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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 28 de marzo de 1982

 

1. Con ocasión de la plegaria del Ángelus repetiremos hoy las palabras del Salmo responsorial de la liturgia de este domingo:

"Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti" (Sal 50 [51], 3-4. 12-15).

2. Estas palabras nos llegan de siglos lejanos. Preceden a la venida de Cristo. Y sin embargo, siempre son nuevas, siempre actuales. Nunca pasan. Se encuentran en el tesoro de las palabras que la Iglesia repite más frecuentemente; que repite el hombre.

Estas palabras, como texto de la literatura universal, son sin duda una obra maestra. Sin embargo, antes de convertirse en un texto literario, fueron grabadas en la conciencia. Son un testimonio del pecado y de la conversión. En ellas se manifiesta un hombre que hace penitencia y busca la reconciliación con Dios.

Por esto, nos detenemos sobre estas palabras en el tiempo de Cuaresma, cuando la Iglesia y el hombre buscan más intensamente la reconciliación con Dios y hacen penitencia. Nos detenemos sobre ellas, relacionándolas con el tema del próximo Sínodo, sobre el cual estamos reflexionando durante la Cuaresma.

Difícilmente se podría encontrar un texto que atestigüe de modo más elocuente cuán profundamente humano es el tema de la "reconciliación y de la penitencia", cuán inseparablemente está unido a la historia del hombre, a toda su existencia terrena.

3. "Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios". De este modo la Constitución Gaudium et spes resume brevemente el comienzo de la historia del hombre, y de la historia del pecado. Este comienzo se prolonga de generación en generación. La historia del pecado pasa a través del corazón de cada uno de los hombres y, al mismo tiempo, traza en torno a él círculos cada vez más amplios, imprime su marca en la vida de las familias, de las naciones y de toda la humanidad.

"Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio ―continúa la misma Constitución Gaudium et spes―, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona, como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación" (n. 13).

4. "Cuando venga (el Espíritu de verdad), dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia de una condena" (Jn 16, 8).

Meditemos sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia.

En los fundamentos de esta misión está "el dejar al mundo convicto de pecado". A veces, el mundo contemporáneo parece estar muy poco convencido de ello. Y esto, a pesar de ser tan objetiva en el mundo la presencia del pecado y de sus terribles efectos.

Cuán inmensamente necesario es que el Espíritu de verdad convenza al mundo de pecado...: de pecado, de justicia y de condena.

Esta "convicción" está en la base de la misión de la Iglesia, especialmente en el tiempo de Cuaresma. También está en la base de los trabajos del futuro Sínodo.



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