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VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

MISA PARA LA COMUNIDAD POLACA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Parroquia de los Cinco Santos Mártires de Chicago
Viernes 5 de octubre de 1979

 

Dentro de poco, ofreceremos a Dios pan y vino. Yo recibiré estos dones de vuestras manos para ofrecerlos al Padre celestial. Hacemos esto en todas las Misas. Pero, aunque cada vez lo hacemos de la misma manera, sin embargo, cada vez la ofrenda tiene un contenido diverso, suena de modo diferente en nuestros labios y revela diferentes secretos de nuestro corazón. Hoy habla de manera totalmente especial.

Al aceptar vuestros dones en el ofertorio y al ponerlos sobre este altar, quisiera expresar con ellos todas las aportaciones que los hijos e hijas de nuestra primera madre patria, Polonia, han dado a la historia y a la vida de su segunda patria, en este lado del océano; todo su trabajo, los esfuerzos, las luchas y los sufrimientos; todos los frutos de sus mentes, corazones y manos; todas las conquistas de los individuos, familias y comunidades. Pero también todas las desilusiones; dolores y contrariedades; toda la nostalgia de sus casas, cuando atravesaron el océano, forzados por la pobreza grande; todo el precio de amor que debieron dejar para buscar de nuevo aquí múltiples vínculos familiares, sociales y humanos.

Quiero incluir en este Sacrificio toda la atención pastoral de la Iglesia, todo el trabajo realizado por el clero y por este seminario que, durante muchos años, ha preparado sacerdotes; el trabajo de religiosos y especialmente de religiosas, que han acompañado desde Polonia a sus compatriotas. Y también las actividades de las diversas organizaciones que han dado prueba de la fuerza del espíritu, de la iniciativa y habilidad, y sobre todo, de la prontitud en servir una causa buena, una causa común, aunque el océano separe la nueva patria de la vieja,

He mencionado ya muchas cosas y desearía haberlas recordado todas. Y por esto pido a todos y a cada uno de vosotros: completad la lista incompleta. Quisiera poner sobre este altar la ofrenda de todo lo que vosotros —la Polonia americana— habéis representado desde los primeros tiempos, desde el tiempo de Kosciuszko y Ruleski, para todas las generaciones, y de todo lo que representáis hoy.

Quiero ofrecer a Dios este santo Sacrificio como Obispo de Roma y como Papa, que es a la vez hijo de la misma nación de la que habéis venido.

Así quiero cumplir una obligación especial: la obligación de mi corazón y la de la historia. Nuestra Señora de Jasna Góra esté con nosotros maternalmente durante este santo Sacrificio, y, con Ella, los Santos Patronos de nuestro país, cuya devoción habéis traído a esta tierra.

Que esta ofrenda extraordinaria de pan y vino, este Sacrificio eucarístico, único en la historia de la Polonia americana, os una a todos en un amor grande y en una gran obra. Logre, sí, que Jesucristo continúe haciendo crecer vuestra fe y vuestra esperanza.

 



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