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SOLEMNE CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica vaticana
Domingo 15 de marzo de 1998

 

1. «El Señor (...) lo llamó desde la zarza: "Moisés, Moisés". Respondió él: "Aquí estoy"» (Ex 3, 4).

En la primera lectura hemos escuchado el relato de la vocación de Moisés. Dios revela a Moisés su nombre: «Soy el que soy» (Ex 3, 14), para que lo comunique al pueblo de Israel. Se establece así una relación especial de confianza y familiaridad entre Dios y su enviado, que es revestido de la autoridad de mediador entre el pueblo y su Señor. Gracias a esta responsabilidad, se convertir á en instrumento de Dios para la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. A través de su obra, será el mismo Yahveh quien guiará a su pueblo durante cuarenta años por el desierto hasta la tierra prometida, y sellará con él la gran alianza del Sinaí.

La historia de la vocación de Moisés demuestra claramente que la llamada a la comunión con Dios, y por tanto a la santidad, es la premisa necesaria para cualquier misión ?peculiar ?en favor de la comunidad y al servicio de los hermanos.

La iniciativa divina, que llama a una persona a la santidad y le encomienda una misión especial al servicio del prójimo, resplandece de modo luminoso en la experiencia espiritual de los tres nuevos siervos de Dios, a quienes hoy tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares: Vicente Eugenio Bossilkov, obispo y mártir; Brígida de Jesús Morello, religiosa y fundadora de las religiosas Ursulinas de María Inmaculada; y María del Carmen Sallés y Barangueras, virgen y fundadora de las religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza.

2. «Bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Co 10, 4). El obispo mártir Vicente Eugenio Bossilkov bebió de la roca espiritual que es Cristo. Siguiendo fielmente el carisma del fundador de su congregación, san Pablo de la Cruz, cultivó intensamente la espiritualidad de la Pasión. Además, se dedicó sin reservas al servicio pastoral de la comunidad cristiana que se le había confiado, afrontando con valentía la prueba suprema del martirio.

Monseñor Bossilkov se ha convertido así en una gloria resplandeciente de la Iglesia en su patria. Testigo intrépido de la cruz de Cristo, fue una de las numerosas víctimas que el comunismo ateo sacrificó, tanto en Bulgaria como en otros países, según su programa de aniquilación de la Iglesia. En esos tiempos de dura persecución, muchos dirigieron su mirada hacia él, y el ejemplo de su valentía les dio fuerza para permanecer fieles al Evangelio hasta el fin. En este día de fiesta para la nación búlgara, me alegra rendir homenaje a cuantos, como monseñor Bossilkov, pagaron con la vida su adhesión sin reservas a la fe recibida en el bautismo.

Monseñor Bossilkov supo unir de modo admirable a su misión de sacerdote y obispo una intensa vida espiritual y una constante atención a las exigencias de sus hermanos. Hoy se nos presenta como figura eminente de la Iglesia católica que está en Bulgaria, no sólo por su vasta cultura, sino también por su constante espíritu ecuménico y su heroica fidelidad a la Sede de Pedro.

Cuando la hostilidad del régimen comunista contra la Iglesia se hizo más fuerte y amenazadora, el beato Bossilkov quiso permanecer junto a su gente, aunque sabía que eso significaba arriesgar su vida. No tuvo miedo de afrontar la tormenta de la persecución. Cuando intuyó que se acercaba el momento de la prueba suprema, escribió al superior de su provincia religiosa: «Tengo la valentía de vivir; espero tenerla también para soportar lo peor, permaneciendo fiel a Cristo, al Papa y a la Iglesia» (Carta XIV).

Y así este obispo y mártir, que durante toda su existencia se esforzó por ser imagen fiel del buen Pastor, llegó a serlo de un modo del todo especial en el momento de su muerte, cuando unió su sangre a la del Cordero inmolado por la salvación del mundo. ¡Qué ejemplo tan luminoso para todos nosotros, llamados a testimoniar fidelidad a Cristo y a su Evangelio! ¡Qué gran motivo de aliento para cuantos padecen aún hoy injusticias y oprobios a causa de su fe! Ojalá que el ejemplo de este mártir, al que hoy contemplamos en la gloria de los beatos, infunda confianza y celo en todos los cristianos, especialmente en los de la querida nación búlgara, que ahora puede invocarlo como su protector celestial.

