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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 4 de julio de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al final de esta celebración, nos colma un profundo sentimiento de gratitud a Dios. En su Providencia, ha sostenido el esfuerzo humano, de forma que ahora, a las puertas de Roma y en vísperas del gran jubileo, tenemos un nuevo santuario mariano, que surge en un lugar tan querido para los habitantes de Roma y del Lacio.

Recuerdo con emoción mi primera visita, como Obispo de Roma, al santuario del Amor Divino, en 1979, hace ya veinte años. En esa circunstancia me regalaron un ramo de olivo dorado, para que lo llevara a la Virgen de Czestochowa, ante la cual me postré en oración hace pocos días, durante la última etapa de mi viaje a Polonia. Ese ramo de olivo parece evocar un vínculo espiritual entre este santuario del Amor Divino, tan unido a Roma, y el de Jasna Góra, símbolo de mi patria terrena.

En este día me complace dirigirme con el pensamiento también a los numerosos santuarios marianos a donde he peregrinado durante mis veinte años de pontificado. ¡Qué alegría sería para mí si pudiera acudir, el año próximo, a Nazaret, donde «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»! (Jn 1, 14).

2. En este santuario del Amor Divino se celebrará, del 15 al 24 de septiembre del año 2000, el XX Congreso mariológico y mariano internacional, sobre el tema: «El misterio de la Trinidad y María». Me alegra que siga desarrollándose la reflexión sobre el papel singular que desempeña María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, a la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II. Se trata de una profundización que tiene sus raíces en la devoción popular a María, mientras, al mismo tiempo, contribuye a alimentarla, elevarla y purificarla.

Espero que la veneración a la Madre de Dios ayude a todos los creyentes a comprender el auténtico significado del jubileo, ya cercano, y a abrirse interiormente a la misericordia de Dios.

3. Oh María,
amada Esposa del Amor Divino,
bendice siempre
con tu presencia maternal
este lugar
y a los peregrinos
que acudan a él.
Obtén para la ciudad de Roma,
para Italia y para el mundo,
el don de la paz,
que tu Hijo Jesús
dejó como herencia
a los que creen en él.
Madre nuestra,
haz que nadie pase
por este santuario
sin recibir en su corazón
la consoladora certeza
del Amor Divino.
Amén.

 



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