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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 13 de abril  de 1988

 

Las definiciones cristológicas de los Concilios y la fe de la Iglesia de hoy

1. En las últimas catequesis, resumiendo la doctrina cristológica de los Concilios Ecuménicos y de los Padres, nos hemos podido dar cuenta del esfuerzo realizado por la mente humana para penetrar en el misterio del Hombre-Dios, y leer en Él las verdades de la naturaleza humana y de la naturaleza divina, de su dualidad y de su unión en la persona del Verbo, de las propiedades y facultades de la naturaleza humana y de su perfecta armonización y subordinación a la hegemonía del Yo divino. La traducción de esta lectura profunda se realizó en los Concilios con conceptos y términos tomados del lenguaje corriente, que era la expresión natural del modo común de conocer y razonar, anterior a la conceptualización de cualquier escuela filosófica o teológica. La búsqueda, la reflexión y el intento de perfeccionar la forma de expresión no faltaron en los Padres y no faltarán más tarde, en los siglos siguientes de la Iglesia, a lo largo de los cuales los conceptos y términos empleados en la cristología —especialmente el de "persona"— recibieron tratamientos más profundos y precisiones ulteriores de valor incalculable para el progreso del pensamiento humano. Pero su significado en la aplicación a la verdad revelada, que había que expresar, no estaba vinculado o condicionado por autores o escuelas particulares: era el que se podía captar en el lenguaje ordinario de los doctos y no doctos de cualquier tiempo, como se puede recabar del análisis de las definiciones formuladas en tales términos.

2. Es comprensible que en tiempos más recientes, queriendo traducir los datos revelados a un lenguaje que respondiera a concepciones filosóficas o científicas nuevas, algunos hayan encontrado cierta dificultad a la hora de emplear y aceptar aquella terminología antigua, de manera especial la que se refiere a la distinción entre naturaleza y persona, que es fundamental tanto en la cristología tradicional como en la teología de la Trinidad. Particularmente, quien quiera buscar su inspiración en las posiciones de las distintas escuelas modernas, que insisten en una filosofía del lenguaje y en una hermenéutica dependiente de los presupuestos del relativismo, subjetivismo, existencialismo, estructuralismo, etc., será llevado a minusvalorar o incluso a rechazar los antiguos conceptos y términos por considerarlos imbuidos de escolasticismo, formalismo, estaticismo, ahistoricidad, etc., y, por consiguiente, inadecuados para expresar y comunicar hoy el misterio del Cristo vivo.

3. Pero, ¿qué ha sucedido después? En primer lugar, que algunos se han hecho prisioneros de una forma nueva de escolasticismo, inducidos por nociones y terminologías vinculadas a las nuevas corrientes del pensamiento filosófico y científico, sin preocuparse de una confrontación auténtica con la forma de expresión del sentido común y, podemos decir, de la inteligencia universal, que sigue siendo indispensable, también hoy, para comunicarse los unos con los otros en el pensamiento y en la vida. En segundo lugar, como era previsible, se ha pasado de la crisis abierta sobre la cuestión del lenguaje a la relativización del dogma niceno y calcedodiano, considerado como un simple intento de lectura histórica, datado, superado y que no se puede proponer ya a la inteligencia moderna. Este paso ha sido y sigue siendo muy arriesgado y puede conducir a posturas difícilmente conciliables con los datos de la Revelación.

4. En efecto, este nuevo lenguaje ha llegado a hablar de la existencia de una "persona humana" en Jesucristo, basándose en la concepción fenomenológica de la personalidad, dada por un conjunto de momentos expresivos de la consciencia y de la libertad, sin consideración suficiente del sujeto ontológico que está en su origen. O bien se ha reducido la personalidad divina a la autoconciencia que Jesús tiene de lo "divino" que hay en Él, sin que se deba por esto entender la Encarnación como la asunción de la naturaleza humana por parte de un Yo divino trascendente y preexistente. Estas concepciones, que se reflejan también sobre el dogma mariano y, de manera particular, sobre la maternidad divina de María, tan unida en los Concilios al dogma cristológico, incluyen casi siempre la negación de la distinción entre naturaleza y persona, términos que, según hemos dicho, los Concilios habían tomado del lenguaje común y elaborado teológicamente como clave interpretativa del misterio de Cristo.

5. Estos hechos que, como es obvio, aquí podemos sólo referir brevemente, nos hacen comprender cuán delicado sea el problema del nuevo lenguaje tanto para la teología como para la catequesis, sobre todo, cuando, partiendo del rechazo —cargado de prejuicios— de categorías antiguas (por ejemplo, las presentadas como "helénicas"), se acaba por sufrir una dependencia tal de las nuevas categorías —o de las nuevas palabras— que, en su nombre, se puede llegar a manipular incluso la sustancia de la verdad revelada.

Esto no significa que no se pueda o no se deba seguir investigando sobre el misterio del Verbo Encarnado, o "buscando modos más apropiados de comunicar la doctrina cristiana", según las normas y el espíritu del Concilio Vaticano II, el cual, con Juan XXIII, subraya muy bien que "una cosa es el depósito mismo de la fe —o sea, sus verdades—, y otra cosa es el modo de formularlas, conservando el mismo sentido y el mismo significado" (Gaudium et spes, 62; cf. Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio, 11 de octubre do 1962: AAS 54, 1962, pág. 792).

