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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Martes 6 de enero de 1998

 

1. Hoy la Iglesia celebra la Epifanía del Señor, en el recuerdo de los Magos venidos de Oriente a Belén, siguiendo la estrella. Hoy contemplamos la «manifestación» de Cristo que, en el episodio de los Magos, se revela como el Enviado de Dios al mundo para traer la salvación a los hombres de todas las naciones, lenguas y culturas. Lleva a término esta misión con su muerte y resurrección, confirmándose como el auténtico Rey de justicia y de paz.

Cristo transmite a la Iglesia la misma misión que él recibió del Padre: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21), dice el Resucitado a los Apóstoles. Y, realizando el gesto simbólico de soplar sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22). ¡Cómo no subrayar, en este año, dedicado especialmente al Espíritu Santo, que precisamente el Espíritu es el gran protagonista de la misión de la Iglesia! (cf. Redemptoris missio, III).

Lo fue para los Apóstoles en Pentecostés; y lo ha sido a lo largo de los siglos para los discípulos de Cristo, a quienes el Espíritu ha transformado en testigos y profetas, infundiendo en ellos la valentía para transmitir con franqueza a los demás la fe en Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios. También hoy, bajo la acción del Espíritu, la fe se abre de forma decidida a las gentes y el testimonio de Cristo se difunde hasta los últimos confines de la tierra.

2. En esta perspectiva, también este año, en la solemnidad de la Epifanía, he tenido la alegría de conferir la ordenación episcopal a algunos presbíteros, exactamente nueve, durante la solemne celebración eucarística que acabamos de concluir en la basílica de San Pedro. He invocado sobre ellos al Espíritu Santo, para que, como los Apóstoles, sean heraldos valientes del Evangelio y guías sabios y fieles del pueblo de Dios. Ahora los encomiendo también a vuestra oración, mientras con vosotros doy gracias al Señor, que regala siempre nuevos pastores a su Iglesia. El campo de la nueva evangelización es inmenso. «Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia» (Redemptoris missio, 30).

3. Imploremos a la Virgen santísima, para que asista siempre a la Iglesia en el cumplimiento de su misión. La invocamos pensando en particular en nuestros hermanos de las Iglesias orientales, muchos de los cuales celebran hoy la Navidad del Señor. A ellos va nuestro más cordial deseo de una santa Navidad. Se trata de un deseo que nos lleva a abrazar también a todos los demás cristianos de las diferentes tradiciones y confesiones, esparcidos por el mundo. Que la santa Madre de Dios impulse el camino hacia la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo, para que sea cada vez más eficaz el anuncio del Evangelio a las generaciones del nuevo milenio.



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