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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DEL PAPA JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Martes 8 de diciembre de 1998

 

1. «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. (...) Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él» (Ef 1, 3-4).

La liturgia de hoy nos introduce en la dimensión de lo que existía «antes de crear el mundo». A ese antes remiten otros textos del Nuevo Testamento, entre los cuales figura el admirable prólogo del evangelio de san Juan. Antes de la creación, el Padre eterno elige al hombre en Cristo, su Hijo eterno. Esta elección es fruto de amor y manifiesta amor.

Por obra del Hijo eterno hecho hombre, el orden de la creación se ha unido para siempre al de la redención, es decir, de la gracia. Éste es el sentido de la solemnidad de hoy que, de modo significativo, se celebra durante el Adviento, tiempo litúrgico en el que la Iglesia se prepara para conmemorar en Navidad la venida del Mesías.

2. «La creación entera se alegra, y no es ajeno a la fiesta Aquel que tiene en su mano el cielo. Los acontecimientos de hoy son una verdadera solemnidad. Todos se reúnen con un único sentimiento de alegría; todos están imbuidos por un único sentimiento de belleza: el Creador, todas las criaturas y también la Madre del Creador, que lo hizo partícipe de nuestra naturaleza, de nuestras asambleas y de nuestras fiestas» (Nicolás Cabasilas, Homilía II sobre la Anunciación, en: La Madre de Dios, Abadía de Praglia 1997, p. 99).

Este texto de un antiguo escritor oriental corresponde muy bien a la fiesta de hoy. En el camino hacia el gran jubileo del año 2000, tiempo de reconciliación y alegría, la solemnidad de la Inmaculada Concepción marca una etapa densa de fuertes indicaciones para nuestra vida.

Como hemos escuchado en el evangelio de san Lucas, «el mensajero divino dijo a la Virgen: .Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. (Lc 1, 28)» (Redemptoris Mater, 8). El saludo del ángel sitúa a María en el corazón del misterio de Cristo; en efecto, en ella, llena de gracia, se realiza la encarnación del Hijo eterno, don de Dios para la humanidad entera (cf. ib.).

Con la venida del Hijo de Dios todos los hombres son bendecidos; el tentador maligno es vencido para siempre y su cabeza aplastada, para que a nadie se aplique tristemente la maldición que las palabras del libro del Génesis nos acaban de recordar (Gn 3, 14). En Cristo —escribe el apóstol san Pablo a los Efesios— el Padre celestial nos bendice con toda clase de bienes espirituales, nos elige para una santidad verdadera, y nos hace sus hijos adoptivos (cf. Ef 1, 3-5). En él nos convertimos en signo de la santidad, del amor y de la gloria de Dios en la tierra.

3. Por estos motivos, la Acción católica italiana ha elegido a María inmaculada como reina y patrona especial de su itinerario de formación en el compromiso misionero. Por eso, amadísimos hermanos y hermanas, estáis hoy aquí, en la sede de Pedro, participando en vuestra décima asamblea nacional. Han pasado ciento treinta años desde vuestra fundación, y este año conmemoráis el trigésimo aniversario de vuestro nuevo estatuto, aplicación práctica de la doctrina del concilio Vaticano II sobre el laicado y la misión de la Iglesia.

Saludo cordialmente a vuestro asistente general, monseñor Agostino Superbo, y a vuestro presidente nacional, abogado Giuseppe Gervasio, y les agradezco las palabras que me han dirigido. Saludo a los venerados hermanos cardenales y obispos, así como a los numerosos asistentes diocesanos presentes en esta celebración. Saludo a los representantes de los numerosos miembros de la Acción católica de todas las diócesis de Italia.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, en el umbral del tercer milenio, vuestra misión resulta más urgente ante la perspectiva de la nueva evangelización. Estáis llamados a promover con vuestra actividad diaria un encuentro entre el Evangelio y las culturas cada vez más fecundo, como lo exige el proyecto cultural orientado en sentido cristiano.

Para las Iglesias que están en Italia, como ya recordé a los participantes en la Asamblea eclesial de Palermo, se trata de renovar el compromiso de una auténtica espiritualidad cristiana, a fin de que todos los bautizados se conviertan en cooperadores del Espíritu Santo, «el agente principal de la nueva evangelización» (n. 2).

En este marco, vuestra obra como miembros de la Acción católica debe llevarse a cabo de acuerdo con algunas directrices claras, que quisiera recordar ahora: la formación de un laicado adulto en la fe; el desarrollo y la difusión de una conciencia cristiana madura, que oriente las opciones de vida de las personas; y la animación de la sociedad civil y de las culturas, en colaboración con cuantos se ponen al servicio de la persona humana.

Para actuar de acuerdo con estas directrices, la Acción católica debe confirmar su característica propia de asociación eclesial; es decir, al servicio del crecimiento de la comunidad cristiana, en íntima unión con los obispos y los sacerdotes. Este servicio exige una Acción católica viva, atenta y disponible, para contribuir eficazmente a abrir la pastoral ordinaria al espíritu misionero, al anuncio, al encuentro y al diálogo con cuantos, incluso bautizados, viven una pertenencia parcial a la Iglesia o muestran actitudes de indiferencia, de alejamiento y, a veces quizá, de aversión.

En efecto, el encuentro entre el Evangelio y las culturas posee una dimensión misionera intrínseca, y en el actual ámbito cultural y en la vida diaria exige el testimonio y el servicio de los fieles laicos, no sólo como individuos, sino también como miembros de una asociación, en favor de la evangelización. Los individuos y las asociaciones, precisamente por la índole laical que los distingue, están llamados a recorrer el camino de la comunión y del diálogo, por el que pasa diariamente el anuncio de la Palabra y el crecimiento en la fe.

5. El renovado encuentro entre el Evangelio y las culturas es también el terreno donde la Acción católica, como asociación eclesial de laicos, puede prestar un específico y significativo servicio a la renovación de la sociedad italiana, de sus costumbres e instituciones: es la animación cristiana del entramado social, de la vida civil y de la dinámica económica y política.

Vuestra rica historia muestra que la animación cristiana es particularmente necesaria en circunstancias como las actuales, en que Italia está llamada a afrontar cuestiones fundamentales para el futuro del país y de su civilización milenaria. Es urgente buscar estrategias eficaces y soluciones concretas, teniendo siempre presentes el bien común y la dignidad inalienable de la persona. Entre las grandes cuestiones que requieren vuestro compromiso hay que recordar la acogida y el respeto sagrado a la vida, la tutela de la familia, la defensa de las garantías de libertad y equidad en la formación y la instrucción de las nuevas generaciones, y el reconocimiento efectivo del derecho al trabajo.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ya a las puertas del tercer milenio, vuestra misión consiste en trabajar para que a Italia no le falte jamás la espléndida luz del Evangelio, que siempre debéis anunciar con sinceridad y vivir con coherencia. Sólo así seréis testigos creíbles de la esperanza cristiana y podréis difundirla a todos. Que os proteja María, la «llena de gracia», a quien hoy contemplamos resplandeciente en la gloria y en la santidad de Dios.



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