3. «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia ». Estas palabras, que la liturgia de hoy presenta en el Salmo responsorial, sostuvieron y orientaron la heroica fidelidad al Evangelio de la beata Brígida de Jesús Morello, religiosa y fundadora de las religiosas Ursulinas de María Inmaculada. Su intensa existencia —primero como joven rica en virtudes humanas y espirituales; luego como esposa fiel y sabia; más tarde como viuda cristiana; y, por último, como persona consagrada y guía de sus hermanas— reflejan con singular nitidez el abandono confiado de la nueva beata a la misericordia de Dios, que es «lento a la ira y rico en clemencia».

En esa escuela, la beata Brígida de Jesús aprendió la lección fundamental del amor que se prodiga en la entrega diaria al servicio del prójimo. En una época en que se tenía poco aprecio por los ideales de la femineidad, la beata Morello mostró sin ostentación el valor de la mujer en la familia y en la sociedad. Por su amor a Dios, siempre estuvo dispuesta a abrir su corazón y sus brazos a sus hermanos y hermanas necesitados. Enriquecida con dones místicos, pero al mismo tiempo probada por largos y graves sufrimientos, no dejó de ser para sus contemporáneos una auténtica maestra de vida espiritual y un ejemplo significativo de admirable síntesis entre vida consagrada y compromiso social y educativo.

En sus escritos se refleja una constante invitación a la confianza en Dios. Solía repetir: «¡Confianza, confianza, gran corazón! ¡Dios es nuestro Padre y jamás nos abandonará!».

¿No es singularmente actual este mensaje que nos propone la nueva beata? Nuestra hermana en la fe, elevada hoy al honor de los altares, nos recuerda con fuerza que amar a Dios es el secreto de todo compromiso social verdadero y eficaz en favor de nuestros hermanos.

4. La primera lectura del libro del Éxodo presenta la vocación y misión de Moisés, siguiendo un esquema típico de los relatos bíblicos vocacionales: la llamada divina, las objeciones del elegido, y la señal de protección y complacencia por parte de Dios. Estos elementos aparecen también en la vida de Carmen Sallés y Barangueras, fundadora de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Desde joven, la nueva beata puso todo su empeño en clarificar la voluntad de Dios sobre ella. Diversas experiencias de vida religiosa la llevaron a descubrir que su misión en la Iglesia era sembrar el bien en la infancia y la juventud, para preservarlas de los males que las acechaban, y dotar a la mujer de una cultura y capacitación profesional que le permitiera insertarse dignamente en la sociedad.

Consagrada a la educación femenina, venció numerosas dificultades, sabiéndose un «instrumento inútil en manos de María inmaculada»; asumió audaces proyectos madurados en la oración y en el consejo de personas bien formadas, repitiendo con firme confianza: «Adelante, siempre adelante. Dios proveerá».

Mujer llena de valor, la madre Carmen fundamentó su vida y su obra en una espiritualidad cristocéntrica y mariana alimentada por una piedad sólida y discreta. Su carisma concepcionista, signo del amor del Señor por su pueblo, sigue hoy vivo en el testimonio de sus hijas que, como misioneras en las escuelas y colegios, trabajan con ahínco evangelizando desde la enseñanza.

5. «Convertíos, dice el Señor, porque está cerca el reino de los cielos» (Versículo antes del Evangelio; cf. Mt 4,?17). El pasaje evangélico de este tercer domingo de Cuaresma subraya el tema fundamental de este «tiempo fuerte» del año litúrgico: la invitación a convertirse y realizar obras dignas de penitencia.

Los tres nuevos beatos, que hoy se presentan a nuestra veneración, supieron acoger esta propuesta exigente. Su camino no fue fácil. En efecto, tuvieron que afrontar pruebas y contrariedades, pero lo hicieron siempre dispuestos a cumplir plenamente la voluntad divina. Lucharon contra el mal, haciendo el bien. Así, con la palabra y el ejemplo, llegaron a ser testigos creíbles para sus contemporáneos. Gracias a su ayuda, muchos otros han acogido a Cristo y su Evangelio de salvación.

Que en nuestro tiempo, mientras nos acercamos a grandes pasos al tercer milenio, la vida de estos tres ilustres hermanos nuestros en la fe nos impulse a seguir fielmente al Señor por el camino difícil, pero al mismo tiempo luminoso, de la fidelidad a Cristo. Amén.

 



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