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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 12 de noviembre de 1978

 

Queridos hermanos y hermanas:

La jornada de hoy tiene significación particular para mí. En efecto, al tomar hoy posesión de la basílica de San Juan de Letrán, siguiendo las huellas de mis venerables predecesores, me dispongo a asumir la cátedra de Obispo de la diócesis de Roma.

Me he preparado a este acto por medio de un encuentro con el cardenal Ugo Poletti, Vicario de la Ciudad, con mons. vicegerente y los obispos auxiliares, que me han delineado el cuadro de conjunto de las actividades pastorales de la diócesis y organizaciones correspondientes. En dicha preparación han sido particularmente importantes para mí, el encuentro con el coro romano el 9 de noviembre, fiesta precisamente de la Dedicación de la Basílica Lateranense y, al día siguiente, el encuentro con las religiosas, en lo cual es especialmente rica la diócesis de Roma.

La ceremonia del Laterano tendrá lugar hoy a las 5 de la tarde.

Ya desde ahora, al veros en tan gran número en la plaza de San Pedro para el habitual Angelus del mediodía, deseo dar un saludo cordialísimo a Roma y a todos los romanos, que son ya diocesanos del nuevo Papa.

Saludo a las familias: a los padres y a sus hijos.

Saludo a los jóvenes.

Saludo a todos los enfermos y, en particular, a los que se hallan en los numerosos hospitales y clínicas de nuestra ciudad. Junto con ellos saludo a los médicos, a los adscritos a los servicios sanitarios, a los capellanes y a las religiosas.

Saludo a todos los ancianos y a los que sufren en la soledad.

Saludo a todas las escuelas y colegios, a los ateneos de Roma y, de modo particular, a las Universidades Pontificias, profesores y estudiantes.

También envío un saludo cordial a cada parroquia de Roma, a cada una en particular y a todas en conjunto.

Estos días he visto en muchos periódicos la noticia de que después de mi elección al pontificado, numerosas personas, periodistas sobre todo, han ido a visitar la parroquia de donde procedo, Wadowice, de la archidiócesis de Cracovia. Al párroco de ahora, que hace tiempo fue profesor mío de religión en enseñanza media, le han pedido una y otra vez que les enseñara el registro de los bautizados en 1920, donde está escrito mi nombre y están anotados los particulares de mi ordenación, consagración episcopal, llamamiento a formar parte del Colegio Cardenalicio y, en fin, todo lo que ocurrió el 16 de octubre de este año.

Con recuerdo emocionado he vuelto a mi parroquia natal. Esta me evoca que toda parroquia es la comunidad fundamental del Pueblo de Dios, en la que Cristo está presente a través del obispo y de los sacerdotes que actúan en su nombre.

Así hoy con gran emoción pienso también en cada parroquia de Roma. Pienso en todas estas comunidades, células vivas de la Iglesia de esta diócesis, que el Señor me ha confiado de manera tan admirable.

Al poner el pie en el umbral de la Basílica Lateranense, lo pongo a la vez en el umbral de cada parroquia, en el umbral de todas las Parroquias, que en Roma alcanzan el número de 296.

En este día tan solemne y tan importante para el nuevo Obispo de Roma, abrazo a todos con el pensamiento y con el corazón, y me encomiendo a vuestro pensamiento y a vuestro corazón. Me encomiendo sobre todo a vuestras oraciones.

Recemos el Ángelus recordando en especial a los Obispos de Roma difuntos.


Después del Ángelus

Sé que están aquí presentes esta mañana los afiliados a la Confederación Nacional de Agricultores del Lacio (Coltivatori Diretti), que celebran hoy el "Día de acción de gracias". Deseo dirigirles una palabra de saludo y de alabanza. Es justo dar gracias a Dios. Es justo siempre, pero lo es en particular al final de un año agrícola en el que una vez más en los frutos de la tierra se ha podido experimentar la bondad de Dios. Asombro, admiración y agradecimiento jubiloso son actitudes espontáneas en el alma del que sabe elevarse al pródigo Creador de todas las cosas, a través de los bienes de la tierra. Os diré, pues, con San Pablo: «Estad siempre gozosos y orad sin cesar. Dad en todo gracias a Dios» (1Tes 5, 16-18).

Saludo también al Movimiento de Trabajadores Cristianos reunidos estos días en Roma en consejo nacional. Dar testimonio en el mundo del trabajo, sea éste vuestro afán y vuestro programa. Os aliente y acompañe mi bendición.

 



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