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VISITA AL PONTIFICIO COLEGIO IRLANDÉS DE ROMA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 13 de enero de 1980

 

Muy amados en Cristo:

1. Hoy una vez más, y de un modo especial, el Papa pertenece a Irlanda.

Después de mi visita a vuestra tierra, supone para mí una gran alegría venir al Pontificio Colegio Irlandés y reunirme con todos los que vivís aquí: sacerdotes y seminaristas, y hermanas de San Juan de Dios. Mi visita va destinada también a la comunidad del colegio franciscano de San Isidoro y al colegio agustiniano de San Patricio. Junto con el cardenal primado de Irlanda y algunos hermanos en el Episcopado, incluyendo antiguos rectores del Colegio Irlandés, celebramos juntos nuestra unidad en Jesucristo y en su Iglesia.

El lugar de nuestra celebración es importante por su contribución a la Iglesia, por el impacto que ha tenido en las vidas de los irlandeses, y por su responsabilidad de cara a futuras generaciones. Es igualmente importante por el testimonio de amor cristiano que aquí se ha dado: un ejemplo que conozco bien es la hospitalidad proporcionada por el Colegio Irlandés a refugiados polacos después de la segunda guerra mundial. A este respecto, la presencia en esta Misa de mons. Denis MacDaid constituye un vínculo vivo con las espléndidas realizaciones del pasado.

2. Y así, con nuestra historia y nuestras esperanzas, nos hallamos reunidos aquí para buscar luz y fortaleza en la conmemoración del bautismo del Señor. Tal como lo describen los Evangelios, el bautismo de Jesús señaló el comienzo de su ministerio público. Juan el Bautista proclamó la necesidad de la conversión, y el gran misterio de la comunión divina fue revelado: el Espíritu Santo descendió sobre Cristo, y Dios Padre lo presentó al mundo como su Hijo amado. A partir de este momento, Jesús se dedicó con resolución a su misión salvífica. La celebración de hoy nos invita a reflexionar personalmente sobre estos tres elementos: conversión, comunión y misión.

3. La tarea de Juan fue la de preparar la llegada de Cristo. La comunión existente en la vida de la Santísima Trinidad fue revelada en el contexto de la conversión. El Bautista proclamó una invitación a volver a Dios, a tomar conciencia del pecado, al arrepentimiento, a caminar en la verdad de nuestra propia relación con Dios. Entretanto, Jesús mismo se había sometido al rito penitencial y estaba orando cuando la voz del Padre le proclamó como Hijo: el que es totus ad Patrem, el que se halla totalmente dedicado al Padre y vive para El, el que está totalmente empapado en su amor. También nosotros estamos llamados a incorporar en nuestras vidas la actitud de Jesús hacia su Padre. La condición para esto, sin embargo, es la conversión: una vuelta a Dios diaria, repetida, constante, mantenida. La conversión consiste necesariamente en expresar la verdad de la adopción de hijos que adquirimos en el bautismo. Porque en el bautismo fuimos llamados a la unión con Cristo en su muerte y resurrección, y desde entonces hemos sido llamados a morir al pecado y a vivir para Dios. En el bautismo tuvo lugar en nosotros la acción vivificadora del Espíritu Santo, y el Padre ve en nosotros a su único Hijo, Jesucristo: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Lc 3, 22).

4. La comunión de la Santísima Trinidad continúa en nuestras vidas. A través de Jesucristo tiene lugar el misterio de la adopción divina (cf. Ef 1, 5; Gál 4, 5), cuando el Unigenitus Dei Filius se convierte en Primogenitus in multis fratribus (Rom 8, 29). Un antiguo estudiante del Colegio Irlandés, el Siervo de Dios Dom Columba Marmion, os ha legado a vosotros y a toda la Iglesia extensos escritos de profunda percepción y gran valor sobre este misterio de la filiación divina y sobre el carácter central de Jesucristo en el plan divino de santificación.

5. En nuestras vidas diarias, la llamada a la conversión y a la comunión divina presenta exigencias prácticas, si queremos caminar en la profunda verdad de nuestra vocación, en la sinceridad de nuestra relación con el Padre, a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo. En la práctica, debe haber una apertura al Padre y una apertura mutua. Recordad que Jesús es totus ad Patrem, y que deseó que el mundo le oyese decir: «Yo amo al Padre» (Jn 14, 31). Precisamente esta última semana, en mi audiencia del miércoles, mencioné que el hombre sólo cumple con su naturaleza «existiendo "con alguno'" y aún más profundamente y más completamente: existiendo "para alguno"» (Audiencia del 9 de enero de 1980). A su vez, estas palabras reflejan la enseñanza del Concilio Vaticano II cuando nos habla de la naturaleza social del hombre (cf. Gaudium et spes, 12, 25).

Nosotros, que en nuestro ministerio estamos llamados a formar comunidad sobre la base sobrenatural de la comunión divina, debemos ser los primeros en experimentar la comunidad en la fe y el amor. Esta experiencia de comunidad está enraizada en las más antiguas tradiciones de la Iglesia: tenemos que formar un solo corazón y una sola alma, y vivir unidos en la enseñanza de los Apóstoles, en la hermandad, en la fracción del pan y en la oración (cf. Act 4, 32; 2, 42).

