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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 2 de marzo de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el evangelio de este tercer domingo de Cuaresma, san Juan relata que Jesús, al encontrar en el templo de Jerusalén a vendedores y cambistas, hizo un azote de cordeles y los arrojó con palabras encendidas: «¡Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!» (Jn 2, 16).

La actitud «severa» del Señor parecería estar en contraste con la mansedumbre habitual con la que se acerca a los pecadores, cura a los enfermos, acoge a los pequeños y a los débiles. Sin embargo, observando con atención, la mansedumbre y la severidad son expresiones del mismo amor, que sabe ser, según la necesidad, tierno y exigente. El amor auténtico va acompañado siempre por la verdad.

Ciertamente, el celo y el amor de Jesús a la casa del Padre no se limitan a un templo de piedra. El mundo entero pertenece a Dios, y no se ha de profanar. Con el gesto profético que nos refiere el texto evangélico de hoy, Cristo nos pone en guardia contra la tentación de «comerciar» incluso con la religión, supeditándola a intereses mundanos o, de cualquier modo, ajenos a ella.

Cristo alza su voz también contra los «vendedores del templo» de nuestra época, es decir, contra cuantos convierten el mercado en su «religión» hasta ofender, en nombre del «dios-poder y del dios-dinero», la dignidad de la persona humana con abusos de todo tipo. Pensemos, por ejemplo, en la falta de respeto a la vida, hecha objeto a veces de peligrosos experimentos; pensemos en la contaminación ecológica, la comercialización del sexo, el tráfico de drogas y la explotación de los pobres y los niños.

2. La página evangélica también tiene un significado más específico, que remite al misterio de Cristo y anuncia la alegría de la Pascua. Respondiendo a quienes le pedían que confirmara con un «signo» su profecía, Jesús lanza una especie de desafío: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). El mismo evangelista advierte que hablaba de su cuerpo, aludiendo a su futura resurrección. Así, la humanidad de Cristo se presenta como el verdadero «templo», la casa viva de Dios. Será «destruida» en el Gólgota, pero inmediatamente volverá a ser «reconstruida» en la gloria, para transformarse en morada espiritual de cuantos acogen el mensaje evangélico y se dejan plasmar por el Espíritu de Dios.

3. Que la Virgen nos ayude a acoger las palabras de su Hijo divino. La misión de María consiste, precisamente, en llevarnos a él, repitiéndonos la invitación que hizo a los sirvientes en Caná: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Escuchemos su voz materna. María sabe bien que las exigencias del Evangelio, incluso cuando son pesadas y duras, constituyen el secreto de la verdadera libertad y de nuestra felicidad auténtica.

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Después del Ángelus

El Santo Padre pide la liberación de los secuestrados

Veo presentes en la plaza a un grupo de personas procedentes de Cerdeña, que desean recordar a la joven Silvia Melis, de su tierra, que fue secuestrada hace algunos días en esa región. Me uno a ellos de corazón para pedir que sea liberada esta hermana nuestra. Extiendo este llamamiento en favor de las demás personas secuestradas o, de cualquier modo, desaparecidas.

Quiero referirme, en particular, a la niña Angela Celentano, que desapareció el pasado mes de agosto en el monte Faito. Con el afecto y la oración, me siento cerca de estas personas que sufren y de sus familiares. Ojalá que el Señor toque el corazón de los secuestradores, para que las devuelvan cuanto antes a sus familias.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española y, en particular, a los fieles de las diócesis de Madrid, Sevilla y Jerez de la Frontera, peregrinos a la tumba de Pedro. Os invito a vivir intensamente este tiempo de conversión que es la Cuaresma, para acompañar de cerca a Cristo en su pasión, muerte y resurrección. A todos vosotros y a vuestros seres queridos os imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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