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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Explanada de Letná, Praga
Domingo 27 de abril de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al final de la celebración eucarística, os invito a dirigir vuestro pensamiento a la Virgen María con el rezo del Regina caeli, como es tradición en el tiempo pascual. Es más, las Iglesias ortodoxas festejan precisamente hoy la Pascua. Les expresamos nuestra felicitación: ¡Cristo ha resucitado, aleluya!

Así pues, tenemos muchos motivos para decir a la Virgen santísima: «¡Alégrate, Reina del cielo!». ¿No es, acaso, motivo de alegría también la celebración del milenario del martirio de san Adalberto? Recordando el glorioso testimonio de este ejemplar pastor, incansable en anunciar a Cristo a los cercanos y a los lejanos, nos hemos puesto a su escucha, pues él nos sigue hablando. Con la fuerza arrebatadora de su ejemplo, propone a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los jóvenes el ideal de una vida entregada con generosidad al servicio del Señor y de sus hermanos. A todos nos estimula a seguir los dictámenes de la recta conciencia, para abrir nuestro corazón a los valores de la justicia, la fraternidad, el amor y la paz. Asimismo, dirige a todos los hijos de esta nación la invitación a favorecer la unidad en la diversidad, a promover la cultura, a movilizar las instancias más íntimas del alma en la búsqueda del bien común.

2. «¡Alégrate, Reina del cielo!». También son motivo de alegría los espléndidos santos y santas, que han hecho grande esta tierra: Ludmila, Wenceslao y Adalberto, raíces de la nación checa, nacidos del tronco plantado por los dos hermanos de Tesalónica, Cirilo y Metodio, y de sus discípulos.

En los siglos siguientes, Procopio, el humilde benedictino; Inés de Bohemia, entregada totalmente a Dios y a los pobres; Zdislava, esposa y madre ejemplar en la vida ordinaria del castillo de Lemberk. En esta legión de santos no faltan sacerdotes y mártires, como Juan Nepomuceno y Juan Sarkander, y los misioneros, como Juan Nepomuceno Neumann. ¡Verdaderamente, aquí el Evangelio no se predicó en vano!

Hace siete años, precisamente en esta explanada de Letná, os decía unas palabras, que quiero repetir también hoy: «Vuestra historia cristiana (...) no se ha acabado. Vuestros santos no callan. (...) Vuestros santos están vivos. Que sean ellos los garantes de vuestro pasado y de vuestro futuro» (Homilía, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1990, p. 5).

3. «¡Regina caeli, laetare, aleluya!». Alegrémonos, por tanto, también nosotros con la Madre de Dios y contemplemos el futuro con el alma llena de esperanza.

Que María presente a su Hijo resucitado, amadísimos hermanos y hermanas, vuestros generosos propósitos de fidelidad a Cristo y de renovación espiritual, en este tiempo del milenario del martirio de san Adalberto, a la espera del gran jubileo del año 2000. Nos alegramos contigo, Madre de la Iglesia, y te agradecemos estos grandes dones. No te olvides de este pueblo: acompáñalo con tu maternal protección, ahora y siempre. ¡Alégrate, Reina del cielo!



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