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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE NUESTRA SEÑORA DE «LA SALETTE»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

II domingo de Adviento, 7 de diciembre de 1980

 

1. "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Y todos verán la salvación del Señor" (Lc 3, 4. 6).

Cuando escuchamos estas palabras que han sido recordadas hace poco juntamente con la aclamación del "Alleluia", tomamos conciencia de vivir el período del Adviento. Sabemos también que, ciertamente, habla San Juan Bautista, ese Profeta aún de la Antigua Alianza, al que le fue dado preparar directamente el camino del Mesías, y entrar, por así decirlo, con toda su misión en el ámbito del Evangelio. El es uno de esos personajes que aparecen más frecuentemente en la liturgia del Adviento. El nos prepara cada año a la venida del Señor.

Sin embargo, sería difícil, hoy, —en la vigilia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María— no dirigir nuestro pensamiento y nuestro corazón hacia Aquella en quien se ha realizado el Adviento de la espera del Mesías, hacia Aquella a la que le fue dado concebirlo en el seno virginal y entregarlo al mundo en la noche de Belén: hacia María. Y esto, sobre todo, teniendo en cuenta que vuestra parroquia está bajo su santísimo patrocinio. Deseo, pues, saludar con el nombre de María "Virgen de la Salette", a esta parroquia que me toca visitar precisamente hoy, para celebrar aquí la liturgia del Adviento, y encontrarme con toda vuestra comunidad, como también con cada uno de sus miembros.

2. Mi saludo se dirige, ante todo, al señor cardenal Vicario y al obispo auxiliar mons. Remigio Ragonesi, los cuales hacen completa, con su presencia, la alegría de este encuentro.

Saludo también al párroco, padre Franco Zimbardi, y a los sacerdotes que colaboran con él, padre Luciano Iaconi (a quien deseo un pronto restablecimiento), padre Giancarlo Berzacola y padre Bruno Stefanelli, como también a los padres de la curia generalicia de los Misioneros de Nuestra Señora de la Salette, que dan su preciosa aportación a la actividad parroquial: me es grato manifestar a todos, en esta ocasión, estima y aprecio por el trabajo pastoral que desarrollan con generosa dedicación al servicio de los fieles del populoso barrio.

Un saludo particular también a las religiosas de las diversas congregaciones presentes en la parroquia: el interés que ponen al ofrecer su trabajo —y su oración, como sobre todo en el caso del monasterio de las clarisas de clausura— para ayuda de las varías iniciativas parroquiales, merece aplauso y estímulo.

Y una palabra especial de alabanza y de estima deseo dirigir también a todos los laicos que saben poner su tiempo, su inteligencia y su corazón a disposición de las múltiples exigencias de la pastoral moderna. Mi pensamiento va a cuantos están comprometidos en los diversos Movimientos eclesiales, como Acción Católica, Apostolado de la Oración, Legión de María; y también al grupo de Scouts, al de los Voluntarios de San Vicente, a la Asociación de Padres de la escuela Anna Micheli; y no quisiera olvidar las iniciativas de enfoque social, como el Centro deportivo, el Círculo de bochófilos, el Círculo cultural.

Finalmente, quiero reservar una palabra de particular aprecio tanto a los laicos que prestan su colaboración en la catequesis permanente de iniciación, preparados para esto por un curso bienal que funciona a nivel interparroquial, como a los que trabajan en el servicio de promoción de la familia, desarrollando actividades de consulta y de asistencia en relación con los jóvenes que se preparan al matrimonio y de las parejas en dificultad.

La parroquia, que celebra este año el 20 aniversario del comienzo oficial de la actividad pastoral, tiene una intensa vitalidad, que me complazco en poner aquí de relieve y en animarla. Muchos problemas se han afrontado en el curso de estos años y con la ayuda de la Virgen de la Salette, a la que está dedicada la iglesia, algunos de ellos se han resuelto felizmente. Otros aún permanecen, ligados a las vicisitudes de las familias, que tienen que afrontar frecuentemente dificultades internas y ambientales; con la situación de los jóvenes, expuestos a las sugestiones de la droga y del permisivismo moral; con la mentalidad social, calcada en modelos de pensamiento que tienen muy poco que ver con el Evangelio. Quisiera decir a todos: confiad en María "reconciliadora de los pecadores". Ella os obtendrá, con su intercesión materna, que sepáis asimilar cada vez mejor los valores de la fe, de tal manera que podáis caminar, apoyados en la esperanza, hacia la edificación de una comunidad cada vez más profundamente penetrada por la fuerza unificadora del amor.

Cuanto os he dicho en este saludo sea testimonio, queridos hermanos y hermanas, del vínculo que existe entre vuestra parroquia y el Obispo de Roma, al que Cristo ha llamado para realizar el ministerio de la salvación en medio de vosotros. La Inmaculada Madre de Cristo de "La Salette" bendiga nuestro encuentro.

3. Cuando Juan Bautista, en las orillas del Jordán, prepara a sus oyentes para la venida del Mesías, administrándoles el bautismo de penitencia, les dice así: "Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego..." (Mt 3, 11).

Así, pues, la misión de Juan en las orillas del Jordán, que consiste en la predicación y en la administración del bautismo de la conversión, sirve como preparación a Cristo, que bautizará el Espíritu Santo.

