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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Domingo 3 de agosto de 2003

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Europa es el continente que, en los dos milenios transcurridos, ha sido más marcado que cualquier otro por el cristianismo. De sus tierras —en las abadías, en las catedrales y en las iglesias— se ha elevado incesantemente la alabanza a Cristo, Señor del tiempo y de la historia. El bautismo y los demás sacramentos han consagrado las etapas de la vida de innumerables creyentes. La Eucaristía, especialmente en el día del Señor, ha alimentado su fe y su amor; la Liturgia de las Horas y muchas formas populares de oración han marcado su ritmo diario.

Aunque todo eso no se ha perdido en nuestro tiempo, es indispensable un renovado empeño ante los desafíos de la secularización, para que toda la  existencia  de los creyentes sea un verdadero culto espiritual agradable a Dios (cf. Ecclesia in Europa, 69).

2. Es preciso prestar atención particular a la salvaguardia del valor del domingo, dies Domini. Este día es símbolo, por excelencia, de lo que el cristianismo ha representado y representa para Europa y para el mundo: la proclamación perenne de la buena nueva de la resurrección de Jesús, la celebración de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte, y el compromiso en favor de la plena liberación del hombre. Conservando el sentido cristiano del domingo, se da a Europa una contribución notable para la tutela de una parte esencial de su patrimonio espiritual y cultural.

Que la Virgen santísima, a quien están dedicadas tantas  iglesias  y capillas en las diferentes regiones de Europa, proteja a todas las poblaciones del continente.


 

Después del Ángelus

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española. Os animo a aprovechar este tiempo estivo para redescubrir también, con mayor intensidad, el gran misterio de la Eucaristía. Buen domingo a todos.

 



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