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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN TIMOTEO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 10 de febrero de 1980

 

1. Estoy contento de encontrarme aquí en medio de vosotros, queridos fieles de la parroquia de San Timoteo en Casal Palocco, para vivir un momento intenso de comunión eclesial junto con vosotros, que, a través de mi humilde persona, os alegráis hoy con la presencia de vuestro Obispo, el cual, como afirma el Concilio, "hace las veces de Cristo mismo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su lugar" (Lumen gentium, 21).

Estoy contento de volver a descubrir y profundizar con vosotros en los textos de la liturgia de este domingo, la fundamental vocación-misión del cristiano que, como los Profetas, como los Apóstoles, está llamada a desarrollar el ministerio de anunciar y evangelizar a Cristo, haciéndolo actual mediante el propio testimonio vivo.

Animados por la conciencia de una tarea tan exaltante, acoged, queridos fieles, mi saludo afectuoso, que se dirige ante todo a los presentes y, al mismo tiempo, quiere llegar a cada uno de los cerca de 15.000 habitantes del barrio y a las 4.000 familias reunidas espiritualmente en torno a este templo. Sabed que os amo a todos y que ofrezco al Señor especialmente los pensamientos y las intenciones de los que sufren en el alma y en el cuerpo, de los niños y de los menos favorecidos por la fortuna humana.

Ahora mi espíritu se dirige con gratitud al cardenal Vicario y al obispo auxiliar, mons. Clemente Riva, que ha hecho con solicitud la visita pastoral a esta comunidad el pasado noviembre; al párroco, don Antonio Amori, y a los sacerdotes cooperadores suyos, que con tanta dedicación han preparado este encuentro nuestro. Además, no puedo omitir una mención especial a las religiosas y a los religiosos que, aunque intermitentemente, prestan una colaboración especial a las iniciativas parroquiales.

Deseo hacer llegar una palabra particular de satisfacción a todos los miembros de los diversos grupos —grupo catequístico, grupo de los animadores juveniles, caritativo, de enseñanza religiosa y neocatecumenal, etc.—, que en estrecha colaboración con el presbiterio, se proponen suscitar en el círculo más amplio de fieles una respuesta responsable y activa a su vocación cristiana.

2. A propósito de esta vocación, el Evangelio de hoy nos ofrece abundante materia de reflexión y todas las lecturas de la liturgia dominical nos permiten comprender aún más a fondo su contenido.

He aquí el cuadro más frecuente en el Evangelio: Cristo enseña. Enseña a cuantos "se agolpan" en torno "para oír la Palabra de Dios" (Lc 5, 1). Primero enseña en la orilla del lago de Genesaret, luego "subió a una de las barcas, que era la de Simón", y rogándole que se alejase un poco de la tierra, continuó enseñando a la multitud desde la barca (cf. Lc 5, 5). Cuando terminó de hablar, se alejó de la muchedumbre y mandó a Simón hacerse a la mar y echar las redes para la pesca (cf. Lc 5, 4).

El acontecimiento, que podría parecer ordinario, toma de allí a poco un carácter extraordinario En efecto, la pesca resulta especialmente abundante, lo que sorprende a Simón y los otros pescadores, cuya fatiga precedente, que duró toda la noche, no había dado resultado alguno: "Toda la noche hemos estado trabajando y no hemos pescado nada" (Lc 5, 5), dice Simón, cuando Jesús le pide echar las redes. Lo hacen únicamente por respeto a las palabras de Jesús, movidos por un motivo de estima y obediencia.

La inesperada, abundantísima pesca, que incluso exige la ayuda de los compañeros de la otra barca, suscita en Simón Pedro una reacción típica de él. Se echa a los pies de Jesús y dice: "Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador" (Lc 5, 8). Los otros testigos del acontecimiento milagroso, los hermanos Santiago y Juan, no reaccionan del mismo modo, pero también se llenan de estupor por la extraordinaria pesca realizada (cf. Lc 5, 9).

Entonces. Jesús dirige a Simón las palabras que dan el significado profético a todo el acontecimiento: "No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5, 10).

3. En diversos pasajes podemos comprobar que el Señor Jesús enseña a todos los que se acercan para oír su. palabra; sin embargo, El se propone instruir de modo particular a los Apóstoles, para introducirlos en los "misterios del reino", que ellos sobre todo deben conocer, para creer en la propia misión. Jesús los educa en la tarea de futuros testigos de su potencia y de maestros seguros de esa verdad que El ha traído al mundo desde el Padre, de la verdad que es El mismo.

El pasaje evangélico de hoy nos muestra uno de los momentos particulares de esta solicitud, mediante la cual Jesús confirma a los Apóstoles y ante todo a Simón Pedro en la propia vocación. El método que usa el Maestro divino sobrepasa la simple enseñanza, el anuncio de la Palabra y su explicación. Para que penetre en profundidad, Jesús confirma la verdad de la Palabra anunciada con la revelación de su potencia sobrehumana y sobrenatural de Dios, que se dirige directamente a todo el hombre.

Frente a la revelación de esta potencia, la reacción del hombre es siempre la que manifestó Simón Pedro: la toma de conciencia de la propia indignidad y estado pecaminoso. ¿No decimos nosotros siempre, antes de la santa comunión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa..."?. Pedro, a su vez, afirma, "apártate de mí, que soy hombre pecador" (Lc 5, 8). San Pablo movido por el mismo sentimiento, escribirá: "No soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios" (1 Cor 15, 9). Así Isaías se defiende de la llamada del Señor, que querría eludir, oponiendo la impureza de los propios labios, indignos de pronunciar las palabras del Señor (cf. Is 6, 5).

