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CELEBRACIÓN ECUMÉNICA EN HONOR DE SANTA BRÍGIDA DE SUECIA, 
COPATRONA DE EUROPA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Sábado, 13 de noviembre de 1999

 

1. «He aquí que hago nuevas todas las cosas. (...) Éstas son palabras ciertas y verdaderas» (Ap 21, 5).

Cristo hace nuevas todas las cosas. Santa Brígida, ilustre hija de Suecia, creyó en Cristo intensamente y con profundo amor. Adornó con su canto de fe y sus buenas obras a la Iglesia, a la que reconocía como la comunidad de los creyentes, morada del Espíritu de Dios.

Hoy recordamos a esta santa extraordinaria, y me alegra particularmente que me acompañen en esta celebración los más altos representantes de las Iglesias luteranas de Suecia y Finlandia, así como mis venerados hermanos en el episcopado de Estocolmo y Copenhague. Con gran afecto les doy la bienvenida a todos y cada uno

Saludo también con deferencia al rey y a la reina de Suecia, que han querido honrar esta celebración con su presencia. Mi saludo va asimismo a los líderes políticos que están aquí con nosotros. Por último, os saludo a todas vosotras, queridas religiosas de la orden del Santísimo Salvador de santa Brígida, acompañadas por vuestra superiora general.

2. Estamos reunidos, una vez más, para renovar ante el Señor el compromiso por la unidad de fe y de la Iglesia, que santa Brígida asumió con gran convicción en tiempos difíciles. Ese celo por la unidad de los cristianos la impulsó toda su vida. Y, mediante su testimonio y el de la madre Isabel Hesselblad, ese compromiso ha llegado hasta nosotros en la misteriosa corriente de la gracia, que rebasa los confines del tiempo y del espacio.

Esta celebración nos invita a meditar en el mensaje de santa Brígida, a la que proclamé recientemente copatrona de Europa, junto con santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz. El amor activo de santa Brígida a la Iglesia de Cristo y su testimonio de la cruz son un punto de encuentro para todos nosotros, ahora que nos preparamos para cruzar el umbral del nuevo milenio.

Me alegra inaugurar y bendecir, esta tarde, al final de la celebración, una estatua que hará más vivo aquí, en el Vaticano, el recuerdo de esa gran testigo de la fe. Colocada en el exterior de esta basílica, precisamente junto a la así llamada puerta de la Plegaria, la imagen de mármol de santa Brígida será una invitación permanente a orar y trabajar siempre por la unidad de los cristianos.

3. Mi pensamiento va ahora al 5 de octubre de 1991, cuando, en esta misma basílica, tuvo lugar una solemne celebración ecuménica con motivo del sexto centenario de la canonización de santa Brígida. En aquella circunstancia dije:  «Desde hace ya veinticinco años, luteranos y católicos trabajan para encontrar el camino común (...). El diálogo teológico ha sacado a la luz el vasto patrimonio de fe que nos une (...). Nadie ignora que la Reforma protestante comenzó a partir de la doctrina de la justificación y que rompió la unidad de los cristianos de Occidente. Su comprensión común (...) nos ayudará ―estamos seguros― a resolver las otras controversias que directa o indirectamente están relacionadas con ella» (n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de octubre de 1991, p. 7).

Esta «comprensión común» que anhelaba hace ocho años, hoy, gracias al Señor, se ha convertido en una realidad alentadora. El pasado 31 de octubre, en la ciudad de Augsburgo, se firmó solemnemente una Declaración conjunta, en la que luteranos y católicos han llegado a un consenso sobre algunas verdades fundamentales de la doctrina de la justificación. Este logro del diálogo ecuménico, piedra miliar en el camino hacia la unidad plena y visible, es fruto de un intenso trabajo de investigación, de encuentros y de oración.

Sin embargo, nos queda aún un largo camino por recorrer:  «Grandis restat nobis via». Debemos hacer mucho más, conscientes de las responsabilidades que tenemos todos en el umbral de un nuevo milenio. Debemos seguir caminando juntos, sostenidos por Cristo, que, en el cenáculo, la víspera de su muerte, oró al Padre para que «todos sus discípulos fueran uno» (cf. Jn 17, 21).

4. El texto de la Declaración conjunta afirma muy oportunamente que el consenso alcanzado por los católicos y los luteranos «con respecto a los postulados fundamentales de la doctrina de la justificación debe llegar a influir en la vida y el magisterio de nuestras Iglesias» (n. 43).

En este camino, nos encomendamos a la acción incesante del Espíritu Santo. Y confiamos también en la intercesión de santa Brígida, que, antes que nosotros, amó mucho a Cristo y su cruz, y oró por la unidad, una característica irrenunciable de la Iglesia.

No conocemos el día del encuentro con el Señor. Por eso, el Evangelio nos llama a velar, manteniendo encendidas nuestras lámparas, a fin de que, cuando llegue el Esposo, estemos preparados para acogerlo. Durante esta espera vigilante, resuena en el corazón de cada creyente la invocación del divino Maestro:  «Ut unum sint».

Que santa Brígida sea nuestro ejemplo e interceda por nosotros. A vosotras, sus amadísimas hijas espirituales de la orden del Santísimo Salvador, os pido de modo especial que prosigáis fielmente vuestro valioso apostolado al servicio de la unidad.

El nuevo milenio ya está a las puertas:  «Cristo, ayer, hoy y siempre» sea el centro y la meta de todas nuestras aspiraciones. Él hace nuevas todas las cosas y traza para sus fieles un itinerario de gozosa esperanza. Oremos sin cesar para que él nos conceda la sabiduría y la fuerza de su Espíritu; invoquémoslo para que todos los cristianos alcancen cuanto antes la unidad. ¡Nada es imposible para Dios!

 



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