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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA PARA LOS JÓVENES EN EL HIPÓDROMO DE MONTERRICO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado 2 de febrero de 1985

 

Amadísimos jóvenes:

1. En este encuentro, que tanto he deseado y al que vosotros os habéis preparado gozosamente con numerosas iniciativas, nos ha hablado Jesús. Acabamos de escuchar uno de los pasajes del Evangelio que más ha conmovido al mundo a lo largo de los siglos: las ocho bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Con expresivas palabras se refirió el Papa Pablo VI a este pasaje, presentándolo como «uno de los textos más sorprendentes y más positivamente revolucionarios: ¿Quién se habría atrevido en el curso de la historia a proclamar “felices” a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los mansos, a los hambrientos, a los sedientos de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de la paz, a los perseguidos, a los insultados…? Aquellas palabras, sembradas en una sociedad basada en la fuerza, en el poder, en la riqueza, en la violencia, en el atropello, podían interpretarse como un programa de vileza y abulia indignas del hombre; y en cambio, eran proclamas de una nueva “civilización del amor”» (Homilia, 29 de enero de 1978: Insegnamenti di Paolo VI, XVI (1978) 82 ss.).

2. Queridos amigos: El programa evangélico de las bienaventuranzas es trascendental para la vida del cristiano y para la trayectoria de todos los hombres. Para los jóvenes y para las jóvenes es sencillamente un programa fascinante. Bien se puede decir que quien ha comprendido y se propone practicar las ocho bienaventuranzas propuestas por Jesús, ha comprendido y puede hacer realidad todo el Evangelio. En efecto, para sintonizar plena y certeramente con las bienaventuranzas, hay que captar en profundidad y en todas sus dimensiones las esencias del mensaje de Cristo, hay que aceptar sin reserva alguna el Evangelio entero.

Ciertamente el ideal que el Señor propone en las bienaventuranzas es elevado y exigente. Pero por eso mismo resulta un programa de vida hecho a la medida de los jóvenes, ya que la característica fundamental de la juventud es la generosidad, la abertura a lo sublime y a lo arduo, el compromiso concreto y decidido en cosas que valgan la pena, humana y sobrenaturalmente. La juventud está siempre en actitud de búsqueda, en marcha hacía las cumbres, hacia los ideales nobles, tratando de encontrar respuestas a los interrogantes que continuamente plantea la existencia humana y la vida espiritual. Pues bien, ¿hay acaso ideal más alto que el que nos propone Jesucristo?

Por eso yo, Peregrino de la Evangelización, siento el deber de proclamar esta tarde ante vosotros, jóvenes del Perú, que sólo en Cristo está la respuesta a las ansias más profundas de vuestro corazón, a la plenitud de todas vuestras aspiraciones; sólo en el Evangelio de las bienaventuranzas encontraréis el sentido de la vida y la luz plena sobre la dignidad y el misterio del hombre (Cfr. Gaudium et Spes, 22).

3. Jesús de Nazaret comenzó su misión mesiánica predicando la conversión en el nombre del reino de Dios. Las bienaventuranzas son precisamente el programa concreto de esa conversión. Con la venida de Cristo, Hijo de Dios, el reino se hace presente en medio de nosotros: «Está dentro de nosotros», y al mismo tiempo ese reino constituye la escatología, es decir, la meta definitiva de la existencia humana. Pues bien, cada una de las ocho bienaventuranzas señala esa meta ultratemporal. Pero al mismo tiempo cada una de las bienaventuranzas afecta directa y plenamente al hombre en su existencia terrena y temporal. Todas las situaciones que forman el conjunto del destino humano y del comportamiento del hombre están comprendidas de forma concreta, con su propio nombre, en las bienaventuranzas. Estas señalan y orientan en particular el comportamiento de los discípulos de Cristo, de sus testigos. Por eso las ocho bienaventuranzas constituyen el código más conciso de la moral evangélica, del estilo de vida del cristiano.

Las palabras que Jesús pronunció hace dos mil años en el sermón de la montaña, son siempre de vital actualidad. Iluminando la historia han llegado hasta nosotros. La Iglesia las ha repetido siempre y lo hace también ahora, dirigiéndolas sobre todo a los jóvenes de corazón generoso y abiertos al bien. Escuchad.

4. Jesús proclama: Bienaventurados los que lloran: es decir, los afligidos, los que sienten sufrimiento físico o pesadumbre moral; porque ellos serán consolados (Matth. 5, 5).

