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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de diciembre de 1994

 

1. «¡Feliz la que ha creído!» (Lc 1, 45). Hoy es el cuarto domingo de Adviento, y la liturgia, con las palabras de Isabel, nos invita a contemplar a la Madre de los creyentes para aprender a acoger y a donar a Jesús.

Así en esta semana que falta para la Navidad se nos invita de modo especial a acudir a la escuela de María para reconocer al Verbo hecho carne y acogerlo con alegría. Para que la espera sea intensa y provechosa, la Virgen del Magníficat nos sugiere que alimentemos nuestra fe con la palabra del Señor; entonces comprenderemos las maravillas que Dios realiza en quien lo busca con corazón sincero y puro.

María es feliz precisamente porque, al escuchar la palabra del Señor, reconoció y acogió sin reservas al Hijo de Dios en su corazón, antes aún que en su seno virginal.

2. La visita de María a Isabel, de la que habla hoy el evangelio de san Lucas, recuerda que la fe impulsa al creyente a llevar a Jesús a sus hermanos. Nos ayuda a comprender los prodigios que pueden realizar los cristianos: llevando al Señor pueden contagiar de alegría al mundo. En efecto, ¡en cuántas situaciones de tristeza, injusticia, violencia y soledad los fieles, con su presencia, pueden brindar consuelo y esperanza a todos!

En estos días se piensa en los regalos de Navidad: el regalo es un signo alegre del amor. Al seguir esa tradición navideña, el cristiano no debe olvidar a los que sufren indigencia y que tal vez no viven lejos de su casa. Los regalos a los amigos y a los seres queridos no han de ser nunca una ofensa a los pobres y a los que padecen necesidad.

La Virgen santísima nos enseña, sobre todo, que el Señor, siendo rico se hizo pobre por amor, y nos pide a cada uno de sus discípulos que nosotros mismos nos convirtamos en regalo para nuestros hermanos.

3. El jueves pasado se hizo pública la carta que he enviado a los niños de todo el mundo. Al final del Año de la familia he querido dirigirme explícitamente a ellos para invitarlos a poner su sencillez su alegría de vivir, su espontaneidad su fe llena de asombro, al servicio de la paz y de la concordia en las familias y en el mundo.

Junto con ellos, he pensado en la situación de tantos niños que sufren a menudo por el hambre, la miseria, la enfermedad, la guerra, la prepotencia e incluso el abandono de sus padres, y los he invitado a ayudar a esos coetáneos suyos sobre todo con la solidaridad del amor y la oración.

Para prepararse a ser constructores de paz y mensajeros de alegría, les he pedido que se interesen como Jesús de «las cosas del Padre», es decir, de la palabra de Dios explicada en la catequesis parroquial y escolar; les he pedido, en especial, que acojan con fe a Jesús en la sagrada Comunión, para encontrar en la Eucaristía la fuerza espiritual que hizo de otros coetáneos suyos héroes y santos.

A los niños del mundo entero deseo que la Navidad ya cercana les ayude a derramar a manos llenas la alegría encendida por el Niño divino en su corazón que espera. Entonces será una celebración del nacimiento del Señor realmente rica de frutos espirituales para las familias y para todos.



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