Caminar en nuestra vocación significa esforzarse por agradar a Dios antes que a los hombres, por ser justos a los ojos de Dios. Significa llevar un estilo de vida que corresponda a la realidad de nuestro papel en la Iglesia de hoy, un estilo de vida que tenga en cuenta las necesidades de nuestros hermanos y el ministerio que ejerceremos el día de mañana. Vivir la verdad en el amor es un reto a la simplicidad de nuestras vidas y a una autodisciplina que se manifieste en un trabajo y un estudio diligentes, en una responsable preparación de cara a nuestra misión de servicio al Pueblo de Dios.

De un modo especial, vivir la verdad de nuestras vidas aquí y ahora (en Roma en 1980) significa fidelidad a la oración, contacto con Jesús, comunión con la Santísima Trinidad. El Evangelista señala que fue precisamente durante la oración de Jesús cuando se manifestó el misterio del amor del Padre y se reveló la comunión de las Tres Divinas Personas. Es en la oración donde aprendemos el misterio de Cristo y la sabiduría de la cruz. En la oración percibimos, en todas sus dimensiones. las necesidades reales de nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo; en la oración nos fortalecemos de cara a las posibilidades que tenemos delante; en la oración cogemos fuerza para la misión que Cristo comparte con nosotros: dar «el derecho a las naciones.., servir a la alianza del pueblo» (Is 42, 1. 6).

Por eso se intenta que esta casa y todas las casas religiosas y seminarios de Roma sean casas de oración, donde Cristo sea formado en cada generación. Debido a que vivís en Roma, en una diócesis de la que debo rendir cuentas personalmente al Señor, os será fácil comprender lo ardientemente que deseo que Cristo se forme en vosotros (cf. Gál 4, 19).

Pero no debéis caminar solos hacia esta meta. Podréis hallar fortaleza y apoyo en una comunidad de hermanos que mantienen vivos y puros los mismos altos ideales del sacerdocio de Cristo. En la comunión de la Iglesia encontraréis alegría. Bajo la guía de competentes padres espirituales hallaréis coraje y podréis evitar el desánimo; al dirigiros a ellos rendiréis, sobre todo, homenaje a la humanidad de la Palabra Encarnada de Dios, que continúa manteniendo y guiando a la Iglesia a través de instrumentos humanos.

6. Y, al esforzaros por aceptar plenamente la llamada a la conversión y a la comunión (la llamada a una plena vida en Cristo), el sentido de vuestra misión se hará cada vez más agudo. Con tranquilidad y confianza, debéis empezar a experimentar cada vez más un sentido de urgencia: la urgencia por comunicar a Cristo y su Evangelio salvífico.

Gracias a Dios, continúa ahora en Irlanda un período de intensa renovación espiritual. Todos vosotros debéis veros envueltos en él. Debéis prepararos para esta misión mediante el trabajo y el estudio, y especialmente la oración. A este respecto, os pido que escuchéis una vez más las palabras que preparé para los estudiantes de Maynooth: «Lo que realmente quiero que comprendáis es esto: que Dios cuenta con vosotros: que El hace sus planes, en cierto modo, dependiendo de vuestra libre colaboración, de la oblación de vuestras vidas y de la generosidad con que sigáis las inspiraciones que el Espíritu Santo os hace en el fondo de vuestros corazones. La fe católica de la Irlanda de hoy, está ligada, en el plan de Dios, a la fidelidad de San Patricio. Y mañana. sí, mañana algunos aspectos del plan de Dios estarán ligados a vuestra fidelidad, al fervor con que digáis sí a la Palabra de Dios en vuestras vidas»,

7. La juventud de Irlanda ha entendido y respondido muy bien a mi llamada, la llamada a acercarse a Cristo, que es «el camino, la verdad y la vida».. Pero ellos necesitan vuestra entrega especial, vuestra ayuda, vuestro ministerio, vuestro sacerdocio, en orden a que consigan vivir la verdad de su vocación cristiana. No les desilusionéis. Id donde ellos y sed reconocidos, al igual que los Apóstoles, como hombres que han estado con Jesús (cf. Act 4, 13), hombres que se han empapado de su Palabra y están inflamados de su celo: «Es preciso que anuncie también el reino de Dios... para esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Pero el éxito de esta misión vuestra depende de la autenticidad de vuestra conversión, del grado en que os hagáis conforme a Jesucristo, el Hijo amado del Padre Eterno, el Hijo de María. Dirigíos a Ella y pedidle su ayuda.

En esta Eucaristía que estoy celebrando con vosotros y para vosotros, tengo presente en mi corazón a vuestros familiares y amigos, y a toda la nación irlandesa. De un modo especial pido por la juventud de Irlanda. Y hoy, a vosotros, y a todos ellos a través de vosotros, deseo deciros una vez más: «¡Jóvenes de Irlanda, os quiero! ¡jóvenes de Irlanda, os bendigo! Os bendigo en nombre de Nuestro Señor Jesucristo». Amén-

 



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