Index   Back Top Print

[ ES  - IT  - PT ]

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE LOS SANTOS DOCE APÓSTOLES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

III Domingo de Adviento, 16 de diciembre de 1979

 

"La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sea con todos vosotros" (Flp 1, 2).

Con estas palabras de San Pablo a los primeros cristianos de la ciudad de Filipos, dirijo mi saludo afectuoso a la la comunidad parroquial de los Doce Apóstoles.

1. Ante todo, un saludo cordial al cardenal Vicario y a los prelados que han querido participar en esta celebración eucarística.

Un saludo cordial a los miembros de la curia generalicia de los padres Franciscanos Menores Conventuales, quienes desde 1463 tienen la cura pastoral de esta insigne basílica.

Un fraternal saludo al párroco, padre Domenico Camusi, y a los religiosos que dedican sus energías al bien de las almas de esta zona del centro histórico de Roma.

Deseo saludar, además, a los numerosos religiosos que viven en el ámbito de la parroquia: los padres Servitas, los misioneros de San Vicente, los padres jesuitas de la Pontificia Universidad Gregoriana y del Pontificio Instituto Bíblico, que visité ayer por la tarde; y no puedo olvidar a las religiosas: las religiosas de María Reparadora, las religiosas del Sagrado Corazón, las Hijas de San Pablo, las religiosas polacas que están al servicio del Colegio Americano.

Finalmente, un saludo especial a todos los fieles: hombres, mujeres, niños, niñas, muchachos y muchachas, jóvenes, ancianos, que forman las "piedras vivas" (1 Pe 2, 5) de esta comunidad parroquial, la cual ciertamente no es muy amplia, cuenta, en efecto, con cerca de 800 almas y con 272 familias, pero no es menos rica de vitalidad y se halla cargada de problemas de carácter pastoral.

2. El tercer domingo de Adviento nos ofrece siempre acentos especiales de alegría, que se manifiestan como colores vivos en su forma litúrgica. La alegría es antítesis de la tristeza y del temor. Y por esto, el profeta Sofonías proclama, invitando a la alegría:

"No temas, Sión. / No se caigan tus manos, / que está en medio de ti Yahvé / como poderoso salvador; / se goza en ti con alegría, / te renovará su amor, / exultará sobre ti con júbilo / como en los días de fiesta" (Sof 3, 16-18).

Ahora ya sentimos la cercanía de la Navidad. El Adviento nos acerca a ella a través de sus cuatro domingos, de los cuales hoy es el tercero.

San Pablo en la Carta a los Filipenses repite la misma invitación a la alegría. Mientras el profeta ha anunciado la presencia del Señor en Sión, el apóstol anuncia su cercanía: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos. Vuestra modestia sea notoria a todos los hombres. El Señor está próximo" (Flp 4, 4-5).

3. La conciencia de la cercanía de Dios, que viene para "estar con nosotros" (Emmanuel), debe reflejarse en toda nuestra conducta. Y de esto nos habla la liturgia de hoy por boca de San Juan Bautista, que predicaba junto al jordán.

Varios hombres llegaron a él para preguntarle: "¿Qué hemos de hacer"? (Lc 3, 10). Las respuestas son diversas.

Una para los publicanos, otra para los soldados: a los primeros los invita a la honestidad profesional, a los otros a respetar al prójimo en los simples problemas humanos. E invita a todos a la misma actitud, a la que habían invitado los Profetas en toda la tradición del Antiguo Testamento: a compartir todo con los otros; a ponerse a su servicio según la propia abundancia; a realizar obras de caridad y de misericordia.

Estas respuestas de Juan junto al Jordán las podríamos ampliar y multiplicar, trasladándolas también a nuestro tiempo, a las condiciones en que viven los hombres de hoy. La sensación de la cercanía de Dios provoca siempre preguntas semejantes a las que se le propusieron a Juan junto al Jordán: "¿Qué debo hacer?" "¿Qué debemos hacer? La Iglesia no cesa de responder a estas preguntas. Basta leer con atención los documentos del Concilio Vaticano II para constatar a cuantas preguntas del hombre actual ha dado el Concilio respuestas adecuadas. Respuestas dirigidas a todos los cristianos y a cada uno de los grupos, a la juventud, a los hombres de cultura y de ciencia, a los hombres de la economía y de la política, a los hombres del trabajo...

4. Sin embargo, es necesario que esa pregunta: "¿Qué debemos hacer?", se dirija no sólo a todos, sino también a cada uno. No sólo a cada uno de los grupos y comunidades según su responsabilidad. social, sino también a lo profundo de la conciencia de cada uno de nosotros. ¿Qué debo hacer? ¿Cuáles son mis deberes concretos? ¿Cómo debo servir el auténtico bien y evitar el mal? ¿Cómo debo realizar las tareas de mi vida?

