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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de enero de 1991

 

1. "¡Alabad al Señor, todas las naciones!" (Sal 117, 1).

Queridos hermanos y hermanas, esta exhortación a alabar al omnipotente Padre de todos los hombres está dirigida a cada uno de los creyentes y se hace invitación urgente, sobre todo durante la "Semana de oración por la unidad de los cristianos" que se celebra, como todos los años, del 18 al 25 de enero.

Rezar para que nosotros los cristianos "seamos uno" (cf. Jn 17, 21) es siempre un deber, dado que responde a un mandamiento formal de Cristo mismo, pero lo es todavía más en estos días, que están expresamente dedicados a esta nobilísima causa. De hecho, las divisiones que se produjeron a lo largo de los siglos contradicen el proyecto del Señor, que quiere que la comunidad de sus discípulos sea una y santa: una por su santidad, y santa por su unidad.

Buscar la unidad es, por consiguiente, una exigencia urgente para la autenticidad y la "definición" evangélica de la vida cristiana.

2. A esta búsqueda nos impulsa también la situación actual del mundo: hoy se pide a los cristianos que ofrezcan una vigorosa contribución de unidad y solidaridad a la construcción de una sociedad nueva y más solidaria.

Su tarea consiste en testimoniar juntos, de modo convincente, los valores comunes de fe y de caridad que inspiran su vida. Como en los primeros tiempos de la Iglesia, deben estar siempre dispuestos a responder a todo aquel que les pida razón de su esperanza (cf. 1P 3 15). Una convivencia social y política que pretenda ser respetuosa del hombre y de las exigencias intrínsecas de su naturaleza no puede prescindir de la inspiración religiosa.

3. En ese contexto, la actual "Semana de oración por la unidad de los cristianos" constituye un reiterado llamamiento a nuestra conciencia de creyentes y de seguidores de Cristo. Este año estamos invitados a reflexionar sobre la importancia que reviste la alabanza a Dios en la construcción de la añorada unidad. Cada hombre, cada mujer, alabando al Señor no sólo con los labios sino también con todo su ser y su obrar, coopera a la formación de un canto coral de fe y de vida, que sube hacia lo alto para impetrar el don de la reconciliación y de la paz para los cristianos y para el mundo entero.

Por ello, renuevo a todos la invitación a rezar; os invito a vosotros que me escucháis, y, con vosotros, invito a todos los católicos esparcidos por toda la tierra. Que cada uno de vosotros una su voz a la de sus hermanos para implorar el don de la unidad: "Que todos sean uno, para que el mundo crea" (cf. Jn 17 21).

Que María Santísima, a la que nos dirigimos mediante la oración del Ángelus, apoye con su maternal intercesión nuestra invocación y la haga eficaz ante el trono de Dios.

¡Alabado sea Jesucristo!



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