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JUAN PABLO II

REGINA COELI

Domingo 24 de abril de 1994

 

1. Regina coeli, laetare! Reina del cielo, ¡alégrate!

La Iglesia, al invitar a la Madre de Cristo a alegrarse, alude a las palabras pronunciadas por el Señor en el cenáculo, la víspera de su pasión. Dijo Jesús «La mujer, cuando va a dar a luz, esta triste, porque le ha llegado su hora, pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros —decía Jesús a los Apóstoles— estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar» (Jn 16, 21-23). La Iglesia que, después de los Apóstoles, hizo suyas esas palabras de Cristo, las dirige durante el tiempo de Pascua ante todo a la Madre del Salvador Reina del cielo ¡alégrate! Esas palabras expresan la alegría materna de la Iglesia, que exulta junto con la Madre de su Señor, con la misma alegría, la alegría de la vida, que se manifestó en la resurrección y que perdura para siempre en Dios.

2. Entre la imagen de la madre que da a luz a un hijo y la del buen pastor que da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11) existe un vínculo profundo. Quien da la vida por amor, la recibe de nuevo. En efecto, el amor es fuerte como la muerte (cf. Ct 8, 6). Por eso, la verdad sobre la resurrección se expresa también a través del misterio del grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto (cf. Jn 12, 24). Hoy exultamos junto con la Iglesia del continente africano, en particular con la que esta en Zaire, por Isidoro Bakanja, joven mártir, que, como el grano de trigo, murió para dar fruto abundante en la comunidad eclesial y en su pueblo. Nos alegramos también porque en la extraordinaria vida de Gianna Beretta Molla y Elisabetta Canori Mora dos madres italianas elevadas hoy a la gloria de los altares, se renueva de forma admirable el misterio del buen Pastor que da su vida. La segunda vivió entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, la primera es contemporánea nuestra. Ambas, a su modo dieron la vida por su familia. Elisabetta se inmoló por la fidelidad y la unidad de la familia; Gianna se sacrificó para que pudiera vivir el hijo que llevaba en sus entrañas. Las dos se insertan así en la gran oración que la Iglesia en Italia eleva a Dios durante este año. Su oración consistió en el sacrificio materno, en al amor mayor. Nadie tiene amor mayor que quien da la vida por otro (cf. Jn 15, 13). Eso acontece, de manera singular, cuando una madre da la vida por su hijo; cuando, con su muerte, da la vida al ser que de ella debía nacer.

¡Alégrate Reina del cielo, con la maternidad de todas las madres que están dispuestas, como tú, a sacrificar su vida para darla a los demás!

3. Durante el tiempo de Pascua, la Iglesia lee el libro del Apocalipsis, en el que se encuentran las palabras referentes a la gran señal que apareció en el cielo: una Mujer vestida de sol, una Mujer que estaba a punto de dar a luz. El apóstol Juan ve aparecer, ante ella, un dragón rojo, dispuesto a devorar al niño en cuanto lo diera a luz (cf. Ap 12, 1-4).

Esta imagen apocalíptica pertenece también al misterio de la resurrección La Iglesia la vuelve a proponer el día de la Asunción de la Madre de Dios. Es una imagen que tiene expresiones también en nuestros tiempos, especialmente en el Año de la familia, pues, cuando se ciernen sobre la mujer todas las amenazas contra la vida que está para dar a luz debemos volver nuestra mirada hacia la Mujer vestida de sol, para que rodee con su cuidado maternal a todo ser humano amenazado en el seno materno. Durante el mes de mayo, que en muchas comunidades cristianas está dedicado de forma especial a la Madre santísima, la comunidad cristiana se volverá sobre todo hacia la Madre de la Vida, la Madre del Amor hermoso. Éste es, de modo especial, su mes. Deseamos que mediante nuestra oración sirva a la causa más grande de las familias humanas: la causa del amor y de la vida.

4. Quiera Dios que la oración nos fortalezca para la batalla espiritual de la que habla la carta a los Efesios: «Fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder» (Ef 6, 10). A esa misma batalla se refiere el libro del Apocalipsis, reviviendo ante nuestros ojos la imagen de san Miguel arcángel (cf. Ap 12, 7). Seguramente tenía muy presente esa escena el Papa León XIII cuando, al final del siglo pasado, introdujo en toda la Iglesia una oración especial a san Miguel: «San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla contra los ataques y las asechanzas del maligno; sé nuestro baluarte...».

Aunque en la actualidad esa oración ya no se rece al final de la celebración eucarística, os invito a todos a no olvidarla a rezarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo.

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Después del Ángelus

Queridos amigos de Zaire, quiero saludaros cordialmente y, en particular, al importante grupo de madres de familia de vuestro país que han venido para participar en esta magnífica beatificación. Invocamos a Isidoro Bakanja, así como a Elisabetta y a Gianna, para que intercedan en favor de vuestras familias y de vuestra nación. Que Dios conserve vuestras familias en la alegría y la esperanza. Que Dios otorgue a todos los africanos la paz y el desarrollo humano integral, que tienen derecho a esperar. Que Dios bendiga a la Iglesia que crece en la tierra de África.

(A los peregrinos italianos)
Dirijo un saludo cordial también a los numerosos peregrinos que han venido de varias partes de Italia y en especial de las diócesis de Milán y Bérgamo. Al tiempo que invito a cada uno a vivir con fidelidad su vocación, inspirándose en el ejemplo de los nuevos beatos, os exhorto a todos, en este día del buen Pastor, a una oración especial por las vocaciones sacerdotales y religiosas.



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