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JUAN PABLO II 

ÁNGELUS

Domingo 15 de febrero de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ayer hemos celebrado la fiesta de san Cirilo y san Metodio, copatronos de Europa junto con san Benito. Estos dos hermanos griegos del siglo IX, que nacieron en Tesalónica y se formaron en la escuela del patriarcado de Constantinopla, se dedicaron a la evangelización de los pueblos de la gran Moravia, en la cuenca del Danubio.

Cirilo y Metodio realizaron su servicio misionero en unión con la Iglesia de Constantinopla y con la Sede del Sucesor de Pedro, manifestando de este modo la unidad de la Iglesia, que en aquellos tiempos aún no se hallaba herida por la división entre Oriente y Occidente.

Quisiera encomendar a la intercesión de estos dos santos el anhelo de unidad plena entre todos los creyentes en Cristo, especialmente con vistas al gran jubileo del año 2000. Durante el encuentro del Comité central del jubileo con los delegados de las Conferencias episcopales, celebrado la semana pasada, se ha subrayado fuertemente la necesidad de proseguir a toda costa el diálogo ecuménico. Quiera Dios apresurar los pasos de una reconciliación total, para que el alba del tercer milenio encuentre a los cristianos, si no del todo unidos, al menos mucho más cercanos a esta meta.

2. La fiesta de san Cirilo y san Metodio me brinda también la oportunidad de recordar a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad de nuestro continente lo que podemos llamar el desafío europeo, o sea, la exigencia de construir una Europa que recuerde firmemente su historia, que esté seriamente comprometida en la actuación de los derechos del hombre y que sea solidaria con los pueblos de los demás continentes en la promoción de la paz y el desarrollo a nivel mundial.

Sin embargo, para alcanzar estos objetivos tan elevados hace falta una profunda y constante motivación espiritual, que los ciudadanos y las naciones europeas pueden encontrar en el riquísimo patrimonio cultural que tienen en común, mediante un diálogo fecundo con otras grandes corrientes de pensamiento, como ha sucedido siempre en los mejores momentos de su civilización bimilenaria.

Por tanto, celebrar a estos insignes apóstoles de Europa significa renovar el esfuerzo de la nueva evangelización del continente, para que, en el histórico paso del segundo al tercer milenio, sus raíces cristianas reciban nueva vitalidad, en beneficio de todos los pueblos europeos, de su cultura y de su convivencia pacífica.

3. María santísima, amada y venerada tanto en Oriente como en Occidente, obtenga a los cristianos de hoy la gracia de colaborar todos juntos en la nueva evangelización, y a todas las naciones europeas la gracia de reunirse en una casa común, dando cada una su propia contribución y poniéndola al servicio de todos.



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