El bautismo de Juan no tiene esta fuerza. La tendrá sólo el bautismo instituido por Cristo, ese bautismo con agua en el Espíritu Santo, del que dirá una vez el Señor Jesús, durante su conversación nocturna con Nicodemo: "Quien no naciere del agua y del Espíritu,, no puede entrar en el reino de los cielos" (Jn 3, 5). Ese bautismo, en cuanto sacramento, debe transmitir a los hombres todo el fruto de la redención realizada por Cristo. Debe "sepultar" al hombre —como se expresará San Pablo en su muerte de cruz, para que pueda resucitar desde ella a la nueva vida: a la que Cristo revelará en su resurrección (cf. Rom 6, 3-11). Esta vida nueva, divina y sobrenatural, es para las almas humanas el don del Padre, del cual se hacen partícipes los hombres en Cristo por obra del Espíritu Santo.

Por esto, ya Juan Bautista en las orillas del Jordán, al anunciar la venida del Mesías, dice: "El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego" (Mt 3, 11). Ese "fuego" debe abrasar, devorar el mal del pecado —primeramente el pecado original— que separa al hombre de Dios y no le permite participar de su vida: esto es, no permite al hombre sumergirse en esta Vida, como en un agua vivificante.

4. Este domingo de Adviento trae a nuestra conciencia el significado mesiánico del bautismo. El Mesías que debe venir es Aquel que bautizará en Espíritu Santo y fuego.

Debemos hacer de esta llamada el tema principal de nuestro encuentro, de nuestra meditación común. La vida de cada parroquia, la vida de vuestra parroquia que lleva el nombre de la Virgen de "La Salette", está construida sobre el fundamento del bautismo. La parroquia es esa comunidad concreta, la comunidad del Pueblo de Dios, en la que los hombre nuevos, nacidos de padres y madres terrenos, renacen del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5), para recibir la vida nueva que Cristo nos ha traído y nos ha dado con su venida: la vida que comenzó con el nacimiento en la noche de Belén y se completó con la Pascua de muerte y de resurrección.

"Por el sacramento del bautismo —ha recordado el Concilio Vaticano II—el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para participar en la vida divina, según las palabras del Apóstol: 'Con El fuimos sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos' (Col 2, 12)" (Unitatis redintegratio, 22).

Así, pues, la vida real del cristiano comienza mediante el bautismo. Y la vida de la parroquia, como comunidad del Pueblo de Dios, comienza siempre de nuevo mediante el bautismo que, cada vez, hace de esta comunidad la heredad mesiánica del Hijo de Dios. Cada uno de nosotros lleva en sí la filiación divina, comenzada por el sacramento del bautismo en la fuente bautismal de la parroquia, como don del Padre, obtenido gracias a la venida del Hijo de Dios en cuerpo humano. Lo confirma el "carácter", o sea, la marca sacramental del bautismo.

5. Debemos, pues, en la vida de cada parroquia —y hoy pienso sobre todo en vuestra parroquia de "Monteverde Nuovo"— renovar constantemente en nosotros la conciencia del bautismo.

¿De qué modo?

Ante todo, dando la debida importancia a cada bautismo, que se administra en esta parroquia. Su celebración debe estar unida a una preparación adecuada. La preparación, en el caso del bautismo de los adultos, atañe sobre todo al mismo catecúmeno. En cambio, en el caso del bautismo de los niños —que es la hipótesis más frecuente en nuestros ambientes católicos— la preparación debe abarcar a los padres y a los padrinos del pequeño catecúmeno, y también —en cuanto sea posible— a los demás miembros del ambiente en el que él debe nacer a la vida nueva mediante el sacramento del bautismo.

Este sacramento no puede convertirse solamente en una costumbre o en un hábito tradicional, carente del pleno significado que es esencial en la vida de la familia y de la parroquia.

Además, el sacramento del bautismo, administrado a un recién nacido o a un niño que no ha llegado todavía al uso de la razón, comporta la obligación de la introducción, de la iniciación del pequeño cristiano, precisamente desde el momento de la vida consciente, en aquello de lo que él se ha hecho partícipe en el bautismo ya recibido a su tiempo.

Esta obligación corresponde ante todo a los padres y a los padrinos. Corresponde también a los Pastores de las almas. Indirectamente corresponde a toda la parroquia..

Y se realiza mediante una catequesis sistemática unida a la participación en la vida sacramental, en los tiempos y en los modos adecuados a la edad y a las circunstancias. Tiene una importancia enorme para esta catequesis la misma vida cotidiana de la familia y de todo el ambiente en el que deben reflejarse cada día las verdades transmitidas.

6. En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos, el Apóstol escribe, entre otras cosas, así: "Acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios" (Rom 15, 7). Esta locución y la llamada parecen expresar perfectamente la importancia del tema, al que hemos dedicado nuestra meditación con motivo de la visita de hoy.

De hecho. Cristo nos acogió para gloria de Dios —mediante su venida— y nos acoge constantemente para gloria de Dios. Y esto se manifiesta por primera vez en el sacramento del bautismo. Cristiano es el hombre "acogido para la gloria de Dios" en Jesucristo, y con este sentido debe vivir y encaminarse a la unión con Dios en esta gloria.

Y cuando el Apóstol escribe: puesto que (Cristo) os acogió para gloria de Dios, "acogeos... los unos a los otros", indica con estas palabras la solicitud con la que debe estar rodeada por toda la comunidad la obra del Adviento divino y de la Pascua divina en cada uno, comenzando desde los años de la infancia.

La parroquia es la comunidad del Pueblo de Dios, que tiene la solicitud común de hacer realmente que el don mesiánico del bautismo en cada uno de sus miembros no se malogre, sino que dé frutos cada vez más llenos de fe, de esperanza y de caridad, los frutos de la vida "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23).

Durante este encuentro de hoy os deseo y ruego que vuestra parroquia, dedicada a la Madre de Dios de "La Salette", sea precisamente una comunidad así y que lo sea cada vez más plenamente.

 



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