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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de septiembre de 1979

 

1. Heme aquí de nuevo con vosotros para el rezo del Angelus en el escenario sugestivo de esta plaza, dominada por la majestuosa cúpula de Miguel Ángel y delimitada por la poderosa columnata de Bernini, que acoge y estrecha como en un abrazo ideal a las gentes de cada uno de los países, que se reúnen aquí para tributar homenaje a la memoria del Apóstol Pedro y para escuchar la palabra de su humilde sucesor.

Me complace adivinar en vuestra presencia de hoy, singularmente numerosa y alegre, la intención de traer vuestro saludo y bienvenida al Papa que regresa a su casa, después de una ausencia de cerca de dos meses. Es un pensamiento delicado y gentil, que os agradezco sinceramente.

2. Nos encontramos en esta cita de oración, cuando ha terminado, hace poco la Santa Misa que he celebrado en la Basílica Vaticana para implorar el descanso eterno del alma grande y bendita del Papa Pablo VI, que, desde hace más de un año, dejó esta tienta "dramática y magnífica" ―como él la definió en su testamento― para entrar con Cristo en el amor eterno de Dios.

La conmemoración de mi predecesor que amó a la Iglesia y a la humanidad con intensidad extraordinaria, gastándose con infatigable entrega, nos sirva de estímulo para practicar en nuestra vida todo lo que él nos enseñó en los 15 años de su incansable servicio al Pueblo de Dios.

3. También quiero dirigirme hoy con el pensamiento y el corazón a mis hermanos en el Episcopado que, durante este año, visitan "las sedes de los Apóstoles" (Limina Apostolorum). Deseo que estas visitas encuentren eco en nuestra oración común del Angelus. Ellas sirven también, de este modo, al fortalecimiento de los vínculos, mediante los cuales se construye constantemente la colegialidad del Episcopado en la Iglesia. Las visitas "ad Limina" son una forma especial de este fortalecimiento. Los encuentros con los obispos de tantos países nos ofrecen ocasión de darnos cuenta juntos de todo lo que, mediante nuestra misión común en la única Iglesia de Cristo, nos une y nos vincula: los deberes comunes, las solicitudes, las alegrías y tristezas, las preocupaciones y esperanzas comunes. Con este espíritu saludo a todos mis hermanos en el Episcopado que visitan "sus sedes de los Apóstoles" y con este espíritu me encuentro con ellos. Con el mismo espíritu deseo también rezar ahora, junto con vosotros y con cuantos nos escuchan, por todos los obispos del mundo y por las diversas Iglesias a cuyo servicio el Espíritu Santo los ha establecido como Pastores (cf. Ef 4, 11).

Mi pensamiento se dirige hoy especialmente a los obispos de las Antillas y del Caribe, que tuvieron audiencia el pasado 4 de mayo. Recuerdo con agrado el encuentro fraterno que pude tener con ellos y las preciosas noticias que me proporcionaron sobre la vida de sus Iglesias.

Se trata de comunidades cristianas en expansión, con un clero indígena ya bien organizado, que poco a poco sustituye a los misioneros provenientes del exterior. Es interesante a este propósito, el aumento de vocaciones sacerdotales registrado en estos años: la edad media del clero se acerca a los 47 años contra los 51 del resto del mundo. Un papel importante en la obra de evangelización desarrollan los catequistas, a cuya formación dedican los obispos cuidados especiales. Se cuenta mucho con las jóvenes generaciones que llegan ahora al escenario de la vida eclesial y social de esos países. La esperanza de los obispos está en que estas nuevas levas, alimentadas en la mesa de la Palabra de Dios y del Pan eucarístico, puedan crecer sanas y generosas y convertirse así en signo de la vitalidad y del dinamismo de sus respectivas comunidades.

Algunos datos estadísticos: sobre una población de cerca de 10 millones y medio de habitantes, los católicos son cerca de 5 millones, esto es, casi un 48 por ciento. Los sacerdotes son cerca de 1.500, de los cuales un millar son religiosos. Los obispos residenciales son 17, a los cuales se añaden 7 obispos dimisionarios.

Sirvan estas informaciones necesariamente sucintas, para establecer un ideal "puente espiritual'' entre nosotros y esos hermanos nuestros de las lejanas islas del Caribe, y suba de nuestros corazones en favor de ellos la oración confiada y filial a María: Angelus Domini...

 



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