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VISITA PASTORAL A LOMBARDÍA Y PIAMONTE

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Arona
Domingo 4 de noviembre de 1984

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Este gigantesco monumento, comúnmente llamado "il San Carlone", que desde más de tres siglos descuella en el cielo de Arona en honor de un astro de excepcional grandeza en la historia de la Iglesia, es hoy la "ventana" de mi encuentro dominical del mediodía.

San Carlos se alegrará, porque amaba la hora del "Ángelus". Al toque de la campana interrumpía enseguida cualquier ocupación, se arrodillaba, e, inmerso en un profundo recogimiento, recitaba la dulce oración mariana. Se arrodillaba sobre la tierra desnuda, dondequiera se encontrase, aunque fuera en el barro de los caminos, sobre los que se desarrollaba gran parte de su fatigoso e incesante peregrinar de Pastor.

Podemos reconocer en ese gesto humilde y grande la síntesis expresiva de la devoción que tenía a la Santísima Virgen. Una devoción sólida, unida a la contemplación del misterio de la redención, pilar de su piedad personal y punto de irradiación de su activísimo ministerio. Una devoción tierna, efusiva de la irresistible capacidad de conmoción de su ardiente corazón. Una devoción filial, que conocía los ímpetus a los que estaba entrenada su alma de asceta austero y penitente.

"Meditando el anuncio de la divina encarnación ―escribió― seremos partícipes de aquella inmensa alegría de la que fue colmada la Santísima Virgen Madre de Dios. Cada uno medite diciendo para sí: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, para que el hombre participara de la naturaleza divina, para que tuviera su morada en el cielo, para que se diera satisfacción a la justicia divina y se proporcionara remedio a la soberbia humana" (Carolus Borromeus, Ordo Tractationis de oratione, lib. II, XXII, Milano 1983).

2. La devoción mariana estuvo presente en su múltiple obra de apóstol del Concilio de Trento, de legislador genial y solícito, de reformador clarividente e inflexible. Valorizando el sentimiento popular que había convertido a María en "Nuestra Señora de Milán", San Carlos se esforzó para que la devoción a la Virgen penetrara cada vez con más profundidad y en la piedad individual y en el culto público. Dio para tal fin numerosas disposiciones referentes a la difusión del santo Rosario, la recitación del Oficio de la Virgen María, la celebración de la Misa y a funciones especiales en honor de María.

A la Virgen ―la Corredentora― se dirigió San Carlos con acentos especialmente reveladores. Comentando la pérdida de Jesús en el templo, a los doce años, reconstruye el diálogo interior que pudo haberse dado entre la Madre y el Hijo, y añade: "padecerás dolores todavía mayores, oh Madre bendita, y continuarás viviendo, pero la vida te será mil veces más amarga que la muerte: verás a tu hijo inocente entregado a las manos de los pecadores... lo verás brutalmente crucificado, entre ladrones; verás su costado santo traspasado por el cruel golpe de la lanza; verás, finalmente, derramar la sangre que tú le diste. ¡Y sin embargo no podrás morir!" (De la homilía pronunciada en la Catedral de Milán, el domingo después de la Epifanía del año 1584)

3. En unión con San Carlos, mi celestial patrono desde el momento de mi bautismo, yo, peregrino en su tierra natal, invoco a la Madre de la Iglesia. Le ruego con él por el Pueblo de Dios y por toda la familia humana. Le pido que una su afectuosa intercesión para que en esta última etapa del siglo veinte, que presenta semejanzas con su tiempo, el camino de la renovación eclesial esté marcado por el ritmo intenso y fiel por el que él ha continuado en el corazón de las gentes lombardas y de la Iglesia universal.

Que en las cercanías del tercer milenio, su potente figura inspire a los Pastores la sabiduría y el ardor, la humildad y el coraje que guiaron sus veloces pasos. Que para todos se convierta en estímulo para proclamar la verdad, para elevar las costumbres, para favorecer la concordia, la paz y todo valor auténtico, sobre los que reposa el progreso de la civilización.

 



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