El sufrimiento es en cierto modo el destino del hombre, que nace sufriendo, pasa su vida en aflicciones y llega a su fin, a la eternidad, a través de la muerte, que es una gran purificación por la que todos hemos de pasar. De ahí la importancia de descubrir el sentido cristiano del sufrimiento humano. Es éste el tema de mi Carta Apostólica Salvifici Doloris que, va a hacer pronto un año, dirigí a todo el Pueblo de Dios. En ella traté de describir lo que es el mundo del sufrimiento humano con sus mil rostros y sus terribles consecuencias; y en ella, a la luz del Evangelio, traté de dar respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Con la mirada fija «en todas las cruces del hombre de hoy» (Salvifici Doloris, 31), afirmé que «en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo» (Ibíd. 26). Este es el consuelo de los que lloran.

Los jóvenes, poniendo en juego su generosidad, no han de tener nunca miedo al sufrimiento visto ala luz de las bienaventuranzas. Han de estar siempre cerca de los que sufren y han de saber descubrir en las propias aflicciones y en las de los hermanos el valor salvífico del dolor, la fuerza evangelizadora de todo sufrimiento.

5. Bienaventurados los limpios de corazón. Jesús asegura que los que practican esta bienaventuranza verán a Dios (Cf.. Matth. 5, 81). Los hombres de alma limpia y transparente, ya en esta vida, ven en Dios, ven a la luz del Evangelio todos los problemas que exigen una pureza especial: así, el amor y el matrimonio. Sobre estos temas la Iglesia ha hablado siempre, y sobre todo en nuestro tiempo, con mucha claridad e insistencia, proyectando la luz de su doctrina particularmente sobre la juventud.

Qué importante es educar a los jóvenes y a las jóvenes para el «amor hermoso», con el fin de alejarles de todas las asechanzas que tratan de destruir el tesoro de su juventud: de la droga, la violencia, el pecado en general; y orientarles por el camino que lleva a Dios: en el matrimonio cristiano, camino real para la realización humana y santificación de la mayoría de las mujeres y hombres; y también, cuando Cristo llama, en la entrega radical exigida por la vocación sacerdotal o religiosa. La Iglesia necesita hoy muchos apóstoles para evangelizar el mundo del nuevo milenio que se acerca, y espera encontrar esos evangelizadores entre vosotros, hombres y mujeres jóvenes del Perú.

6. Bienaventurados los misericordiosos (Ibíd.. 5, 7). La misericordia constituye el centro mismo de la Revelación y de la Alianza. La misericordia, tal como la explicó y practicó Jesús, «rico en misericordia» (Dives in misericordia), es la cara más auténtica del amor, es la plenitud de la justicia. Por lo demás, el amor de misericordia no es una mera compasión con el que sufre, sino una efectiva y afectiva solidaridad con todos los afligidos.

El joven noble, generoso y bueno debe distinguirse por su sensibilidad hacia los sufrimientos de los otros, hacia toda desgracia, hacia cualquier mal que afecte al hombre. La misericordia no es pasividad, sino decidida acción en favor del prójimo, desde la fe.

¡Cuántas falanges de jóvenes se ven hοy dedicadas con inmensa alegría al servicio de los hermanos en todas las partes y en las circunstancias más difíciles de la vida! La juventud es servicio. Y el testimonio de servicio y fraternidad que da la juventud de hoy es una de las cosas más consoladoras y maravillosas de nuestro mundo.

El Señor da en premio a los misericordiosos la misericordia misma, la alegría, la paz.

7. Los pacíficos, los artífices de la paz: he aquí una categoría excepcional de hombres a los que Jesús proclama bienaventurados. Esta felicitación que nuestro Señor dirige a los que buscan la paz en el ámbito familiar, social, laboral y político, a nivel nacional e internacional, tiene una actualidad sorprendente.

Vosotros sentís justamente —debéis sentirlo siempre— el anhelo de una sociedad más justa y solidaria; pero no sigáis a quienes afirman que las injusticias sociales sólo pueden desaparecer mediante el odio entre clases o el recurso a la violencia u otros medios anticristianos. Sólo la conversión del corazón puede asegurar un cambio de estructuras en orden a la construcción de un mundo nuevo, un mundo mejor. «El tener confianza en los medios violentos, con la esperanza de instaurar más justicia, es ser víctima de una ilusión mortal. La violencia engendra violencia y degrada al hombre. Ultraja la dignidad del hombre en la persona de las víctimas y envilece esta misma dignidad en quienes la practican» (Instrucción sobre algunos aspectos de la «Teología de la Liberación», XI, 7). «Solamente recurriendo a las capacidades éticas de la persona y a la perpetua necesidad de conversión interior se obtendrán los cambios sociales que estarán verdaderamente al servicio del hombre» (Puebla, IV, 3, 3. 3).

Construir la paz de hoy y la paz del mañana, la paz del año 2000: ésta es vuestra tarea, si queréis ser llamados «hijos de Dios». No olvidéis nunca que, como dije en mi Mensaje de primero de año, «la paz y los jóvenes caminan juntos».

