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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

MISA DE CLAUSURA DEL JUBILEO DE SAN ESTANISLAO

HOMILÍA  DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Cracovia
Domingo 10 de junio de 1979

 

¡Alabado sea Jesucristo!

1. Todos nosotros, reunidos hoy aquí, nos encontramos frente a un gran misterio de la historia del hombre: Cristo, después de su resurrección, se encuentra con los Apóstoles en Galilea y les dirige las palabras que hemos escuchado hace unos momentos por boca del diácono que ha anunciado el Evangelio: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 18-20).

En estas palabras se encierra el gran misterio de la historia de la humanidad y de la historia del hombre.

En efecto, todo hombre está en marcha. Camina hacia el futuro. También las naciones están en marcha. Y la humanidad entera. Caminar significa no sólo soportar las exigencias del tiempo, dejando continuamente detrás de sí el pasado: el día de ayer, los años, los siglos... Caminar quiere decir ser además conscientes de la meta.

¿Es que acaso el hombre y la humanidad en su andadura por esta tierra pasan solamente o desaparecen? ¿Para el hombre todo consiste acaso en lo que él, sobre esta tierra, construye, conquista y de lo cual goza? Independientemente de todas las conquistas, de todo el conjunto de la vida (cultura, civilización y técnica), ¿no le espera nada más? "Pasa la figura de este mundo". ¿Y el hombre pasa totalmente junto con ella?

Las palabras pronunciadas por Cristo en el momento de despedirse de los Apóstoles expresan el misterio de la historia del hombre, de cada uno en particular y de todos en general, el misterio de la historia de la humanidad.

El bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo es una inmersión en el Dios vivo, "en el que Es", como afirma el libro del Génesis, en Aquel "que es, que era y que viene", como dice el Apocalipsis (1, 4). El bautismo es el comienzo del encuentro, de la unidad, de la comunión, para el que toda la vida terrena es solamente un prólogo y una introducción; el cumplimiento y la plenitud pertenecen a la eternidad. "Pasa la figura de este mundo". Debemos, por consiguiente, encontrarnos "en el mundo de Dios", para alcanzar el fin, para llegar a la plenitud de la vida y de la vocación del hombre.

Cristo nos ha mostrado el camino y, al despedirse de los Apóstoles, lo ha confirmado una vez más, les encomendó que ellos y toda la Iglesia enseñaran a observar todo lo que El les había ordenado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".

2. Escuchamos siempre con la máxima emoción estas palabras, con las que el Redentor resucitado delinea la historia de la humanidad y, a la vez, la historia de cada hombre. Cuando dice "enseñad a todos los pueblos", aparece ante los ojos de nuestra alma el momento en que el Evangelio ha llegado a nuestra nación, en los comienzos mismos de su historia, y cuando los primeros polacos recibieron el bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El perfil espiritual de la historia de la patria ha sido trazado por las mismas palabras de Cristo, dichas a los Apóstoles. El perfil de la historia espiritual de cada uno de nosotros ha sido también trazado más o menos de la misma manera.

El hombre es, en efecto, un ser racional y libre, es un sujeto consciente y responsable. El puede y debe, con el esfuerzo personal del pensamiento, llegar a la verdad. Puede y debe elegir y decidir. El bautismo, recibido en los albores de la historia de Polonia, nos ha hecho aún más conscientes de la auténtica grandeza del hombre, "la inmersión en el agua" es signo de la llamada a participar en la vida de la Santísima Trinidad, y es, al mismo tiempo, una comprobación insustituible de la dignidad de todo hombre. Ya la misma llamada testimonia en su favor: el hombre debe tener una dignidad extraordinaria, si ha sido llamado a tal participación, a la participación de Dios mismo.

Asimismo, todo el proceso histórico de la conciencia y de las decisiones del hombre está íntimamente unido a la viva tradición de la propia nación en la que, a través de todas las generaciones resuenan con eco vivo las palabras de Cristo, el testimonio del Evangelio, la cultura cristiana, las costumbres nacidas de la fe, de la esperanza y de la caridad. El hombre elige responsablemente, con libertad interior. Aquí la tradición no es limitación: es tesoro, es riqueza espiritual, es un gran bien común que se confirma con cada elección, con cada acto noble, con toda vida auténticamente vivida como cristiano.

