VIAJE APOSTÓLICO A CAMERÚN, SUDÁFRICA Y KENIA
JUAN PABLO II
 ÁNGELUS
 
   Gosforth Park de Johannesburgo
Domingo, 17 de septiembre de 1995
Al concluir nuestra celebración de la Eucaristía, nos dirigimos con amor a la santísima Virgen María e imploramos su protección sobre esta amada nación y sobre toda África.
 María, Madre del Verbo encarnado, 
 en tu seno el Hijo de Dios 
 se hizo miembro 
 de nuestra familia humana. 
 Dirige tu mirada 
 hacia la admirable diversidad 
 de los pueblos que constituyen esta nación. 
 Que, gracias a tu intercesión, 
 los sudafricanos vean 
 en todo hombre y en toda mujer 
 a un hijo de Dios 
 y a un hermano o hermana amados.
 María, Reina de la paz, 
 tú diste a luz a Jesucristo, 
 el Redentor de la humanidad, 
 que en la cruz derribó 
 los muros del pecado y de la división, 
 y reconcilió a los pueblos 
 de todas las razas, naciones y lenguas. 
 Vela sobre las naciones de África, 
 que tratan de olvidar las opresiones del pasado, 
 y construir un futuro nuevo para sus ciudadanos. 
 Que, por tu intercesión, 
 todo vestigio de odio, 
 de prejuicio y de miedo 
 ceda ante el poder liberador 
 del respeto, de la estima y del amor.
 María, Madre de la esperanza, 
 tú confiaste en el cumplimiento 
 de las promesas de Dios,
  incluso en la hora más oscura 
 de la pasión y muerte de tu Hijo. 
 Vela sobre quienes dudan y temen, 
 o sufren la tentación de la violencia. 
 Que, por tu intercesión, 
 el poder de la resurrección de Cristo 
 lleve alegría y fortaleza 
 a los que trabajan para que nazca 
 un nuevo día de justicia, paz y solidaridad.
 María Reina de África 
 junto a tu Hijo en la gloria 
 experimentas ahora la plenitud de la paz de su reino. 
 Que, por tu intercesión, 
 todos los africanos unidos construyan 
 un futuro digno de los hijos de este continente. 
 Que, por tu intercesión, 
 la herencia de las tradiciones espirituales de África 
 inspire la búsqueda de nuevos modelos 
 auténticamente humanos de progreso y desarrollo. 
 Que el Sínodo de África sirva como una invitación 
 y una exhortación a todos los cristianos 
 a trabajar juntos para difundir el Evangelio, 
 dando un gozoso testimonio de Cristo, 
 nuestro Salvador. 
 A ti, santísima Madre de Dios, 
 elevamos nuestra oración.
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