8. Bienaventurados los mansos (Matth. 5, 4). Se expresa así el maestro bondadoso, que predicando el reino de Dios dijo también a sus discípulos: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Ibíd. 11, 29).

Es manso aquel que vive en Dios. No se trata de cobardía, sino del auténtico valor espiritual de quien sabe enfrentarse al mundo hostil no con ira, no con violencia, sino con benignidad y amabilidad; venciendo el mal con el bien, buscando lo que une y no lo que divide, lo positivo y no lo negativo, para «poseer así la tierra» y construir en ella la «civilización del amor». He aquí una tarea entusiasmante para vosotros.

9. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (Ibíd.. 5, 6). Con estas palabras Jesús nos convoca a la santidad, a la justicia o perfección que surge de la escucha de la Palabra de Dios hecha estilo de vida, conducta social, existencia cotidiana. De esa justicia que la Iglesia quiere promover eficazmente entre los hombres mediante su doctrina social, que vosotros, jóvenes, debéis estudiar con interés y aplicar con tesón.

El cristiano auténtico ha de asumir responsablemente las exigencias sociales que nacen de su fe. La visión del mundo y de la vida que nos da el Evangelio y que nos explica la doctrina social católica, impulsa ala acción constructiva mucho más que cualquier ideología, por muy atrayente que parezca.

Así, pues, jóvenes, ¡ánimo! La Iglesia os guía por los derroteros que llevan a los «nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia» (2 Petr. 3, 13). No desoigáis su voz. Aceptad plenamente sus enseñanzas.

10. Bienaventurados los pobres de espíritu (Matth. 5, 3). Esta es precisamente la primera de las ocho bienaventuranzas que proclamó Jesús en el sermón de la montaña.

«Los pobres de espíritu son aquellos que están más abiertos a Dios y a las “maravillas de Dios” (Act. 2, 11). Pobres, porque están siempre dispuestos a aceptar ese don de lo alto, que proviene del mismo Dios. Pobres de espíritu son los que viven conscientes de haberlo recibido todo de las manos de Dios como un don gratuito y que valoran cada uno de los bienes recibidos. Constantemente agradecidos, repiten sin cesar: “Todo es gracia”, “demos gracias al Señor nuestro Dios”… Los corazones abiertos a Dios están, por eso mismo, más abiertos a los hombres. Están dispuestos a ayudar desinteresadamente. Dispuestos a compartir lo que tienen. Dispuestos a acoger en su casa a una viuda o a un huérfano abandonados. Siempre encuentran un lugar disponible dentro de las estrecheces en que viven. Y encuentran también siempre un poco de alimento, un pedazo de pan en su pobre mesa. Pobres pero generosos. Pobres, pero magnánimos» (Discurso en la «Favela Vidigal» de Río de Janeiro», n. 2, 2 de julio de 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 (1980) 25).

Así, pues, pobres de espíritu son aquellos que, careciendo de bienes terrenales, saben vivir con dignidad humana los valores de una pobreza espiritual rica de Dios; y aquellos que, poseyendo los bienes materiales, viven el desprendimiento interior y la comunicación de bienes con los que sufren necesidad.

De los pobres de espíritu es el reino de los cielos. Esta es la recompensa que Jesús les promete. No se puede prometer más. Esta bienaventuranza que, en cierto sentido, comprende todas las demás, hemos de proyectarla sobre los pobres reales, teniendo en cuenta todas las clases y formas de pobreza que existen en nuestro mundo y mirando también a tantos hombres ricos que son terriblemente pobres (Cfr. Mensaje Urbi et Orbi, 25 de diciembre de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 1664 ss.).

Mirando así a todos los que sufren por carencias materiales o espirituales, la Iglesia ha hecho su opción preferencial, no exclusiva ni excluyente, por los pobres. En esta opción que el Episcopado Latinoamericano hizo ya en Medellín y Puebla y que yo he proclamado de nuevo en mí último Mensaje de Navidad, vosotros, los jóvenes del Perú, tenéis que estar, y yo sé que lo estáis, muy unidos a la Iglesia y a sus Pastores.

11. Junto a la primera quiero citar ahora la última bienaventuranza, la referente a los que sufren persecución por causa de la justicia, los que son perseguidos por dar testimonio de la fe: son auténticos pobres de espíritu y por eso Jesús dice también que de ellos es el reino de los cielos (Cf.. Matth. 5, 10).

Yo os invito a una solidaridad especial con estos pobres, que son tantos en nuestro mundo de hoy: víctimas de esas pobrezas que afectan a los valores espirituales y sociales de la persona. Los jóvenes, que tanto aprecian el valor de la libertad, pueden comprender muy bien lo que es sufrir por falta de libertad, sobre todo por falta de libertad religiosa. No olvidemos nunca a estos hermanos nuestros a quienes Cristo felicita en su octava bienaventuranza. Son los preferidos del Señor y por eso han de ser también los preferidos de los amigos de Jesús, los preferidos de la Iglesia.