¿Se puede rechazar todo esto? ¿Se puede decir "no"? ¿Se puede rechazar a Cristo y todo lo que El he traído a la historia del hombre?

Ciertamente se puede. El hombre es libre. El hombre puede decir a Dios: no. El hombre puede decir a Cristo: no. Pero permanece la pregunta fundamental: ¿Es lícito hacerlo? ¿Y en nombre de qué es lícito? ¿Qué argumento racional, qué valor de la voluntad y del corazón puedes tú poner delante de ti mismo, del prójimo, de los connacionales y de la nación, para rechazar, para decir "no" a aquello de lo que todos hemos vivido durante mil años? ¿Se puede decir "no" a todo lo que ha creado y ha constituido siempre las bases de nuestra identidad?

En cierta ocasión Cristo preguntó a los Apóstoles (esto tuvo lugar después de la promesa de la institución de la Eucaristía y muchos se alejaron de El): "¿Queréis iros vosotros también" (Jn 6, 67). Permitid que el Sucesor de Pedro, ante todos vosotros aquí reunidos, y ante toda nuestra historia, y la sociedad contemporánea, repita hoy las palabras de Pedro, que fueron entonces su respuesta a la pregunta de Cristo: "¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

3. San Estanislao fue obispo de Kraków (Cracovia) durante siete años, como lo atestiguan las fuentes históricas- Este obispo-connacional, oriundo de la no lejana Szczepanów, llega a la sede de Kraków en el año 1072, para dejarla en 1079, sufriendo la muerte a manos del Rey Boleslao el Audaz. El día de la muerte, según las fuentes, era el 11 de abril y es precisamente en esta fecha en la que el calendario litúrgico de la Iglesia universal conmemora a San Estanislao. En Polonia la solemnidad del obispo mártir se celebra desde hace siglos el 8 de mayo, y sigue celebrándose todavía hoy.

Cuando, como metropolitano de Kraków inicié con vosotros los preparativos del IX centenario de la muerte de San Estanislao, que se celebra este año, estábamos todos aún bajo la impresión del milenio del bautismo de Polonia, celebrado en el año del Señor 1966. A la luz de este acontecimiento y en comparación con la figura de San Adalberto, también él obispo y mártir, cuya vida está unida a nuestra historia desde la época del bautismo, la figura de San Estanislao parece indicar (por analogía) otro sacramento, que forma parte de la iniciación del cristiano a la fe y a la vida de la Iglesia. Este sacramento, como es sabido, es el de la confirmación. Toda la relectura "jubilar" de la misión de San Estanislao en la historia de nuestro milenario cristiano, y además toda la preparación espiritual a las celebraciones de este año se refería precisamente a este sacramento do la confirmación.

La analogía tiene muchos aspectos. Pero, especialmente, la hemos buscado en el desarrollo normal de la vida cristiana. Como un hombre bautizado llega a ser cristiano maduro mediante el sacramento de la confirmación, así también la Providencia Divina ha dado a nuestra nación, a su debido tiempo, después del bautismo, el momento histórico de la confirmación. San Estanislao, que dista casi un siglo de la época del bautismo, simboliza este momento de modo peculiar, por el hecho de haber dado testimonio de Cristo, derramando la propia sangre. El sacramento de la confirmación en la vida de cada cristiano, frecuentemente joven, dado que la juventud es la que recibe este sacramento —también Polonia era entonces una nación y país joven— debe hacer que también él sea "testigo de Cristo" en la medida de la propia vida y de la propia vocación. Este es un sacramento que de modo particular nos asocia a la misión de los Apóstoles, en cuanto introduce a cada bautizado en el apostolado de la Iglesia (especialmente en el apostolado llamado de los laicos).

