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JUAN PABLO II

ÁNGELUS
 
Jueves 29 de junio de 2000
Solemnidad de san Pedro y san Pablo

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy el pueblo de Dios está en fiesta y, de modo particular, la ciudad y la diócesis de Roma, por la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, considerados las columnas de la Iglesia universal. San Pedro, la "piedra" sobre la que Cristo fundó su Iglesia; san Pablo, el "instrumento elegido" para llevar el Evangelio a los gentiles. El pescador de Galilea que, superada la prueba de los días oscuros de la pasión de su Señor, deberá confirmar a sus hermanos en la fe y apacentar la grey de Cristo; el fariseo celoso que, convertido en el camino de Damasco, se transformará en heraldo de la salvación que viene por la fe.

Un arcano designio de la Providencia los trajo a ambos a Roma, para sellar con la sangre su testimonio: Pedro, crucificado; Pablo, decapitado. El primero, sepultado al pie de la colina Vaticana; el segundo, en la vía Ostiense.

2. Como cada año, en esta solemne circunstancia, tenemos el honor y la alegría de acoger a la delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla, que se une a nosotros para celebrar a los Príncipes de los Apóstoles. A cada miembro de la delegación le dirijo mi cordial saludo y le doy un abrazo fraterno de paz en el Señor.

La significativa presencia de estos hermanos en la fe es un gesto que invita a esperar y a proseguir, sin desanimarse jamás, por el camino del diálogo ecuménico. Invoquemos al Señor para que los cristianos de Oriente y de Occidente experimenten cuanto antes la alegría y la gracia de la unidad plena y de la comunión coral de fe y de compromiso apostólico.

Por esta especial intención os invito a orar también a vosotros, queridos peregrinos procedentes de todos los rincones de la tierra, con ocasión del gran jubileo, ante las tumbas de los Apóstoles. Os confío dos intenciones muy importantes para mí, al comienzo del tercer milenio: la unidad de los cristianos y la nueva evangelización.

3. Que san Pedro interceda por nosotros, para que todos reconozcan y acepten el ministerio de su Sucesor como servicio a la unidad del pueblo de Dios. A san Pablo pidámosle que sostenga la acción misionera de la Iglesia, especialmente la dirigida a quienes aún no han recibido la buena nueva de Cristo Salvador.

Por último, elevemos nuestro corazón a María santísima, a quien hoy invocamos como Reina de los Apóstoles y Salus populi romani, Salvación del pueblo romano. Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Roma, me complace dirigiros precisamente a vosotros un saludo muy especial. Oremos para que san Pedro y san Pablo fortalezcan nuestra fe y nos ayuden a testimoniarla en todos los ambientes y circunstancias.

 



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