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VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Plaza del Parque Agrykola de Varsovia
Domingo 9 de junio de 1991

 

"Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27).

Cristo mismo dijo estas palabras desde lo alto de la cruz. Las dirigió a un hombre, a su discípulo Juan. Las dirigió a todos y cada uno de los hombres.

"Ahí tienes a tu madre". Son palabras dedicadas a María, pero que se refieren indirectamente a toda madre, a toda mujer: a todas nuestras madres en tierra polaca. ¡Cuánto deben a ellas todas las familias y toda la nación! Fueron ellas quienes se demostraron invencibles frente a los que hicieron la repartición del siglo pasado. Fueron ellas las que, con su lucha, obtuvieron nuestra independencia. Los mismos enemigos lo testimoniaron.

¿Qué sucedió con la maternidad de las mujeres polacas en este siglo, en las experiencias del período pasado? Sí, el periodo pasó, pero los efectos permanecen. También son efectos destructivos. ¿Quién es responsable de ellos? Son muchos los responsables. Detrás del pecado de una mujer, generalmente hay un hombre. Porque, con frecuencia, en el momento en que ella tiene necesidad de particular valentía y de ayuda por su parte, él de forma egoísta la abandona a sí misma; o incluso la empuja hacia ese pecado que más tarde constituirá un grave remordimiento de conciencia durante toda su vida. La responsabilidad del hombre se esconde en la culpa de ella, en el peso sobre su conciencia. Y no faltan quienes quisieran continuar ese estado de cosas: su consolidación, como algo normal y legítimo.

"Ahí tienes a tu madre". Cristo, el Hijo de Dios, desde lo alto de la cruz dirigió estas palabras a cada uno de nosotros, a todas las mujeres polacas y a todos los polacos, durante tantas generaciones. También a nosotros hoy. Ahí tienes a tu madre...

Madre, sabemos que estás aquí. No dejes de estar con nosotros a pesar de nuestras debilidades, nuestros pecados y nuestras culpas, a veces terribles. Ayúdanos a reconstruir la familia polaca como una alianza sacramental de personas, como un refugio de generaciones. Que esta familia sea un ambiente auténtico de amor y de vida, verdadero y responsable. Que cada familia sea la primera escuela del gran mandamiento del amor, de ese amor que "es paciente, es servicial", que "no busca su interés (...), no toma en cuenta el mal (...), se alegra con la verdad", de un amor que "todo lo soporta" (1 Co 13, 4-7).

Ayúdanos a reconstruir la familia polaca. El futuro del hombre pasa a través de las familias. El futuro del hombre en la tierra patria depende de las familias. De ellas depende el futuro de Polonia.



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