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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 25 de febrero de 1990

 

¡Queridísimos hermanos y hermanas!:

1. Cuando Cristo instituyó el sacerdocio ministerial, le dio una forma comunitaria: confió al grupo de los Doce la función pastoral en la iglesia, llamándolos a desempeñarla bajo la dirección de Simón Pedro. El ministerio sacerdotal es una obra colectiva en la que toman parte todos los sacerdotes. Los que reciben el orden sagrado están destinados a trabajar juntos y, por tanto, deben formarse en el espíritu de colaboración. Es una de las exigencias de la formación sacerdotal, que el Sínodo tendrá en consideración.

Los sacerdotes manifiestan la caridad que los anima empeñándose de modo coordinado y concorde en la gran obra de la edificación y del desarrollo de la comunidad cristiana. Ya hemos subrayado que deben actuar como testigos de la caridad de Cristo: y ésta se expresa de modo especial en las buenas relaciones que entablan entre sí.

2. El espíritu de ayuda mutua y de cooperación debe animar al sacerdote en el cumplimiento de todas sus tareas ministeriales. En efecto, él no desarrolla estas tareas para beneficio personal o con espíritu de ambición, sino para responder a la invitación de Cristo. Si quiere realizar verdaderamente la obra de Cristo, tiene que estar plenamente de acuerdo con sus hermanos en el sacerdocio. Por consiguiente, a ellos deberá proporcionar toda la ayuda posible, tratando de coordinar su acción con la de los hermanos, bajo la dirección que el obispo señale a la obra pastoral. Así, está llamado a aceptar todos los sacrificios que requiere una verdadera cooperación.

El Concilio Vaticano II ha subrayado la disposición de amor fraterno que debe inspirar la cooperación: "Los presbíteros, constituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, se unen todos entre sí por íntima fraternidad sacramental" (Presbyterorum ordinis, 8). No se trata sólo de una fraternidad de acción, sino también de una fraternidad afectiva.

3. En este campo, la formación de los futuros sacerdotes desempeña un papel importante: por tanto, ésta pondrá el acento en el desarrollo del amor fraterno entre los que se preparan al sacerdocio. Ciertamente este amor fraterno va más allá, abriéndose a una dimensión universal. Sin embargo, se ejercita de modo concreto e inmediato en el ambiente de vida constituido por el seminario y el noviciado. Allí los jóvenes aprenden a amarse recíprocamente y a entablar relaciones fraternas en el ámbito de la comunidad que forman.

Roguemos a la Virgen María para que, gracias a la aportación del próximo Sínodo, los jóvenes seminaristas se formen en una fraternidad sacerdotal, que manifieste cada vez más vivamente la caridad de Cristo.



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