La mentalidad del hombre moderno formada según los criterios y los métodos del conocimiento científico, debe entenderse teniendo muy presente su tendencia a la investigación en los distintos campos del saber, pero sin olvidar su aspiración, todavía profunda, a un "más allá" que supera cualitativamente todas las fronteras de lo experimentable y calculable, así como sus frecuentes manifestaciones de la necesidad de una sabiduría mucho más satisfactoria y estimulante que la que ofrece la ciencia. De este modo, la mentalidad contemporánea no se presenta de ninguna manera impenetrable al razonamiento sobre las "razones supremas" de la vida y su fundamento en Dios. De aquí nace también la posibilidad de un discurso serio y leal sobre el Cristo de los Evangelios y de la historia, formulado aún a sabiendas del misterio y, por consiguiente, casi balbuciendo, pero sin renunciar a la claridad de los conceptos elaborados con la ayuda del Espíritu por los Concilios y los Padres y trasmitidos hasta nosotros por la Iglesia.

6. A este "depósito" revelado y trasmitido deberá permanecer fiel la catequesis cristológica, la cual, estudiando y presentando la figura, la palabra, la obra del Cristo de los Evangelios, podrá poner magníficamente de relieve, precisamente en este contenido de verdad y de vida, la afirmación de la preexistencia eterna del Verbo, el misterio de su kénosis (cf. Flp 2, 7), su predestinación y exaltación que es el fin verdadero de toda la economía de la salvación y que engloba con Cristo y en Cristo, Hombre-Dios, a toda la humanidad y, en cierto modo, a todo lo creado.

Esta catequesis deberá presentar la verdad integral de Cristo como Hijo y Verbo de Dios en la grandeza de la Trinidad (otro dogma fundamental cristiano), que se encarna por nuestra salvación y realiza así la máxima unión pensable y posible entre la creatura y el Creador, en el ser humano y en todo el universo. Dicha catequesis no podrá descuidar, además, la verdad de Cristo que tiene una propia realidad ontológica de humanidad perteneciente a la Persona divina, pero que tiene también una íntima conciencia de su divinidad, de la unidad entre su humanidad y su divinidad y de la misión salvífica que, como hombre, le fue confiada.

Aparecerá, así, la verdad por la cual en Jesús de Nazaret, en su experiencia y conocimiento interior, se da la realización más alta de la "personalidad" también en su valor de sensus sui, de autoconsciencia, como fundamento y centro vital de toda actividad interior y externa, pero realizada en la esfera infinitamente superior de la persona divina del Hijo.

Aparecerá igualmente la verdad del Cristo que pertenece a la historia como un personaje y un hecho particular ("factum ex muliere, natum sub lege": Gál 4, 4), pero que concretiza en Sí mismo el valor universal de la humanidad pensada y creada en el "consejo eterno" de Dios; la verdad de Cristo como realización total del proyecto eterno que se traduce en la "alianza" y en el "reino" —de Dios y del hombre— que conocemos por la profecía y la historia bíblica: la verdad del Cristo, Logos eterno, luz y razón de todas las cosas (cf. Jn 1, 4. 9 ss.), que se encarna y se hace presente en medio de los hombres y de las cosas, en el corazón de la historia, para ser —según el designio de Dios Padre— la cabeza ontológica del universo, el Redentor y Salvador de todos los hombres, el Restaurador que recapitula todas las cosas del cielo y de la tierra (cf. Ef 1, 10).

7. Bien lejos de las tentaciones de cualquier forma de monismo materialista o panlógico, una nueva reflexión sobre este misterio de Dios que asume la humanidad para integrarla, salvarla y glorificarla en la comunión conclusiva de su gloria, no pierde nada de su fascinación y permite saborear su verdad y belleza profundas, si, desarrollada y explicada en el ámbito de la cristología de los Concilios y de la Iglesia, es llevada también a nuevas expresiones teológicas, filosóficas y artísticas (cf. Gaudium et spes, 62), por las que el espíritu humano pueda adquirir cada vez más y mejor lo que brota del abismo infinito de la revelación divina.


Saludos

Me es grato saludar ahora con afecto a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. De modo particular saludo a las Religiosas Hijas de Jesús y a las Siervas de Jesús. También a la peregrinación de la parroquia de Puebla del Duc (Valencia), al grupo de la Tercera Edad de Manacor (Mallorca) y a los estudiantes del Colegio Mater Salvatoris de Aravaca (Madrid). Un saludo especial dirijo también a los jóvenes del Coro del Teatro Nacional de Costa Rica, así como a la peregrinación mariana de la diócesis de El Paso (Texas) con su Obispo.

En este Año Mariano pidamos de manera particular a la Virgen María que nos ayude a comprender y creer firmemente en el misterio de su Hijo Jesús, Dios y Hombre verdadero.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.



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