El Adviento nos conduce a cada uno, por decirlo así, "a la morada interna de su corazón" para vivir allí la cercanía de Dios, respondiendo a la pregunta que este corazón humano debe proponerse en el conjunto de la verdad interior.

Y cuando, así sincera y honestamente, nos planteamos esta pregunta, en la presencia de Dios, entonces se realiza siempre aquello de lo que habla Juan junto al Jordán en su metáfora sugestiva: He aquí el aventador para limpiar la era. El permite al agricultor recoger el grano en el granero, quemar la paja con fuego (inextinguible) (cf. Lc 3, 17). Así precisamente es necesario hacer más de una vez. Es necesario concentrarse dentro de sí, con la ayuda de esta luz, que el Espíritu Santo no escatimará, delinear en sí y separar el bien y el mal. Llamar por su nombre al uno y al otro, no engañarse a sí mismos. Entonces esto será un verdadero "bautismo" que renovará el alma. El que viene "está cerca" (Flp 4, 5), viene a bautizarnos en Espíritu Santo y fuego (cf. Lc 3, 18).

El Adviento —preparación a la gran solemnidad de la Encarnación— debe estar unido a esta purificación. Que se reanime la práctica del sacramento de la penitencia. Si ha de ser auténtica esa alegría de la proximidad del Señor que anuncia el domingo de hoy, debemos purificar nuestros corazones. La liturgia de hoy nos indica la doble fuente de la alegría: la primera es la que se deriva de la realización honesta de nuestras tareas en la vida; la segunda es la que se nos da por la purificación sacramental y por la absolución de los pecados, que gravan sobre nuestra alma.

5. "El Señor está cerca", anuncia San Pablo en la Carta a los Filipenses. Con este hecho se vincula la invitación a la esperanza. Porque, aun cuando nuestra vida puede oprimir a cada uno de nosotros con un múltiple peso, "Dios es mi salvación" (Is 12, 2). Si el Señor se acerca a nosotros lo hace para que podamos sacar "con alegría el agua de las fuentes de la salud" (Is 12, 3), a fin de que podamos conocer "sus obras", las que ha realizado y realiza continuamente para bien del hombre.

La primera de todas estas obras es la creación, el bien natural, material y espiritual, que brota de ella. He aquí que nos acercamos a la nueva obra espléndida del Dios viviente, al nuevo "mirabile Dei": he aquí que viviremos de nuevo en la liturgia de la Iglesia el misterio de la Encarnación de Dios. Dios-Hijo se ha hecho hombre; el Verbo se ha hecho carne para injertar en el corazón del hombre la fuerza y la dignidad sobrenaturales: "Dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12).

Y he aquí, cómo mirando hacia el Jordán, que en la liturgia de cada año constituye el recuerdo de este gran misterio, grita el Apóstol: "¡Por nada os inquietéis!, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones acompañadas de acción de gracias" (Flp 4. 6).

¡No os inquietéis por nada! Nunca. ¿No debemos realizar nuestros deberes y nuestras tareas con tanta escrupulosidad como hemos oído de labios de Juan Bautista? Ciertamente. La cercanía de Dios nos pide todo esto. Pero simultáneamente la misma cercanía de Dios, su Encarnación, su voluntad salvífica para el hombre nos exigen que no nos dejemos absorber completamente por las solicitudes temporales, que no vivamos de tal manera como si sólo fuese importante "este mundo", que no perdamos la perspectiva de la eternidad. La venida de Cristo, la Encarnación del Hijo de Dios, nos pide que abramos nuevamente en nuestros corazones esta perspectiva divina. Esto es precisamente el Adviento. Esto quiere decirnos el "Alegraos" de hoy. La perspectiva divina de la vida, que sobrepasa las fronteras de la temporalidad, es la fuente de nuestra alegría.

6. Esta perspectiva es también la fuente de la paz espiritual. Para el hombre contemporáneo, que tiene diversos motivos para la inquietud y para el miedo, deben tener un significado especial las últimas palabras de 1'a segunda lectura de hoy: "Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4, 7).

He aquí el deseo de la Iglesia para cada uno de nosotros en la cercanía de Navidad.

En nombre de la Iglesia, deseo esta "paz de Dios" a los padres y a las madres de la parroquia, para que, en la fidelidad plena a su misión conyugal, sepan ayudar. con su vida y con su ejemplo, a sus hijos a madurar y crecer en la fe cristiana.

Deseo esta paz a los jóvenes y a las jóvenes de la parroquia, para que estén siempre convencidos de que la violencia no da alegría, sino que siembra odio, sangre, muerte, desorden, y que la sociedad soñada y entrevista por ellos será fruto de sus sacrificios, de su compromiso. de su trabajo, en el respeto solidario hacia los demás.

Deseo esta paz a los ancianos y a los enfermos de la parroquia, para que sean conscientes de que sus oraciones y sus sufrimientos son muy preciosos para el crecimiento de la Iglesia.

Así sea.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana