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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS SACERDOTES
Y LOS RELIGIOSOS EN CARACAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Lunes, 28 de enero de 1985

 

«Engrandece mi alma al Señor, y mí espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Luc. 1, 46-47).

1. Estas palabras del cántico de la Virgen Maria que acabamos de proclamar, se hacen en mí acción de gracias al Señor y gozo profundo, al encontrarme con vosotros, mis queridos sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, novicios y novicias, miembros de los institutos seculares, que sois porción elegida de la Iglesia en Venezuela.

Estas palabras del Magnificat son asimismo vuestro canto de bendición a Dios en este encuentro, en el que Cristo está presente entre nosotros (Cf.. Matth. 18, 20), recibiendo vuestro agradecimiento por el don de vuestra vocación en la Iglesia.

El Papa engrandece también al Señor y Salvador. Es su gratitud hacía todos vosotros, los más cercanos y comprometidos colaboradores de los obispos, los que con mayor entusiasmo habéis trabajado en la misión preparatoria de este viaje papal.

2. Al ver vuestra presencia numerosa y pensar en todos los hermanos y hermanas que representáis; al considerar tantos frutos de perseverancia en la entrega eclesial, mí alma se goza en el Señor. Porque sois los actuales amigos y confidentes de Jesús Salvador. Sois los testigos de un pasado fecundo de evangelización en Venezuela, donde no han faltado eminentes confesores de la fe en tiempos difíciles: obispos como Ramón Ignacio Méndez, Silvestre Guevara y Lira, Salvador Montes de Oca, que pagaron con el exilio su inquebrantable fidelidad. Sacerdotes y religiosos, promotores de nuevas congregaciones, como los arzobispos Juan Bautista Castro y Antonio Ramón Silva; y fundadoras que han dejado tras de sí el perfume de la virtud exquisitamente cristiana, como la madre Candelaria, la madre Emilia y la madre María de San José.

Sois sobre todo los obreros y obreras de la mies de Cristo en este presente de la vida de la Iglesia, surcado de tantos fermentos de renovación espiritual, y a la vez necesitado de tanta generosidad, de tanta santidad en los sacerdotes y religiosos, en las religiosas y en los miembros de los institutos seculares, para ser sobrenaturalmente eficaces en las amplias y difíciles tareas del apostolado.

Sois también —y lo digo con énfasis especial a los más jóvenes de entre vosotros— el futuro esperanzador de esta Iglesia que ya ha puesto su mirada en el futuro, en una renovada tarea de testimonio evangélico, ahora que nos estamos preparando para celebrar el V centenario de la evangelización de América.

Esta mirada que quiere abarcar el pasado, el presente y el futuro, se insiera también en el cántico del Magnificat que hemos proclamado. Es la Virgen Maria la que nos invita a ver la historia como una aventura de amor en la que Dios mantiene sus promesas y triunfa con su fidelidad. Una historia en la que Dios nos pide, como le pidió a la Virgen, ser aliados, colaboradores suyos, para poder realizar su designio de salvación de generación. Ello exige que respondamos a Dios, como María, con un «Fiat» irrevocable y total.

3. La Virgen fiel os invita hoy a considerar las maravillas que ha hecho en vosotros el Poderoso (Cfr. Luc. 1, 49). Una gracia común que florece en cada uno según su propia vocación y carisma os hermana y une. Todos habéis sido llamados por Cristo. La vocación ha florecido en vuestra vida como un gesto de predilección por parte de Dios, como una invitación al amor total a El. Sí, os ha fascinado la persona de Cristo, os ha seducido su «Ven y sígueme» (Matth. 19, 21). La vocación sacerdotal o a la vida consagrada es una llamada fundamental a seguir a Cristo, a vivir su misterio de gracia, a convivir con El, a ser sus imitadores. Es una invitación a gritar el Evangelio con la vida; cada uno según la especial llamada de Cristo, y todos juntos en la Iglesia. Para que la Esposa de Cristo resplandezca con la belleza del Evangelio hecho Palabra de vida, con el vestido esponsal de la caridad, de los consejos evangélicos, de las bienaventuranzas del Maestro divino. Para que la Iglesia, a través de los consagrados, sea hoy ante el mundo el Cristo vivo que continúa salvando, que proclama la Buena Noticia con sus palabras y gestos, con toda su vida.

Ese vivir y comunicar, con entrega incondicional, la gracia salvadora, es un contemplar cada día las maravillas del amor de Dios en el hoy del mundo, en el misterio de vuestra vida y de la Iglesia.

Vuestra vida es servicio de amor. Sois siervos y siervas del amor por amor a Cristo. Realizáis así esa humanidad madura que ofrece su propia libertad a Dios y la emplea en su servicio. Por ello, meditad y renovad cada día las motivaciones de fe que impulsan y sostienen vuestra vida, vuestra entrega, vuestra fidelidad alegre y fecunda, aunque sacrificada. Y al valorar en el silencio de la oración —siempre indispensable para vosotros—, la plena validez de vuestra vida, dad gracias al Señor por sus maravillas. Proclamad con vuestra santidad que santo es su nombres (Cf.. Luc. 1, 49).

4. Cristo os llama a ser sus testigos fieles, a ser canales de su amor salvador en el mundo de hoy, a prolongar su misericordia, que alcanza de generación en generación a los que le temen (Cf.. Ibíd. 1, 50). Tarea común y concreta de vuestro servicio es, pues, la realización del designio divino de salvación: hacer presente el reino de Dios, que es la Iglesia, aquí en Venezuela; hacerlo presente en vuestra vida y ambiente, en la escuela, en la familia, en los jóvenes, en el servicio a los enfermos y abandonados, en las instituciones de caridad y asistencia, en las obras de promoción social; sobre todo, en las iniciativas parroquiales y catequéticas, para llevar a todos el amor de Cristo y al hombre por El. Sin olvidar el importante mundo de la cultura, que tanta trascendencia tiene para la evangelización y el justo ordenamiento de la sociedad. Así el Evangelio se encarnará en la vida y cultura de vuestras gentes, marcando los diversos estratos sociales y promoviendo los verdaderos valores humanos y cristianos.

Aquí el proyecto común se encarna en un servicio a vuestro pueblo, hecho Pueblo de Dios. Tarea preciosa para todos vosotros, hijos de la patria venezolana; y también para vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, miembros de los institutos seculares, que habéis dejado vuestra familia y vuestra patria y os habéis radicado temporal o definitivamente en esta nueva familia y patria espiritual que es la Iglesia en Venezuela.

A los unos y a los otros, en nombre de Cristo y de la Iglesia, el Papa os dice: ¡Gracias! Gracias por vuestra entrega y fidelidad, por lo que sois y lo que hacéis, por lo que habéis sembrado en los surcos de la Iglesia, que es el campo o arada de Dios (Cf.. 1Cor. 3, 9) y que en el momento oportuno florecerá con la fecundidad del Espíritu Santo.

Con esta esperanza os exhorto a perseverar, a superar las tentaciones del desaliento, a renovar vuestra fidelidad a Cristo y al Evangelio en medio de las dificultades personales y sociales, a ser testigos auténticos de la misericordia divina que dura de generación en generación.

5. Vuestro pueblo espera de vosotros un testimonio convincente de Cristo. Ese pueblo pobre frecuentemente, pero hambriento de bienes que atraen la predilección de Dios proclamada por María (Cf.. Luc. 1, 53). Son los pobres que reclaman vuestra dedicación preferencial desde el Evangelio y con vistas a una liberación integral. Los pobres vistos sin miradas reductivas, exclusivas o limitadas a la sola pobreza material. Es decir, todos aquellos que necesitan pan y conversión, libertad interior y exterior, ayuda material y purificación del pecado. Ellos esperan que les hagáis presente a Cristo, Redentor y Libertador, camino de dignidad y vocación de destino trascendente (Cfr. Juan Pablo II, Discurso a la Curia romana, n.10, 21 de diciembre de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 1631 s.).

Venezuela posee, como las otras naciones de América Latina, el patrimonio de la fe católica y de la religiosidad, en el que se identifican la gran mayoría de los venezolanos; y, sin embargo, la fe tiene que penetrar mucho más en el tejido de la sociedad, en la estabilidad y santidad de la familia cristiana, en las estructuras reguladoras de la justicia social. Hay en la Iglesia en Venezuela evidentes signos de renovación espiritual; y a la vez persisten, y a veces se intensifican, las corrientes secularistas que quieren borrar de la conciencia el sentido de Dios y de la sociedad los signos de su presencia. Hay sectores en los que el progreso social y el bienestar se manifiestan en un lujoso egoísmo, mientras otros sectores permanecen en la miseria, en la marginación, en el analfabetismo.

Todos estos fenómenos interpelan a la Iglesia. Cada rostro, cada familia, cada situación está reclamando la presencia viva del Evangelio. La Iglesia, comprometida con el hombre, especialmente con el más pobre y marginado, no puede ignorar estas situaciones. No debe resignarse pasivamente y dejar que las cosas queden así o, como sucede con frecuencia, degeneren en situaciones peores.

En nombre de Cristo y de la Iglesia os pido que, de acuerdo con las orientaciones de vuestros Pastores, intensifiquéis el esfuerzo que requiere una evangelización integral de las personas y de los ambientes.

6. Como sacerdotes y religiosos comprometidos con el Evangelio, estáis llamados a evangelizar ante todo con vuestra vida. La renovación de la fe empieza por la identificación entre el mensaje y el mensajero.

Sed, pues, testigos del Evangelio con vuestra vida sacerdotal íntegra, entregada, ejemplar; que vuestros fieles os reconozcan siempre, queridos sacerdotes, incluso externamente, como ministros de Cristo. Sed vosotros, religiosos y religiosas, transparencia de los Consejos evangélicos, del carisma de vuestros fundadores y fundadoras, de la comunión fraterna en una vida sencilla y ejemplar. Vosotros, miembros de los institutos seculares, llevad a la sociedad, desde vuestra condición laical, la presencia de Cristo en medio de los hombres, con un testimonio que interpele y cuestione a quienes conviven con vosotros.

Dentro de las tareas de evangelización y catequesis que son propias del proyecto eclesial, os pido una dedicación especial a los jóvenes en el ámbito de las comunidades parroquiales, de la escuela católica, de los grupos y asociaciones, de los movimientos eclesiales de espiritualidad. Y no dejéis de empeñares en la formación integral de laicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad.

A vosotros, jóvenes seminaristas, novicios y novicias que constituís la más firme esperanza de renovación de la Iglesia en Venezuela, el Papa os dice también: no tengáis miedo, formaos bien, intelectual y pastoralmente, y animaos mirando alrededor vuestro, porque es mucha la mies y pocos los obreros.

7. «Engrandece mi alma al Señor... porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava...» (Luc. 1, 47 s.). Las palabras de María nos recuerdan nuestra pequeñez frente a la misión que el Señor nos encomienda. Pero Ella nos recuerda que el Poderoso, que derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, puede hacer grandes cosas en nosotros, sí nos ponemos incondicionalmente a su servicio.

Ante el primer obstáculo, constituido por la gran escasez de clero, sobre todo local, todos habéis de sentiros urgentemente llamados a promover las vocaciones con todas vuestras fuerzas. Y para que los nuevos llamados puedan dar los frutos que deseamos, favoreced con gran atención —unidos a vuestros obispos y superiores religiosos— la formación esmerada, profunda y actualizada en los seminarios, noviciados e institutos que los preparan. No dudéis en dedicar a esa tarea, en sus aspectos espirituales, culturales y humanos, vuestro tiempo y energías.

En la Virgen del Magnificat hay dos fidelidades estupendas que marcan también vuestra vocación: una fidelidad a Dios, a su proyecto de amor misericordioso, y una fidelidad a su pueblo. Sed también vosotros fieles a Dios y a su proyecto. Sed fieles a vuestro pueblo.

Seréis así, como la Virgen de Nazaret, colaboradores de Dios, servidores de vuestros hermanos, con el mejor servicio que es el propio vuestro: llevar a todos el mensaje de Cristo.

Que os sostenga siempre en esa doble fidelidad mi cordial Bendición Apostólica.

 



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