Es el sacramento que debe hacer nacer en nosotros un profundo sentido de responsabilidad por la Iglesia, por el Evangelio, por la causa de Cristo en las almas de los hombres, por la salvación del mundo.

El sacramento de la confirmación lo recibimos sólo una vez durante la vida (como ocurre con el bautismo), y la vida entera, que se abre en la perspectiva de este sacramento, adquiere el aspecto de una gran y fundamental prueba: prueba de fe y de carácter. San Estanislao ha llegado a ser, en la historia espiritual de los polacos, patrono de aquella gran y fundamental prueba de fe y de carácter. Lo veneramos además como patrono del orden moral cristiano. En definitiva, el orden moral se constituye de hecho a través de los hombres. Este orden se compone de un gran número de pruebas, cada una de las cuales es prueba de fe y de carácter. En definitiva el orden moral deriva de toda prueba victoriosa, mientras que toda prueba malograda trae desorden.

Sabemos también muy bien, por toda nuestra historia, que no podemos absolutamente, a ningún coste, permitirnos este desorden, que ya hemos pagado amargamente en otras ocasiones.

Por consiguiente, nuestra meditación de estos siete últimos años sobre la figura de San Estanislao, nuestra referencia a su ministerio pastoral en la sede de Kraków, el nuevo examen de sus reliquias, o sea, del cráneo del Santo, que tiene impresas las huellas de los golpes mortales, todo ello conduce hoy a una asidua y fervorosa oración por la victoria del orden moral en esta difícil época de nuestra historia.

Esta es la conclusión esencial de todo el tenaz trabajo de estos siete años, la condición principal y, a la vez, la finalidad de la renovación conciliar, por la que ha trabajado tan pacientemente el Sínodo de la archidiócesis de Kraków; y también el principal inspirador de la pastoral y de toda la actividad de la Iglesia, y de todos los trabajos, de todos los deberes y programas que han sido y que serán emprendidos en el territorio polaco.

Que este año de San Estanislao sea el año de una particular madurez histórica de la nación y de la Iglesia polaca, el año de una nueva consciente responsabilidad para el futuro de la nación y de la Iglesia en Polonia: éste es el voto que hoy, aquí con vosotros, venerables y queridos hermanos y hermanas, deseo, como primer Papa de estire polaca, ofrecer al Rey inmortal de los siglos, al eterno Pastor de nuestras almas y de nuestra historia, al Buen Pastor.

4. Permitid, ahora que, para hacer una síntesis, abrace espiritualmente toda mi peregrinación en Polonia, que, comenzada en la vigilia de Pentecostés en Warszawa (Varsovia), está para terminar hoy en Kraków, en la solemnidad de la Santísima Trinidad. ¡Amadísimos connacionales, deseo daros las gracias por todo! Porque me habéis invitado y me habéis acompañado en todo el recorrido de la peregrinación, desde Warszawa a través de Gniezno de los Primados y de Jasna Góra. Doy las gracias una vez más a las autoridades del Estado por su gentil invitación y acogida. Doy las gracias a las autoridades de los departamentos y especialmente a las autoridades de la ciudad de Warszawa y —en esta última etapa— a las autoridades municipales de la antigua ciudad real de Kraków. Doy gracias a la Iglesia de mi patria: al Episcopado, con el cardenal primado a la cabeza, al metropolitano de Kraków y a mis hermanos obispos: Julian, Jan, Stanislaw y Albin, con quienes he podido colaborar aquí, en Kraków, durante muchos años, en la preparación del jubileo de San Estanislao. Doy las gracias también a los obispos de todas las diócesis sufragáneas de Kraków, Czestochowa, Katowice, Kielce y Tarnów. Tarnów es, a través de Szczepanów, la primera patria de San Estanislao. Doy las gracias a todo el clero. Doy gracias a las Ordenes religiosas masculinas y femeninas. Doy gracias a todos y a cada uno en particular. En verdad es justo y necesario, nuestro deber y salvación, dar gracias.

También yo, ahora, en este último día de mi peregrinación a través de Polonia, deseo abrir totalmente mi corazón y gritar con fuerza, dando gracias con esta hermosa forma de "prefacio". Cuánto deseo que mi agradecimiento llegue a la Divina Majestad, al corazón de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Connacionales míos: Con cuánto fervor doy gracias una vez más, en unión con vosotros, por el don de haber sido bautizados, hace más de mil años, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; de haber sido sumergidos en el agua que, por la gracia, perfecciona en nosotros la imagen de Dios vivo, en el agua que es una ola de eternidad: "fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4, 14). Doy gracias porque nosotros los hombres, nosotros los polacos, cada uno de los cuales, en cuanto hombre, nace de la carne y de la sangre (cf. Jn 3, 6) de sus padres, hemos sido concebidos y hemos nacido del Espíritu (cf. Jn 3, 5). Del Espíritu Santo.

Deseo pues hoy, estando aquí —en estos espaciosos prados de Kraków—, y dirigiendo la mirada hacia Wawel y Skalka donde, hace novecientos años, "sufrió la muerte el célebre obispo Estanislao", cumplir una vez más lo que se efectúa en el sacramento de la confirmación, del que él es símbolo en nuestra historia. Deseo que lo que ha sido concebido y nacido del Espíritu Santo, sea confirmado nuevamente mediante la cruz y la resurrección de Cristo, de la que participó de modo particular nuestro connacional San Estanislao de Szczepanów

Permitidme por tanto que, al igual que el obispo durante la confirmación, también yo repita hoy aquel gesto apostólico de la imposición de las manos sobre todos los que están aquí presentes, sobre todos mis connacionales. En esta imposición de las manos, en efecto, se expresa la aceptación y la transmisión del Espíritu Santo, que los Apóstoles recibieron del mismo Cristo, cuando después de la resurrección se apareció a ellos "estando cerradas las puertas"(Jn 20, 19) y dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22).

Este Espíritu: Espíritu de salvación, de redención, de conversión y de santidad, Espíritu de verdad, Espíritu de amor y Espíritu de fortaleza —heredado como fuerza viva por los Apóstoles— ha sido transmitido tantas veces por las manos de los obispos a generaciones enteras en tierra polaca. Este Espíritu —así como el obispo oriundo de Szczepanów lo transmitía a sus contemporáneos— deseo transmitirlo hoy a vosotros. Deseo hoy transmitiros este Espíritu abrazando cordialmente con profunda humildad la gran "confirmación de la historia" que estáis viviendo.

Repito pues siguiendo al mismo Cristo:

"Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22).

Repito siguiendo al Apóstol:

"No apaguéis el Espíritu" (1 Tes 5, 19).

Repito siguiendo al Apóstol:

"No entristezcáis al Espíritu Santo" (Ef 4, 30).

Debéis ser fuertes, queridísimos hermanos y hermanas. Debéis ser fuertes con la fuerza que brota de la fe. Debéis ser fuertes con la fuerza de la fe. Debéis ser fieles. Hoy más que en cualquier otra época tenéis necesidad de esta fuerza. Debéis ser fuertes con la fuerza de la esperanza que lleva consigo la perfecta alegría de vivir y no permite entristecer al Espíritu Santo.

Debéis ser fuertes con la fuerza del amor, que es más fuerte que la muerte, como han revelado San Estanislao y el Beato Maximiliano Kolbe. Debéis ser fuertes con ese amor que es "paciente, es benigno... que no es envidioso, no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás decae" (1 Cor 13, 4-8).

Debéis ser fuertes con la fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad, consciente y madura, responsable, que nos ayuda a entablar el gran diálogo con el hombre y con el mundo en esta etapa de nuestra historia: diálogo con el hombre y con el mundo, radicado en el diálogo con Dios mismo —con el Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo—, diálogo de la salvación.

Quisiera que se reanudase este diálogo juntamente con todos nuestros hermanos cristianos, si bien hoy todavía separados, pero unidos por una fe única en Cristo. Hablo de esto aquí, en este lugar, para expresar palabras de gratitud por la carta que he recibido de los representantes del Consejo Ecuménico polaco. Pese a que, por causa del programa tan denso, no hemos podido tener un encuentro en Warszawa, recordad, queridos hermanos en Cristo, que llevo en el corazón ese encuentro como un vivo deseo y como expresión de la confianza para el futuro.

Aquel diálogo no cesa de ser vocación a través de todos los "signos de los tiempos". Juan XXIII y Pablo VI, juntamente con el Concilio Vaticano II han acogido esta invitación al diálogo. Juan Pablo II, desde el primer día, confirma esta disponibilidad. ¡Sí! Es necesario trabajar por la paz y la reconciliación entre los hombres y las naciones de todo el mundo. Hay que tratar de acercarnos recíprocamente. Hay que abrir las fronteras. Cuando somos fuertes con el Espíritu de Dios, somos también fuertes en la fe en el hombre, fuertes en la fe, la esperanza y la caridad —que son indisolubles— y estamos dispuestos a dar testimonio por la causa del hombre ante aquél, verdaderamente interesado en esta causa; para el que esta causa es sagrada. Ante aquel que desea servirla con la mejor voluntad. No hay que tener pues miedo. Hay que abrir las fronteras. Recordaos que no existe el imperialismo de la Iglesia, sino solamente el servicio. Existe solamente la muerte de Cristo en el Calvario. Existe la acción del Espíritu Santo, fruto de esta muerte, Espíritu Santo que permanece con todos nosotros, con la humanidad entera, "hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

Con particular gozo saludo aquí a los grupos de nuestros hermanos llegados del sur, del otro lado de los Cárpatos. Dios os recompense por vuestra presencia. ¡Cuánto desearía que pudiesen estar aquí también presentes los demás! ¡Dios os lo pague, hermanos Lusazianos! ¡Cómo habría deseado que hubiesen estado aquí también presentes, durante esta peregrinación del Papa eslavo, los demás hermanos nuestros en la lengua y en los acontecimientos de la historia! Y si no están aquí, si no se hallan presentes en esta explanada, recuerden que por esto están más presentes todavía en nuestro corazón. Recuerden que están más presentes en nuestro corazón y en nuestras oraciones.

5. Allá en Warszawa, por lo demás, en la plaza de la Victoria, está la tumba del Soldado Desconocido, desde donde he comenzado mi ministerio de peregrino en tierra polaca; y aquí, en Kraków, junto al Vístula —entre Wawel y Skalka—, la tumba del "Obispo Desconocido", del que ha quedado una maravillosa "reliquia" en el tesoro de nuestra historia.

Por esto, permitid que antes de dejaros, dirija todavía una mirada sobre Kraków, esta Kraków de la cual cada una de las piedras y ladrillos me son queridos.

Y que mire también desde aquí a Polonia... '

Por eso antes de marchar de aquí, os ruego que aceptéis una vez más todo el patrimonio espiritual cuyo nombre es "Polonia", con la fe, con la esperanza y la caridad que Cristo ha injertado en nosotros a través del santo bautismo.

Os ruego:

— que no perdáis jamás la confianza. que no os dejéis abatir, que no os desaniméis;

— que no cortéis por vuestra cuenta las raíces de nuestros orígenes.

Os ruego:

— que tengáis confianza, a pesar de vuestra debilidad, que busquéis siempre la fuerza espiritual de Aquel en quien tantas generaciones de nuestros padres y  de nuestras madres la han encontrado.

No os separéis jamás de El.

No perdáis jamás la libertad de espíritu, con la que El "hace libre" al hombre.

No despreciéis jamás la caridad que es la cosa "más grande" que se ha manifestado a través de la cruz, y sin la cual la vida humana no tiene raíz ni sentido.

Os pido todo esto:

— en recuerdo y por la poderosa intercesión de la Madre de Dios de Jasna Góra y de todos sus santuarios en tierra polaca;

— en recuerdo de San Wojciech, que sufrió la muerte por Cristo cerca del mar Báltico;

— en recuerdo de San Estanislao, muerto por la espada del Rey en Skalka. Os pido todo esto.

Amén.



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