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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 14 de junio de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Se celebra hoy en muchos países, entre ellos Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o, según la más conocida expresión latina, del Corpus Christi. Todos los domingos la comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía, sacramento del sacrificio redentor de Cristo, instituido durante la última cena. Pero la devoción del pueblo cristiano por este misterio central de la fe sintió la necesidad de promover, hace casi siete siglos, una fiesta específica, en la que fuera posible manifestar plenamente el culto de adoración al Cuerpo y la Sangre del Señor, fuente y cima de la vida de la Iglesia. Expresión privilegiada y tradicional de la piedad eucarística popular son las procesiones con el santísimo Sacramento, que en la solemnidad de hoy se realizan en las Iglesias particulares, en todo el mundo. Constituyen un signo muy elocuente de que el Señor Jesús, muerto y resucitado, sigue recorriendo los caminos del mundo y, con su presencia itinerante, guía los pasos de las generaciones cristianas: alimenta la fe, la esperanza y el amor; consuela en las pruebas; y sostiene la lucha por la justicia y la paz.

2. ¿Cómo no alegrarnos hoy por la admirable solidaridad de Dios con la humanidad? En la Eucaristía, Jesús, como hizo con los discípulos de Emaús, se acerca a nosotros, peregrinos en la historia, en las ciudades y en los campos, en el norte y en el sur del mundo, en los países de tradición cristiana y en los de primera evangelización.

Cristo difunde por doquier el mismo mensaje: «Amaos unos a otros como yo os he amado», y en la Eucaristía se entrega a sí mismo como fuerza espiritual, para poner en práctica su mandamiento y construir la civilización del amor.

Me complace imaginar hoy el itinerario hacia el jubileo del año 2000 como una gran procesión del Corpus Christi, que culminará en el Congreso eucarístico internacional, que se celebrará en Roma, en junio del Año santo. Por tanto, exhorto a todos los fieles, y en primer lugar a los ministros sagrados, a hacer cada vez más fuerte y profundo el vínculo espiritual con la Eucaristía, en la que está presente y actúa todo el poder salvífico del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

3. La primera procesión del Corpus Christi, en cierto sentido, la hizo María, cuando fue de Nazaret a casa de su prima Isabel, llevando en su seno a Jesús recién concebido. Ojalá que la Iglesia, al contemplar este icono evangélico, apresure el paso y salga al encuentro del hombre contemporáneo, para anunciarle con renovado amor la buena nueva de la salvación.

* * *

Al final de la plegaria mariana, Su Santidad añadió:

Mañana comenzará en Roma la Conferencia convocada por la Organización de las Naciones Unidas para la creación de un Tribunal penal internacional, destinado a juzgar los crímenes más graves que ofenden a la humanidad.

Espero que los trabajos de esta importante reunión se inspiren en el deseo de tutelar adecuadamente los derechos humanos fundamentales e inalienables.

Al asegurar la contribución activa de la Santa Sede a los trabajos de esta importante Conferencia, expreso a todos los participantes mis mejores deseos de que constituya un momento histórico en el camino de la comprensión mutua entre los pueblos.



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