escuchar a Jesús, y esa Palabra de Jesús cada día entra en nuestro corazón y nos hace más fuertes en la fe. Os sugiero también tener un pequeño Evangelio, pequeñito, para llevar en el bolsillo, en el bolso y cuando tengamos un poco de tiempo, tal vez en el autobús... cuando se pueda en el autobús, porque muchas veces en el autobús estamos un poco obligados a mantener el equilibrio y también a defender los bolsillos, ¿no?... Pero cuando estás sentado, aquí o allá, puedes leer, incluso durante el día, tomar el Evangelio y leer dos palabritas. ¡El Evangelio siempre con nosotros! Se decía de algunos mártires de los primeros tiempos —por ejemplo de santa Cecilia— que llevaban siempre con ellos el Evangelio: ellos llevaban el Evangelio; ella, Cecilia llevaba el Evangelio. Porque es precisamente nuestro primer alimento, es la Palabra de Jesús, lo que nutre nuestra fe.

Y luego la segunda gracia que hemos pedido es la gracia de la purificación de los ojos, de los ojos de nuestro espíritu, para preparar los ojos del espíritu para la vida eterna. Purificar los ojos. Yo estoy invitado a escuchar a Jesús y Jesús se manifiesta; y con su Transfiguración nos invita a contemplarlo. Mirar a Jesús purifica nuestros ojos y los prepara para la vida eterna, para la visión del Cielo. Tal vez nuestros ojos están un poco enfermos porque vemos muchas cosas que no son de Jesús, incluso que están contra Jesús: cosas mundanas, cosas que no hacen bien a la luz del alma. Y así esta luz se apaga lentamente y sin saberlo terminamos en la oscuridad interior, en la oscuridad espiritual, en la oscuridad de la fe: oscuridad porque no estamos acostumbrados a mirar, a imaginar las cosas de Jesús.

Esto es lo que nosotros hoy hemos pedido al Padre, que nos enseñe a escuchar a Jesús y a contemplar a Jesús. Escuchar su Palabra, y pensad en lo que os decía del Evangelio: ¡es muy importante! Y mirar: cuando leo el Evangelio imaginar y contemplar cómo era Jesús, cómo hacía las cosas. Y así nuestra inteligencia, nuestro corazón siguen adelante por el camino de la esperanza, donde el Señor nos pone, como hemos escuchado que hizo con nuestro padre Abrahán. Recordad siempre: escuchar a Jesús, para hacer más fuerte nuestra fe; contemplar a Jesús, para preparar nuestros ojos a la hermosa visión de su rostro, donde todos nosotros —que el Señor nos dé la gracia— nos encontraremos en una misa sin fin. Así sea.

 



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