12. Queridos jóvenes: Si queréis ser de verdad felices, buscad la identificación con Cristo. «El es el verdadero protagonista de las ocho bienaventuranzas: no es sólo el que las ha enseñado o enunciado, sino que es, sobre todo, el que las ha realizado del modo más perfecto durante y con toda su vida» (Homilía en la parroquia romana de San Marcos Evangelista, n. 3, 29 de enero de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 193).

Es verdad que las bienaventuranzas no son mandamientos. Pero ciertamente están comprendidas todas ellas en el mandamiento del amor, que es el «primero» y el «más grande». Las bienaventuranzas son como el retrato de Cristo, un resumen de su vida y «por eso se presentan también como un “programa de vida” para sus discípulos, confesores, seguidores. Toda la vida terrena del cristiano, fiel a Cristo, puede encerrarse en este programa, en la perspectiva del reino de Dios» (Cf.. ibid.).

Jóvenes, vosotros estáis en condiciones de entusiasmares con ese programa. Pero para poder realizarlo necesitáis recurrir ala oración, acudir con humildad, confianza y sinceridad al sacramento de la reconciliación y participar con fervor en la Eucaristía.

Necesitáis también mirar ala Santísima Virgen, a quien la tradición de la Iglesia ha llamado siempre bienaventurada. Que María sea vuestra Madre. Procurad descubrir, a través de la meditación frecuente, la fidelidad con que Ella vivió el espíritu de las bienaventuranzas. Que Santa María os guíe siempre por el camino de la verdad, del bien, del amor y de la generosidad.

No es éste el momento para indecisiones, ausencias o faltas de compromiso. Es la hora de los audaces, de los que tienen esperanza, de los que aspiran a vivir en plenitud el Evangelio y de los que quieren realizarlo en el mundo actual y en la historia que se avecina.

A ejemplo de la joven Santa Rosa de Lima, empeñad vuestras energías en construir un Perú donde brille la santidad, donde se plasmen las bienaventuranzas del reino.

Construid un Perú más fraterno y reconciliado.

Construid un Perú mucho más justo.

Construid un Perú sin violencia, siempre anticristiana.

Construid un Perú donde reinen la honestidad, la verdad, la paz.

Construid un Perú más humano, donde el misterio de cada hombre se viva ala luz del misterio de Dios.

Especialmente este Año de la Juventud, construid un Perú donde resuenen, hechas ánimo y esperanza, las palabras del Apóstol: «Os saludo, jóvenes, que sois fuertes, que el mensaje de Dios está en vosotros y que habéis vencido al maligno» (1 Io. 2, 14). Vuestra victoria no será la de las armas, sino la del espíritu de las bienaventuranzas, hechas vida propia y proclamadas al mundo.

Para que así sea, os ofrezco mi aliento, mi plegaría, mi Bendición.

* * *

Consagración de la juventud peruana a la Santísima Virgen

María, Madre de Jesús y Madre nuestra, hoy la juventud peruana reunida junto al Vicario de Cristo, para proclamar su fe, su incondicional entrega a Jesucristo y su disponibilidad para construir un mundo más justo, más fraterno y más cristiano, quiere consagrarse a Ti.

Conscientes de nuestra debilidad, nos acercamos con la confianza del hijo que busca la protección de su Madre. Ponemos en tus manos nuestros anhelos, nuestras inquietudes, nuestras esperanzas. Queremos construir un mundo mejor, donde reine el amor, la justicia y la paz. Te ofrecemos todas nuestras fuerzas jóvenes con la decisión de seguir la enseñanza de Cristo, no buscando ser servidos sino servir, servir a nuestros hermanos, y cuanto más necesitados, más. Servir a la Iglesia, sacramento universal dé salvación, servir al Perú, nuestra patria, para que tu Hijo, Jesús, sea amado y acogido por los jóvenes.

Te ofrecemos nuestros años de juventud para que, bendecidos con tu amor maternal, seamos capaces de cumplir nuestro deber por encima de todo provecho propio.

Intercede en nuestro favor, a fin de que en este período de nuestra existencia penetremos y asimilemos el mensaje que Cristo trajo al mundo, sin paliarlo ni tergiversarlo, sino aceptándolo en toda su plenitud y exigencia. Consíguenos la nobleza de reconocer nuestras fallas y debilidades, y la fuerza de convertirnos constantemente a Cristo Salvador.

Alcánzanos la gracia de que nuestra vida no sea vacía, sino que logre ser, en el estado de vida que Dios quiera para cada uno de nosotros, un testimonio vivo, un aliciente para que los hombres se acerquen y encuentren la acción transformadora de Dios. María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, acepta nuestra ofrenda y acompáñanos en nuestro caminar por el mundo. Amén. 



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