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JUAN PABLO II 

ÁNGELUS

Domingo 29 de marzo de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La liturgia del quinto domingo de Cuaresma nos propone hoy la página del evangelio de san Juan que pone a Cristo ante una mujer sorprendida en adulterio. El Señor no la condena; por el contrario, la salva de la lapidación. No le dice: no has pecado, sino: yo no te condeno; anda, y en adelante no peques más (cf. Jn 8, 11). En realidad, sólo Cristo puede salvar al hombre, porque toma sobre sí su pecado y le ofrece la posibilidad de cambiar.

Este pasaje evangélico enseña claramente que el perdón cristiano no es sinónimo de simple tolerancia, sino que implica algo más arduo. No significa olvidar el mal, o peor todavía, negarlo. Dios no perdona el mal, sino a la persona, y enseña a distinguir el acto malo, que como tal hay que condenar, de la persona que lo ha cometido, a la que le ofrece la posibilidad de cambiar. Mientras que el hombre tiende a identificar al pecador con su pecado, cerrándole así toda vía de salida, el Padre celestial, en cambio, envió a su Hijo al mundo para ofrecer a todos un camino de salvación. Cristo es este camino: muriendo en la cruz, nos ha redimido de nuestros pecados.

A los hombres y mujeres de todas las épocas, Jesús les repite: yo no te condeno; anda, y en adelante no peques más (cf. Jn 8, 11).

2. ¿Cómo reflexionar sobre este evangelio, sin experimentar una sensación de confianza? ¿Cómo no reconocer en él una «buena noticia» para los hombres y mujeres de nuestros días, deseosos de redescubrir el verdadero sentido de la misericordia y del perdón?

Hay necesidad de perdón cristiano, que infunda esperanza y confianza sin debilitar la lucha contra el mal. Hay necesidad de dar y recibir misericordia.

Pero no seremos capaces de perdonar, si antes no nos dejamos perdonar por Dios, reconociéndonos objeto de su misericordia. Sólo estaremos dispuestos a perdonar las faltas de los demás si tomamos conciencia de la deuda enorme que se nos ha perdonado.

3. El pueblo cristiano invoca a la Virgen como Madre de misericordia. En ella el amor misericordioso de Dios se hizo carne, y su corazón inmaculado es siempre y en todo lugar refugio seguro para los pecadores.

Guiados por ella, apresuremos nuestros pasos hacia Jerusalén, hacia la Pascua de nuestra salvación, ya cercana. Sigamos al Hijo que va al encuentro de su pasión, y que nos repite también a nosotros: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11). En el Gólgota se realiza el juicio universal del amor de Dios, para que cada uno pueda reconocer que Cristo crucificado pagó el precio de nuestro rescate. Que la Virgen nos ayude a acoger con renovada alegría el don de la salvación, a fin de que reencontremos confianza y esperanza para caminar en una vida nueva.

* * * 

Después del Ángelus

En este quinto domingo de Cuaresma saludo cordialmente a los peregrinos españoles y latinoamericanos aquí presentes, en especial a los jóvenes de los colegios «Jesús, María y José» de Barcelona y «San José» de Reus. A todos os animo a aprovechar este tiempo favorable de conversión que nos prepara a celebrar con corazón puro la próxima Semana santa. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la protección de la Virgen María, Madre de misericordia, y con afecto os bendigo.

El jueves próximo, como ya es tradición, me reuniré con los jóvenes romanos, como preparación para la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en todas las Iglesias locales el Domingo de Ramos.

El encuentro de este año tendrá lugar por primera vez en la plaza de San Juan. Adquiere un significado especial, porque prepara la llegada de la cruz de las Jornadas mundiales de la juventud. Esta cruz, que salió de Roma en 1985, hizo etapas en las seis ciudades en que se celebraron los encuentros mundiales de los jóvenes con el Papa —Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czêstochowa, Denver, Manila, París— y ahora vuelve a nosotros, con vistas al jubileo de los jóvenes del año 2000.

Por tanto, espero un gran número de jóvenes romanos la tarde del jueves 2 de abril, para esta cita tan significativa.



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