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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN MATÍAS APÓSTOL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 14 de marzo de 1999

 

1. «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría» (Antífona de entrada).

Con esta invitación a la alegría, se abre la liturgia de hoy. Ella da un tono particularmente gozoso a este cuarto domingo de Cuaresma, llamado tradicionalmente domingo laetare. Sí, debemos alegrarnos, puesto que el auténtico espíritu cuaresmal es búsqueda de la alegría profunda, fruto de la amistad con Dios. Nos alegramos porque la Pascua ya está cerca, y dentro de poco celebraremos nuestra liberación del mal y del pecado, gracias a la vida nueva que nos trajo Cristo muerto y resucitado.

En este camino hacia la Pascua, la liturgia nos exhorta a recorrer el itinerario catecumenal con los que se preparan para recibir el bautismo. El domingo pasado meditamos en el don del agua viva del Espíritu (cf. Jn 4, 5-42); hoy nos detenemos con el ciego de nacimiento junto a la piscina de Siloé, para acoger a Cristo, luz del mundo (cf. Jn 9, 1-41).

«El ciego fue, se lavó, y volvió con vista» (Jn 9, 7). Como él, debemos dejarnos iluminar por Cristo, y renovar la fe en el Mesías sufriente, que se revela como la luz de nuestra existencia: «Yo soy la luz del mundo; (...) quien me sigue tendrá la luz de la vida» (Aclamación antes del Evangelio).

El agua y la luz son elementos esenciales para la vida. Precisamente por eso, Jesús los elevó a la categoría de signos reveladores del gran misterio de la participación del hombre en la vida divina.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Matías Apóstol, me alegra encontrarme entre vosotros en este domingo laetare. Mi afectuoso saludo va al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, monseñor Vincenzo Josia, a los sacerdotes que colaboran con él, y a todos vosotros, que vivís, oráis y testimoniáis el Evangelio en este barrio. Quisiera recordar hoy de modo particular al querido primer párroco de esta comunidad, monseñor Desiderio Pirovano, a quien, después de una larga y grave enfermedad, afrontada con fe y dignidad ejemplares, el Señor ha llamado a su presencia hace casi un año.

Sé que vuestra parroquia, que ya tiene 35 años, se caracteriza por una buena participación de los fieles en la vida sacramental y eclesial. Me alegro por ello, y doy gracias con vosotros al Señor por esta riqueza espiritual y comunitaria, que debe empeñaros cada vez más en una acción misionera dirigida a cuantos aún no comparten vuestra misma experiencia espiritual. La misión ciudadana que, si Dios quiere, concluiremos juntos el próximo 22 de mayo con la solemne vigilia de Pentecostés en la plaza de San Pedro, os es una valiosa ayuda para ello. Es preciso que el compromiso misionero continúe también después, con iniciativas adecuadas. Más aún, es necesario que implique cada vez más profundamente a las comunidades parroquiales y a toda la diócesis, logrando que todos los bautizados estén dispuestos a responder con valentía a los desafíos humanos y espirituales del momento actual. En este contexto, es importante aprender a valorar las predisposiciones y las aperturas al Evangelio presentes en la sociedad, sin detenerse en las apariencias, sino mirando al corazón de las situaciones. Esto es lo que recuerda la primera lectura a través de la figura y la misión del profeta Samuel: «Los hombres ven la apariencia; el Señor ve el corazón» (1 S 16, 9). En toda persona que encontramos, aun en aquella que afirma explícitamente que no le interesan las realidades del espíritu, está viva la necesidad de Dios: es tarea de los creyentes anunciar y testimoniar la verdad liberadora del Evangelio, ofreciendo a todos la luz de Cristo.

3. Queridos feligreses de San Matías Apóstol, me alegro con vosotros por la eficiente organización de vuestra comunidad. Me refiero, de manera especial, a las numerosas iniciativas orientadas a los niños y a los jóvenes, realizadas a través de los itinerarios catequísticos y las propuestas de la Acción católica diocesana. Continuad gastando generosamente vuestro tiempo y vuestras energías en favor de los niños, los adolescentes y los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia del nuevo milenio. Que todo vuestro trabajo formativo tienda a darles a conocer cada vez mejor a Jesús, único Salvador del mundo, hacerles experimentar la misericordia divina y traducir cuanto han aprendido a través de la catequesis y la experiencia comunitaria de oración en un fuerte testimonio de vida. ¡Ojalá que el encuentro del próximo jueves 25 de marzo en la sala Pablo VI, como preparación para la XIV Jornada mundial de la juventud, sea una etapa significativa de este itinerario de profundización religiosa! Queridos muchachos y muchachas de esta parroquia, acudid en gran número y predisponed vuestro espíritu para que esta manifestación, que ya se ha convertido en una cita del Papa con los jóvenes de la diócesis, sea para todos una auténtica experiencia de fe.

¿Acaso no es verdad que hoy más que nunca las jóvenes generaciones tienen un vivísimo deseo de verdad y se sienten cada vez más cansadas de seguir ilusiones vanas? Es indispensable proponerles con fuerza y amor el Evangelio, y ayudarles a conjugar la fe con la vida para resistir a las múltiples tentaciones del mundo moderno. Por eso, como sucedió al ciego de nacimiento, del que habla el pasaje evangélico de hoy, es indispensable encontrar personalmente a Jesús.

4. Al entrar esta mañana en vuestra sugestiva iglesia, he notado cómo también su estructura arquitectónica fue concebida para favorecer la concentración de la atención de los fieles en el lugar en que se celebra el misterio eucarístico. La Eucaristía, culminación y fuente de la existencia cristiana, es Jesús presente en medio de nosotros, que se transforma en alimento y bebida para nuestra salvación. Una comunidad podrá ser verdadera, una Iglesia podrá ser auténtica sólo si aprende a crecer en la escuela de la Eucaristía y si se alimenta en la mesa de la palabra y del pan de vida eterna. Es preciso que todos aprendamos a dejarnos plasmar por el misterio eucarístico. A este propósito, el pensamiento va naturalmente al Congreso eucarístico internacional, que tendrá lugar en Roma del 18 al 25 de junio del año 2000.

La Eucaristía, misterio supremo de amor, requiere también el compromiso de la solidaridad y de la cercanía concreta con el necesitado. Deseo animaros a prodigaros cada vez más en este importante sector, para ser testigos creíbles del amor providente de Dios hacia toda criatura humana. Entre vosotros hay personas y familias que necesitan apoyo; hay pobres que viven en el ámbito de la parroquia. Acoger a los hermanos que atraviesan dificultades y abrirles las puertas del corazón, ayuda a aumentar el clima de fraternidad y amistad que el mundo necesita. Sólo así seremos apóstoles auténticos de Jesús, que nos dejó como regla de vida el mandamiento del amor; sólo así seremos hijos de la luz, es decir, de la verdad y del amor.

5. «Caminad como hijos de la luz» (Ef 5, 8). Las palabras del apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos estimulan a recorrer este camino de conversión y renovación espiritual. En virtud del bautismo, los cristianos son «iluminados»; ya han recibido la luz de Cristo. Por tanto, están llamados a conformar su existencia con el don de Dios: ¡a ser hijos de la luz!

Amadísimos hermanos y hermanas, el Señor os abra los ojos de la fe, como hizo con el ciego de nacimiento, para que aprendáis a reconocer su rostro en el de vuestros hermanos, especialmente en los más necesitados.

María, que ofreció a Cristo a todo el mundo, nos ayude también a nosotros a acogerlo en nuestras familias, en nuestras comunidades y en todos los ambientes de vida y trabajo de nuestra ciudad. Amén.

 



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