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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 23 de febrero de 2003

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Desde hace algunos meses la comunidad internacional vive con gran aprensión por el peligro de una guerra, que podría turbar toda la región de Oriente Próximo y agravar las tensiones ya presentes, por desgracia, en este inicio del tercer milenio. Es necesario que los creyentes, independientemente de la religión a la que pertenezcan, proclamen que jamás podremos ser felices los unos contra los otros; jamás el terrorismo y la lógica de la guerra podrán asegurar el futuro de la humanidad. ¡Jamás! ¡jamás!

Los cristianos, en particular, estamos llamados a ser centinelas de la paz, en los lugares donde vivimos y trabajamos; es decir, se nos pide que vigilemos, para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia.

2. Por tanto, invito a todos los católicos a dedicar con particular intensidad la jornada del próximo 5 de marzo, miércoles de Ceniza, a la oración y al ayuno por la causa de la paz, especialmente en Oriente Próximo.

Imploraremos de Dios, ante todo, la conversión de los corazones y la clarividencia de las decisiones justas para resolver con medios adecuados y pacíficos las controversias, que obstaculizan la peregrinación de la humanidad en nuestro tiempo.

En todo santuario mariano se elevará al cielo una ferviente oración por la paz con el rezo del santo rosario. Confío en que también en las parroquias y en las familias se rece el rosario por esta gran causa, de la que depende el bien de todos.

Esta invocación común irá acompañada por el ayuno, expresión de penitencia por el odio y la violencia que contaminan las relaciones humanas. Los cristianos comparten la antigua práctica del ayuno con muchos hermanos y hermanas de otras religiones, que con ella quieren despojarse de toda soberbia y disponerse a recibir de Dios los dones más grandes y necesarios, entre los cuales destaca el de la paz.

3. Desde ahora invocamos sobre esta iniciativa, que se sitúa al inicio de la Cuaresma, la asistencia especial de María santísima, Reina de la paz. Que, por su intercesión, resuene con nueva fuerza en el mundo y encuentre acogida concreta la bienaventuranza evangélica:  "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).

 



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