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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Les Combes, Valle de Aosta
Domingo 13 de julio de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy tengo la alegría de renovar mi tradicional cita dominical para la plegaria del Ángelus entre las montañas del Valle de Aosta, desde esta magnífica localidad de «Les Combes», donde, por sexta vez, me encuentro para pasar algunos días de vacaciones.

Dirijo un saludo fraternal al obispo de Aosta, mons. Giuseppe Anfossi, a quien agradezco la hospitalidad que me brinda con tanta amabilidad. Veo representada en él a toda la comunidad eclesial del Valle de Aosta, tan querida para mí: expreso a cada uno de sus habitantes mi saludo cordial. Saludo a los presidentes de la Junta y del Concejo regional. Asimismo, saludo al alcalde de Introd y le manifiesto a él y a los ciudadanos del pueblo mi sincera gratitud por la amable acogida que me han brindado en este lugar encantador.

Por último, os dirijo un saludo cordial a todos vosotros, habitantes del valle y turistas, que habéis venido para manifestarme vuestro afecto. Doy gracias a Dios por este período de descanso en el sosiego de estas montañas, que con su majestuoso espectáculo invitan al espíritu a elevarse a la contemplación de la sabiduría y la bondad del Creador.

Hoy se concluye en Yamusukro (Costa de Marfil), en la gran basílica de Notre-Dame de la Paix, el segundo Encuentro internacional de sacerdotes en preparación para el gran jubileo del año 2000. Por eso, me dirigiré ahora a cuantos participan en esa reunión espiritual, a través de la conexión realizada al efecto por la RAI, a la que expreso mi sincera gratitud.

2. Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado y queridos sacerdotes que os habéis reunido en Costa de Marfil procedentes de todos los continentes, os saludo a todos con el beso de la paz.

Saludo respetuosamente al señor presidente de Costa de Marfil, que tanto se ha prodigado por el éxito de vuestro encuentro y que, junto con las demás autoridades del país y el pueblo marfileño que participa en gran número, ha querido honrar el acontecimiento organizado por la Congregación para el clero, en colaboración con la Congregación para la evangelización de los pueblos.

Este tipo de encuentros reviste un valor particular puesto que, en el clima de comunión fraterna que se crea en torno a la Eucaristía, vosotros, los sacerdotes que habéis acudido desde todas las partes del mundo, sois impulsados a renovaros tomando mayor conciencia de vuestra identidad y de vuestra misión. Según el espíritu de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, las jornadas de Yamusukro se desarrollan en un marco cristológico: gracias a la unión íntima del sacerdote con Cristo se puede difundir por el mundo, mediante la Palabra y los sacramentos, la misericordia divina.

3. Me alegra que hayáis prestado atención especial a la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, y que hayáis escogido como lugar para vuestro encuentro África, que ha sido escenario de una gloriosa epopeya misionera. Desde el alba del cristianismo, África se ha distinguido por muchos espléndidos santos, y ha crecido, incluso en tiempos recientes, gracias a la sangre de los mártires.

De manera especial deseo exhortar a los queridos diáconos, que pronto van a recibir la ordenación sacerdotal en la basílica de Notre-Dame de la Paix, a dar un marcado carácter misionero a su compromiso sacerdotal. Todos los pueblos y todas las sociedades tienen una necesidad absoluta: necesitan a Cristo, camino, verdad y vida. Con espíritu verdaderamente católico, llevadlo a los demás, y esforzaos por vivir como otros Cristos en toda circunstancia.

4. Me alegra que prosiga el significativo itinerario de peregrinación que pasa por los santuarios marianos, porque es realmente admirable el vínculo entre María santísima y el sacerdocio. Nuestra consagración a ella, el decirle conscientemente «totus tuus», expresa la lógica de la entrega al Reino y es garantía de perseverancia y de éxito.

Pensando en este vínculo de la Virgen María con el sacerdocio y con cada sacerdote a quien Jesús la ha entregado como Madre desde la cruz, recemos juntos la plegaria del Ángelus, y pidámosle a ella, que dijo «sí» a los planes salvíficos de Dios, que nos haga siempre instrumentos dóciles para el verdadero bien de las almas.



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