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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 27 de septiembre de 1987

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El Sínodo mundial de los Obispos sobre el laicado, cuya preparación he seguido también con estos coloquios dominicales desde el pasado febrero, ya está a las puertas.

Dentro de pocos días, el 1 de octubre, tendré la alegría de inaugurar la gran Asamblea, que, unida en la oración, en el estudio y en el diálogo, desarrollará los distintos aspectos del tema escogido, el cual, como es conocido, versa sobre la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del Concilio Vaticano II.

Mi pensamiento se dirige hoy al mundo del trabajo, que es vastísimo, marcado por problemas cruciales, y abierto a la siembra del Evangelio, gracias también al testimonio de los cristianos que desarrollan en él su actividad cotidiana.

2. Dice el Concilio: "Los hombres y las mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia (Gaudium et spes, 34).

En virtud de los sacramentos de la iniciación cristiana, el trabajo humano asume en sí mismo un significado nuevo, de modo que ―como he hecho notar ampliamente en la Encíclica Laborem exercens se puede hablar de una auténtica espiritualidad del trabajo, cuya raíz primordial está en el "Evangelio del trabajo", esculpido en las páginas bíblicas de la creación y de la fatigosa tarea de treinta años de Cristo trabajador en la casa de Nazaret. Pues bien: allá donde los miembros del Cuerpo místico de Cristo trabajan con la mente y con los brazos plenamente conscientes de su identidad cristiana, allí continúa escribiéndose en la vida concreta de cada día el "Evangelio del trabajo".

3. El hombre que trabaja, el hombre mientras trabaja interesa vivamente a la Iglesia. Ella quiere tutelar de modo absoluto su dignidad de persona en todas sus dimensiones. Para este fin cuenta con la colaboración de los fieles laicos, llamándolos a desarrollar el papel determinante que es de su competencia específica. El anuncio evangélico en y para el mundo del trabajo requiere la aportación de los laicos, los cuales deben hacerse cargo de los problemas que existen en él, como el desempleo, especialmente de los jóvenes, la garantía de justicia social para todas las categorías, comenzando por las más expuestas o necesitadas de una tutela especial: mujeres, emigrantes, trabajadores nocturnos, etc. Las asociaciones y los movimientos cristianos de los trabajadores no pueden dejar de sentir como deber vinculante la necesidad de convertirse en portadores de la promoción del hombre-trabajador en todas las sedes en que se elaboran las políticas y las planificaciones del trabajo, a cualquier nivel: internacional, nacional, local.

Que la Virgen del Rosario, a la que honraremos con especial amor durante el mes de octubre de este Año Mariano, acompañe con su particular protección las jornadas del Sínodo, del que esperan una renovada vitalidad la vocación y la misión de los laicos.



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