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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Y SAN FELIPE MÁRTIR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO

Domingo 27 de enero de 1980

 

1. He deseado mucho visitar, precisamente hoy, vuestra parroquia, cuya patrona es Nuestra Señora de Guadalupe. Efectivamente, en estos días, hace un año, realicé mi primer viaje papal, que tuvo como meta México. El corazón de esta peregrinación fue precisamente el santuario de Guadalupe: un lugar maravilloso, ligado, por siglos enteros, a la historia de la evangelización y de la Iglesia en el continente americano. Es el primer santuario mariano no sólo de México, sino de toda América Latina, y en cierto sentido de toda América. Juzgo como un particular signo de la gracia divina que me haya sido dado comenzar la misión de mi servicio pastoral a la Iglesia universal precisamente con la peregrinación a Guadalupe. Es ciertamente uno de tantos lugares en la Iglesia, en los que se manifiesta de modo especial el misterio de la Madre, en cuanto que es corazón que une.

Esta unión en torno al corazón de la Madre se siente profundamente en México y también en otros países de ese continente. Vuestra parroquia, dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe, es como un testimonio viviente del vínculo que aquí en Roma, en el centro de la Iglesia, deseamos mantener siempre vivo con la Iglesia del lejano continente americano, reunido en torno a la Madre. Para mí este vínculo es particularmente querido, sobre todo desde el momento en que me fue dado pisar la tierra mexicana e ir en peregrinación al santuario de la Madre de Dios de Guadalupe, junto con los obispos de toda América Latina, reunidos para su Conferencia de Puebla.

2. Por esto he venido hoy a vuestra parroquia: para que, al recordar los acontecimientos de hace un año, tan importantes para mí, pueda realizar mi servicio pastoral también respecto a esta comunidad parroquial de la Iglesia Romana, que venera como su Patrona a la Madre de Dios del santuario mexicano.

Estoy contento de saludar a todos vosotros aquí presentes, queridos hermanos y hermanas, que formáis la comunidad parroquial. Sabed que os amo a todos y que os recuerdo de corazón en el Señor, sobre todo a los niños, a los enfermos, a los necesitados. Dirijo mi saludo, en particular, al obispo auxiliar, Remigio Ragonesi, que ha preparado diligentemente esta visita, y a los representantes de los numerosos institutos religiosos, masculinos y femeninos, que trabajan generosamente en el ámbito de la parroquia. Mi pensamiento se dirige, después, a las diversas asociaciones católicas qua agrupan a jóvenes y adultos para promover inteligentemente su formación cristiana integral. Deseo saludar además a los representantes de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Monte Mario que han querido asociarse a esta celebración eucarística.

Habiendo venido en visita pastoral a esta parroquia, que con su nombre evoca de modo tan vivo mi viaje de hace un año a México y mi peregrinación al santuario de la Virgen de Guadalupe, saludo cordialmente en su propia lengua al párroco y a los sacerdotes Legionarios de Cristo que se dedican con celo al bien de las almas en esta iglesia parroquial.

Asocio en el saludo a los seminaristas de la misma congregación de los Legionarios de Cristo, deseándoles que se entreguen con alegría a una sólida preparación al sacerdocio, para ser luego buenos dispensadores de los misterios de Dios y servidores de los hombres hermanos. Que la Virgen Santísima os ayude, amados hijos, a corresponder generosamente al don de la vocación y os acompañe hasta el altar y en toda vuestra vida.

Vuestra presencia y la de los otros miembros de la comunidad mexicana de Roma, me hacen pensar una vez más en todos vuestros compatriotas, a los que reitero el saludo dirigido en estos días mediante un mensaje especial por televisión, con motivo del primer aniversario de mi visita. Quiera el Señor y su Santísima Madre que este viaje y su recuerdo produzca renovados frutos de fe y de auténtica vida eclesia1 en México,

3. Volviendo, ahora, a las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo, meditemos sobre lo que nos dicen. Todo su rico contenido se podría encerrar en dos expresiones y conceptos principales: «cuerpo» y «palabra».

Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como «Cuerpo de Cristo». Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque «hemos sido bautizados en un sólo Espíritu» (1 Cor 12, 13) y «hemos bebido del mismo Espíritu» (ib.). Así, pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar también y hablar de los "órganos" del cuerpo e incluso de las "células" del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.

Y baste esto sobre el tema del  «cuerpo».

El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la «palabra». El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando El fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21).

De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.

4. El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.

La palabra de la predicación de Cristo —y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia— es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan en Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la Palabra de Cristo mismo anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.

Vuestra parroquia participa en este proceso.

Precisamente por este motivo es parroquia, esto es, parte orgánica de esa unidad que constituye la Iglesia romana, primero la "local" y después la "universal", participando en ese proceso que comenzó en Nazaret y que perdura ininterrumpidamente. Es un proceso de aceptación de la Palabra y de construcción del Cuerpo de Cristo en la unidad de la vida cristiana.

Por esto la catequesis parroquial tiene un significado tan grande. Es al mismo tiempo familiar y ambiental, pero la parroquia tiene en la mano todos sus hilos, así como después los hilos de la catequesis en toda Roma los tiene en la mano la diócesis de Roma. Esta es la estructura externa de esta unidad, que constituye la Iglesia.

En esta estructura. cada uno de nosotros debe contribuir a la construcción de la unidad, sobre todo por el hecho de que la alcanza, asimilando la Palabra de Dios, tratando de entender cada vez mejor la enseñanza que nos ha traído Cristo, y comprometiéndose, de acuerdo con ella, a formar la propia vida cristiana. Y después, a medida que se convierte en un cristiano maduro, cada uno de los bautizados no sólo alcanza esta unidad a través de la Palabra de Dios y de la fe, con la que vive la Iglesia, sino que trata también de poner en ella algo de sí mismo y de transmitirlo a los otros: ya sea en forma de catequesis familiar, enseñando a los propios hijos las verdades de la fe, ya sea actuando en la parroquia, en relación con los otros. Sabemos que en este campo hay muchos caminos y muchos modos.

En todo caso, como he escrito en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, «la parroquia sigue siendo el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación en ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser Pueblo de Dios. Allí el pan de la buena doctrina y de la Eucaristía son repartirlos en abundancia en el marco de un sólo acto de culto: desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo» (núm. 67).

5. Al meditar junto con vosotros sobre estos problemas, tan importantes para la construcción de la unidad de la Iglesia en vuestra comunidad parroquial, no puedo olvidar dos circunstancias.

Ante todo, sabéis que la semana pasada, del 16 al 25 de enero, estaba dedicada, como acaece cada año, a la oración por la unidad de los cristianos. Se ha celebrado con el lema de la invocación de la plegaria del Señor: "Venga tu Reino". La cuestión de la unidad de los cristianos corresponde a las primerísimas intenciones de Cristo Señor en relación a su Iglesia y se coloca en el camino que conduce a ese Reino, el Reino de Dios mismo, por cuya venida rezamos constantemente.

En segundo lugar, permitidme volver una vez más a lo que he dicho, al comienzo, sobre el Corazón de la Madre que une. Vuelvo a este tema para encomendaros a todos, en el día de mi visita, a esta Madre, a la que habéis dedicado vuestra parroquia como a su Patrona. Este Corazón que une a todos los pueblos y continentes, os una también a vosotros constantemente en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, de enseñanza, de descanso. Os una, a través de esta parroquia, con la Iglesia en la que vive Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y que actúa por medio de su Espíritu.

 



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