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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Lunes 1 de enero de 1990
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Día mundial de la Paz

 

1. "El Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 26).

Con este deseo de la liturgia os saludo hoy, primer día del año, a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, reunidos aquí para la plegaria del "Ángelus".

El inicio del año, como sabemos, coincide con la celebración de la fiesta de María Santísima Madre de Dios, Theotokos, y con la Jornada mundial de la Paz.

Volvamos, pues, con el pensamiento al misterio de Navidad, al momento en que "la Madre santa dio a luz al Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos. (cf. Introito de la misa). Reafirmemos nuestra fe en este misterio de suprema comunión entre Dios y la humanidad, misterio gracias al cual todos los hombres, precisamente en el Hijo primogénito, han sido predestinados a convertirse en hijos de Dios y a vivir en la justicia y en el amor. Escuchemos de nuevo, así, el eco del anuncio angélico en la Noche santa, "Paz en la tierra", y lo acogemos una vez más de María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19), para hacer de él nuestro empeño a lo largo del año que hoy se abre.

2. Queremos trabajar por la paz, porque reconocemos en todo lo creado los signos de la sabiduría de Dios y queremos vivir en paz acogiendo el don de la creación como "cosa buena" (Gn 1, 12), como signo y sacramento del amor perenne de Dios hacia todos los que habitan este planeta.

Pongamos nuestras esperanzas en el corazón de María, la Madre del Redentor, confiando en su solicitud. A ella, Madre de Dios y Madre nuestra, encomendemos las expectativas de paz del mundo contemporáneo, las expectativas de nuestros días tan llenos de hechos significativos, tan ricos en profundos cambios. A ella confiemos el intenso deseo de que la justicia y el amor prevalezcan sobre todas las tentaciones de violencia, de venganza, de corrupción. Pidámosle a ella que la palabra del Evangelio, la voz de Cristo Redentor, llegue al corazón de todos los hambres a través de la misión de la Iglesia.

3. Encomendemos al corazón de María los días de este nuevo año con el espíritu tembloroso, conscientes de que este primer día de 1990 nos introduce en el último decenio del segundo milenio cristiano. En esta fase de la vida de la humanidad, en que sentimos con creciente evidencia cuán importantes son y cuánto cuestan los deberes y los valores de la solidaridad entre las naciones y del camino consciente hacia una auténtica comunidad mundial, pedimos a Dios que nos ayude a corresponder al don de la reconciliación y a construir la deseada civilización del amor.

Confiemos a la Madre del Redentor nacido en Belén nuestra oración, a fin de que Dios se fije en nosotros y nos conceda la paz.



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