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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 22 de noviembre de 1992
Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El año litúrgico, que marca el ritmo de la vida de la Iglesia, se clausura hoy con la solemnidad de Jesucristo, rey del universo. En la liturgia de este día proclamamos con fe la grandeza y la magnificencia de su reino, que es «reino de verdad y vida, reino de santidad y gracia, reino de justicia, amor y paz».

Contemplemos, pues, el misterio de la realeza de Cristo que, sin ruido, con la fuerza de la gracia y la constancia de la misericordia, crece día tras día en el corazón de los creyentes, librándolos del egoísmo y del pecado y abriéndolos a la obediencia de la fe, así como a la entrega generosa de sí mismos en la caridad.

El reino de Cristo es, por consiguiente, el reino de la consolación y la paz, que libera al hombre de todas sus angustias y temores, y lo introduce en la comunión con el Padre celeste. Se trata de un reino que comienza ya aquí, en la tierra, pero que tendrá su cumplimiento pleno en el cielo.

2. Testigos valientes y ejemplos luminosos de entrega generosa y heroica a Cristo, rey del universo, son Cristóbal Magallanes y veinticuatro compañeros, que esta mañana he tenido el gozo de elevar al honor de los altares, junto con María de Jesús Sacramentado Venegas, virgen.

Estos mártires de nuestro siglo aceptaron morir proclamando públicamente su adhesión al Evangelio y perdonando a sus perseguidores. Muchos de ellos afrontaron la prueba suprema al grito de «¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!».

«Mártir» significa «testigo». Estos mártires mexicanos, hoy proclamados beatos, dieron testimonio, no sólo con palabras sino también con el libre ofrecimiento de su vida, de la realeza suprema de Jesucristo, que, cuanto más es atacada por las potencias del mundo, tanto más resplandece en el vigor de la caridad y en la pureza de la santidad.

3. En este contexto, la plegaria del Ángelus asume hoy un tono particular de júbilo y solidaridad eclesial.

La invocación a la Virgen santa, en efecto, se fortalece con la comunión con estos hermanos nuestros que, gracias al testimonio de su sangre y a la virginidad de su vida, proclamaron, siguiendo el ejemplo de la Madre del Señor, las maravillas de Dios.

María, que esperó con fe, acogió con gozo y conservó con amor la llegada del reino en la persona de Jesús, nos ayude a ser fieles cada día al amor de Cristo; y nos ayude a reconocer y acoger al Redentor como único rey y verdadero Señor de nuestra existencia.

María, reina de los mártires, ruega por nosotros.

* * *

Después del Ángelus

Deseo ahora saludar con todo afecto a los numerosos peregrinos mexicanos venidos a Roma para participar en la solemne ceremonia de beatificación que acabamos de concluir.

En esta hora del “Ángelus”, mi pensamiento se dirige al Tepeyac, donde me postro espiritualmente ante Nuestra Señora de Guadalupe implorando su maternal protección sobre todos los amadísimos hijos de México, a quienes imparto complacido mi Bendición Apostólica.



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