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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 2 de febrero de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy, fiesta de la Candelaria, recordamos la presentación de Jesús en el templo. María y José, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, fueron a Jerusalén para presentarlo al Señor, según la prescripción de la ley mosaica. Se trata de un episodio que se sitúa en la perspectiva de la consagración especial a Dios del pueblo de Israel. Pero también tiene un significado más amplio, ya que recuerda el agradecimiento que se debe al Creador por toda vida humana.

La vida es un gran don de Dios, que hay que acoger siempre dando gracias. El domingo pasado manifestaba mi preocupación por la falta de valores que amenaza nuestra convivencia; hoy quisiera recordar con fuerza uno de estos valores fundamentales, que deben recuperarse a toda costa, si no queremos caer en un abismo: me refiero al valor sagrado de la vida, de toda vida humana, desde su comienzo en el seno materno hasta su ocaso natural.

Digo esto recordando que hoy se celebra en Italia la Jornada en favor de la vida, ocasión propicia para afirmar con vigor que no se puede disponer arbitrariamente ni de la propia vida ni de la de los demás, porque pertenece al Autor de la vida. El amor inspira la cultura de la vida, mientras que el egoísmo inspira la cultura de la muerte. ¡Escoged la vida —dice el Señor—, para que viváis vosotros y las generaciones futuras! (cf. Dt 30, 19).

2. En el templo de Jerusalén, según el relato evangélico, un hombre de Dios, el anciano Simeón, toma a Jesús en sus brazos y afirma que con él llega la salvación para Israel y para todos los pueblos: la luz de las naciones (cf. Lc 2, 30-31).

Las palabras del santo anciano manifiestan el anhelo que recorre la historia de la humanidad. Expresan la espera de Dios, el deseo universal, quizá inconsciente, pero irreprimible, de que él venga a nuestro encuentro para hacernos partícipes de su vida. Simeón encarna la imagen de la humanidad que busca captar el rayo de luz que renueva todas las cosas, el germen de vida que transforma todo lo viejo en una perenne juventud.

3. En este marco asume un significado singular la Jornada de la vida consagrada, que hoy celebramos por primera vez. Ya desde hace tiempo la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo reunía en las comunidades diocesanas a los miembros de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, para manifestar ante el pueblo de Dios la alegría de la entrega sin reservas al Señor y a su Reino. He querido que esta experiencia se extendiera a toda la Iglesia, para dar gracias a Dios por el gran don de la vida consagrada y promover cada vez más su conocimiento y estima. Nos ha impulsado también el Sínodo de los obispos, celebrado recientemente, sobre la vida consagrada, cuyos resultados quedaron recogidos en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata.

Mientras os invito a orar, por estos hermanos y hermanas nuestros que dan su testimonio de Cristo pobre, casto y obediente, me dirijo en particular con el pensamiento a cuantos han enriquecido su servicio a la Iglesia con el sacrificio de su vida. Me acaba de llegar la noticia de la trágica muerte del padre Guy Pinard, misionero de África, cruelmente asesinado esta mañana durante la celebración de la santa misa en su parroquia de Ruhengeri, en Ruanda. Oremos a la Virgen santísima por él, por sus seres queridos y por su pueblo, para que recobre la paz respetando la vida.

* * *

Después del Ángelus

(En italiano)
La diócesis de Roma celebra hoy la Jornada en favor de la vida y también la Semana de la familia. Verdaderamente, la vida matrimonial, vivida de acuerdo con el plan de Dios, constituye de por sí un «evangelio», que el mundo necesita tanto como el testimonio de la vida consagrada. Ojalá que todas las familias, y en particular las romanas, sean protagonistas del camino misionero que prepara para el gran jubileo del año 2000.

(En castellano)
Doy una cordial bienvenida a los fieles de lengua española, en especial a los grupos de Madrid y Guadalajara, que peregrinan a la tumba de Pedro para confesar la fe en Cristo. Que la proclamación del credo os haga fieles testigos del Evangelio. Os bendigo de corazón a vosotros y a vuestras familias.

 



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