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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 12 de diciembre de 1984

 

La escucha de la palabra de Dios

"El que crea y se bautice se salvará" (Mc 16, 16).

"...¿cómo van a creer si no oyen hablar de Él?" (Rom. 10, 14).

1. También hoy nos referimos a estas dos frases del Nuevo Testamento, para continuar —en conexión con la audiencia anterior— las consideraciones introductorias sobre el tema de la catequesis. El día de Pentecostés, Simón Pedro, al proclamar la verdad sobre Jesús, crucificado y resucitado en virtud del Espíritu Santo, suscitó la fe y preparó para el bautismo a 3.000 personas. Este "kerygma" de Pedro puede considerarse también como una primera catequesis —es decir, instrucción—, en particular como la catequesis de preparación para el bautismo. De este modo, quedaron confirmadas las palabras de Cristo referentes a los que "crean y sean bautizados" (cf. Mc 16, 16). Pero simultáneamente se demostró que es condición imprescindible para la fe el anuncio y la escucha de la Palabra de Dios: "... ¿cómo van a creer si no oyen hablar de El?", advierte San Pablo.

2. Desde su nacimiento en Jerusalén, el día de Pentecostés, la Iglesia "persevera en oír la enseñanza de los Apóstoles", y esto significa el encuentro recíproco. en la fe, de los que enseñan y de los que son instruidos. Precisamente esto es la catequesis según la palabra griega (Kátekheo). Esta palabra originariamente significaba "llamar desde arriba" (ex alto) o también "producir eco (Kata = arriba, ekheo = sonar, expresar). De ahí se deriva luego el significado de instruir (cuando la vez del que enseña encuentra eco en la voz del alumno, de manera que la respuesta del alumno es como el eco consciente del maestro). Esta última explicación es importante porque indica que una instrucción, como es la catequesis, no tiene lugar de modo solamente unilateral, como lección, sino también como coloquio, mediante preguntas y respuestas.

En este sentido la palabra "catequesis" aparece en muchos puntos del Nuevo Testamento, y luego en las obras de los Padres de la Iglesia. Juntamente con ella aparece también la palabra "catecúmeno", que literalmente quiere decir "el que es instruido" (Katekhoúmenos). En nuestro contexto se trata obviamente del hombre "que es instruido" en las verdades de la fe y en las leyes de una conducta conforme con ella. Ante todo, la palabra "catecúmeno" se refiere a los que se preparan al bautismo de acuerdo con la orientación que Cristo expresó con las palabras: "Creerá y será bautizado". En este espíritu San Agustín describe al catecúmeno católico como aquel que "debe recibir el bautismo" (cf. Contra litteras Petiliani, III, 17, 20: PL 43, 357); aquel que "debe ser iniciado" en la fe y en la conducta cristiana con miras al bautismo (cf. De catechizandis rudibus, I, 1: PL 40, 310).

3. Esta precisión (y a la vez también restricción) del concepto de "catecúmeno" —e indirectamente también del concepto de "catequesis"— está vinculada a la praxis de los primeros cristianos. Lo mismo que el día de Pentecostés en Jerusalén, así también en todo el período más antiguo de la historia de la Iglesia, recibían la fe y el bautismo ante todo las personas adultas. Al bautismo precedía una preparación adecuada, que se prolongaba por un período de tiempo bastante largo: normalmente de dos a tres años. Por lo demás, algo parecido ocurre también hoy, especialmente en las tierras de misión, donde la institución del catecumenado sirve para preparar para el bautismo a las personas adultas. Esta preparación consistía, desde el principio, no sólo en la exposición de las verdades de la fe y de los principios de la conducta cristiana, sino también en una introducción gradual de los catecúmenos a la vida de la comunidad eclesial. La catequesis se convertía en la "iniciación", es decir, en la introducción al "mysterium" del bautismo, y luego al conjunto de la vida sacramental, de la que es cumbre y centro la Eucaristía.

Basta leer atentamente el rito del sacramento del bautismo (tanto del bautismo de los adultos como del de los niños), para convencerse de qué profunda y fundamental conversión es signo eficaz este sacramento. El que recibe el bautismo no sólo hace la profesión de fe (según el Símbolo Apostólico), sino que del mismo modo "renuncia a Satanás, y a todas sus obras, y a todas sus seducciones", y por esto mismo se entrega al Dios vivo: el bautismo es la primera y fundamental consagración de la persona humana, mediante la cual se entrega al Padre en Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo que actúa en este sacramento ("el nacimiento del agua y del Espíritu": cf. Jn 3, 5). San Pablo ve en la inmersión en el agua del bautismo, el signo de la inmersión en la muerte redentora de Cristo, para tener parte en la nueva vida sobrenatural, que se manifestó en la resurrección de Cristo (cf. Rom 6, 3-5).

4. Todo esto testimonia la intensidad y profundidad de la catequesis, que desde los primeros siglos de la Iglesia iba unida, por medio de la institución del catecumenado, a la administración del bautismo y a la admisión a la Eucaristía y a toda la vida sacramental. Esa intensidad y profundidad debían reflejarse de modo claro en el conjunto del servicio catequístico. Efectivamente, la Iglesia constantemente "perseveraba en oír la enseñanza de los Apóstoles", y la catequesis como expresión fundamental de ese "perseverar en oír", se prolongaba naturalmente también más allá de la institución del catecumenado, con el propósito de ofrecer a los fieles un conocimiento cada vez más profundo y sabroso del misterio de Cristo.


Saludos

Deseo presentar un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española. En particular al grupo de Carmelitanas Misioneras que hacen su año de renovación espiritual. Sed siempre fieles a vuestra vocación. Saludo igualmente a la Comisión de Oficiales del Ejército de Venezuela.

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina doy con afecto mi bendición apostólica.

 



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