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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 8 de febrero de 1981

 

1. El miércoles próximo, 11 de febrero, la Iglesia celebra la memoria de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Lourdes. Esta fiesta litúrgica, igual que en el pasado, reunirá también este año en la basílica de San Pedro, a los enfermos, juntamente con sus Pastores, que participan en las peregrinaciones a ese célebre santuario de la Madre de Dios, el cual ha venido a ser en Francia un extraordinario punto de referencia y de encuentro para todos los pueblos.

Este año la memoria de la Santísima Virgen de Lourdes dirige nuestro pensamiento y nuestros afectos hacia el Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar, como es sabido, precisamente en Lourdes, del 16 al 23 del próximo julio. El solemne acontecimiento, que intenta recordar también el centenario del primer Congreso Eucarístico Internacional, celebrado igualmente en Francia, en Lila, se propone profundizar con la plegaria y la reflexión, el tema: "Cristo, pan partido para un mundo nuevo". Desde ahora, y particularmente en la celebración del miércoles en San Pedro, queremos asegurar un recuerdo especial en la oración por cuantos están comprometidos en los trabajos de preparación del Congreso Eucarístico, y por su feliz éxito.

2. Deseo recordar también que, hace un año, el 31 de enero, se concluyó el Sínodo especial de los obispos holandeses en Roma. Encomiendo a la plegaria de todos la aplicación de las decisiones de ese Sínodo, las cuales tienen gran importancia para la vida de la Iglesia en Holanda y, de rechazo, para toda la Iglesia universal.

Con esta exhortación me dirijo a todos los que estáis aquí presentes, así como a todos los hermanos y hermanas de la noble tierra holandesa.

Exhorto además a todos los enfermos y a los que sufren para que quieran completar la ofrenda de la oración con el sacrificio de sus sufrimientos, uniéndolos al sacrificio de Cristo mismo, Pastor Eterno de todas las Iglesias y de todas las almas.

3. Ahora quisiera invitaros a dirigir conmigo un pensamiento de afectuosa atención a las Iglesias de Corea, cuyos obispos vinieron a Roma, hace algún tiempo, para la "visita ad Limina".

Con íntima alegría pude percatarme personalmente del generoso y renovado interés de evangelización y de promoción humana que se lleva a cabo en sus 14 diócesis. Se trata de una joven y prometedora Iglesia misionera que se gloría de un conspicuo grupo de santos mártires por la fe y que cuenta con casi 2 millones de fieles, con un notable número de conversiones, con una participación creciente en la liturgia y un vivo testimonio del mensaje de Cristo por parte del laicado. También son numerosas las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Los obispos me expusieron además los afanes pastorales con que la Iglesia sigue y participa activamente en los problemas de la vida nacional. Los católicos están generosamente comprometidos en dar su leal y constructiva aportación para edificar una sociedad más justa y que vaya progresando en armonía con los valores éticos, con las nobles tradiciones de su tierra, en el respeto de los derechos de la persona humana.

Al mismo tiempo, ¿cómo no recordar a los queridísimos hermanos y hermanas del Norte, tan cercanos a mi corazón, a quienes quisiera que les llegase la seguridad de mi oración asidua y solidaria, de mi constante recuerdo?

Os invito a uniros a mi invocación para que, por la intercesión de la Virgen Santa, el Señor haga cada vez más fecundas en bien las esperanzas y expectativas de todo el pueblo coreano.

 



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