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JUAN PABLO II 

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

ÁNGELUS

Miércoles 1 de noviembre de 2000

 

1. Al final de esta solemne concelebración en honor de Todos los Santos, nuestra mirada se dirige hacia lo alto. Esta fiesta nos recuerda que hemos sido creados para el cielo, adonde la Virgen ya ha llegado y nos espera.

La vida cristiana consiste en caminar en la tierra con el corazón dirigido hacia lo alto, hacia la casa del Padre celestial. Así caminaron los santos y, en primer lugar, así lo hizo la Virgen, Madre del Señor. El jubileo nos recuerda esta dimensión esencial de la santidad: la condición de peregrinos, que buscan diariamente el reino de Dios confiando en la divina Providencia. Esta es la auténtica esperanza cristiana, que nada tiene que ver con el fatalismo ni con la fuga de la historia. Al contrario, es estímulo al compromiso concreto, contemplando a Cristo, Dios hecho hombre, que nos abre el camino hacia el cielo.

2. Desde esta perspectiva, nos disponemos a celebrar mañana la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Vamos espiritualmente a visitar las tumbas de nuestros seres queridos, que nos precedieron bajo el signo de la fe y esperan el apoyo de nuestra oración. Aseguro un recuerdo por cuantos, durante este año, han perdido la vida; pienso especialmente en las víctimas de la violencia humana: que cada uno encuentre en el seno de Dios la paz anhelada.

3. A esta luz, María se nos manifiesta aún más como Reina de los santos y Madre de nuestra esperanza. A ella nos dirigimos para que nos guíe por el camino de la santidad y nos asista en cada momento de la vida, ahora y en la hora de nuestra muerte.

 



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