Este profundo sentido de estado pecaminoso personal y de indignidad permite actuar a Dios mismo, permite a su gracia —gracia a la llamada divina— hacerse eficaz.

Los labios de Isaías, tocados por un carbón encendido, se vuelven puros y el profeta puede decir: "Heme aquí, envíame a mí" (Is 6; 8). Pablo, convertido de perseguidor en Apóstol, afirma: "Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no ha sido estéril" (1 Cor 15, 10). En cambio, Simón Pedro escucha de labios de Cristo las palabras confortadoras: "No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5, 10).

4. En las lecturas de hoy se encierra una profunda lección que demuestra nuestra verdadera relación personal con Dios. Ante todo es necesario que tengamos un sentido profundo de su santidad y a la vez un vivo sentimiento de nuestra culpa e indignidad. Cuanto más caigamos en la cuenta de esto último, tanto más se nos revela lo primero: Dios en la Majestad inefable de su potencia y de su amor; Creador y Redentor del hombre; Sabiduría, justicia; Misericordia; Dios Omnipresente, Omnisciente, Omnipotente.

Cristo nos manifiesta con su enseñanza este misterio inescrutable de Dios y, al mismo tiempo, nos lo acerca, hablando el lenguaje de los hombres sencillos, haciendo presente la potencia de Dios mismo con signos visibles, como, por ejemplo, la pesca del lago de Genesaret.

Reflexione cada uno de nosotros si su relación interior con Dios tiene los rasgos que se manifiestan en el comportamiento de Simón Pedro, de Pablo de Tarso, del profeta Isaías; si nuestra relación con Dios no es demasiado superficial, unilateral, interesada. ¿Tenemos miedo del pecado, por no ofender al Padre y al Hijo, su Unigénito, que ha aceptado por nosotros la pasión y la muerte en la cruz? ¿O más bien nos falta esa conciencia de profunda indignidad en relación con el que es el solo y único Santo?

Comprometámonos en este sentido.

5. Además de esto, las lecturas de hoy contienen pensamientos e indicaciones importantes para la vida de la parroquia, como comunidad del Pueblo de Dios.

Cristo dijo a Pedro: "En adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5, 10); esta pesca misteriosa corresponde a la misión incesante de la Iglesia, de cada una de las comunidades en la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Llevar a los hombres vivos, a las almas humanas a la luz de la fe y a la fuente del amor; mostrarles el Reino de Dios presente en los corazones y en el designio de la historia de la humanidad; reunir a todos en esa unidad, cuyo centro es Cristo: he aquí la misión continua de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha dado, en su enseñanza, la expresión plena de esta misión.

Y como en los tiempos de Jesús, así también hoy, esta misión exige un constante anuncio que prepare y facilite la acogida de la verdad divina y del amor fraterno. Exige que cada una de las personas, de los grupos, de los ambientes "se aparten a veces de la tierra" para "alejarse". Es necesario para esta penetración más profunda del Evangelio y de los misterios divinos. Es necesaria particularmente una intimidad familiar exclusiva, ferviente con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, para que maduren los apóstoles, es decir, los cristianos perfectos, prontos a dar a los demás, sacando de la propia plenitud, para que la gracia de Dios en ellos no sea estéril (cf. 1 Cor 15, 10; 2 Cor 6, 1).

Precisamente para este múltiple e intenso trabajo de la Iglesia en vuestra parroquia, he venido hoy aquí a rezar y a pedir junto con vosotros, en el Sacrificio Eucarístico y en los sucesivos encuentros, el don de un maduro testimonio cristiano.

"Maestro.... porque tú lo dices echaré las redes" (Lc 5, 5). Vuestra comunidad, vuestros Pastores, todas las almas apostólicas, religiosos, religiosas y laicos responsables, todos los feligreses no cesen de pensar así, animados por este mismo espíritu de fe, y no cesen de actuar en consecuencia. ¡El Maestro y Señor está constantemente presente en nuestra barca!

6. Para hacer incisivo vuestro compromiso y para traducir vuestra identidad cristiana en la realidad viva del barrio, deseo dirigiros en particular algunas exhortaciones.

La vocación del cristiano se realiza sustancialmente, además de en la vida de gracia, en el testimonio de amor y de solidaridad, que requiere obviamente una apertura a los demás, acogidos como tales, y apremia a salir de sí mismos, de los propios miedos y defensas de la tranquilidad del bienestar propio, para comunicar y al mismo tiempo construir un tejido de relaciones recíprocas, orientadas al bien espiritual, moral y social de todos.

Además, que vuestro compromiso de crecimiento cristiano se desarrolle en el ámbito de la comunidad parroquial, la cual debe ofrecer "un luminoso ejemplo de apostolado comunitario, reduciendo a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentren e insertándolas en la universalidad de la Iglesia" (Apostolicam actuositatem, 10).

Luego, el compromiso por la santidad de la familia, por la conciencia de su altísima misión, y el compromiso por la formación de los jóvenes, que necesitan ideales convincentes y atrayentes, constituya otro punto principalísimo de vuestra solidaria acción parroquial.

Os asista en vuestros generosos esfuerzos la divina protección, que os asegura, por lo demás, la gracia de vuestra vocación cristiana; os ayude la intercesión de María, Madre de Cristo y de la Iglesia y os conforte el convencimiento de que el Papa, vuestro Obispo, está con vosotros para confirmaros y daros seguridad, a fin de que vuestra parroquia «pueda realizar con eficacia en esta hora de gracia, la misión inalienable, recibida del Maestro: "Id, pues: enseñad a todas las gentes"» (Exhortación Apostólica Catechesi tradendae).

 



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