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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN BENITO JOSÉ LABRE

HOMILÍA DEL PAPA JUAN PABLO II

 Domingo 31 de octubre de 1999

 

1. «Uno solo es vuestro Maestro, Cristo» (Mt 23, 10). El pasaje evangélico que acabamos de escuchar narra la disputa de Jesús con los escribas y los fariseos. Haciéndose eco de los profetas del Antiguo Testamento (cf. Ml 2, 1-10), Jesús condena su hipocresía, fundada en la presunción de ser justos ante Dios. Esa actitud, que aleja al hombre del camino del bien, puede anidar también hoy en el corazón del hombre.

Las palabras de Jesús ponen en guardia frente a cualquier «fariseísmo», es decir, frente a la búsqueda de las apariencias, a la fácil componenda con la mentira y a la tentación de afirmarse a sí mismo independientemente de la voluntad divina. Ante esta orgullosa pretensión del hombre de prescindir de Dios, Jesús, el verdadero Maestro, dirige una apremiante invitación a acoger con humilde disponibilidad la acción de la gracia divina: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23, 11).

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Benito José Labre, os saludo con afecto a todos y, de modo particular, al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Enzo Dieci, a vuestro querido párroco, don Francesco Troiani, y a todos los que colaboran con él en la animación pastoral de esta joven comunidad parroquial.

Sí, vuestra comunidad es joven por su fecha de nacimiento, ya que las primeras familias llegaron a este nuevo barrio en 1993. Y es joven también por su composición: la mayor parte de la población está formada por familias jóvenes, que vinieron a vivir a esta zona, llamada «La Torraccia», inmediatamente después de haberse casado, y ahora acogen en estos nuevos hogares el don de sus hijos, con el que Dios ha querido bendecir su unión matrimonial. A este propósito, sé que en la parroquia se celebran anualmente más de doscientos bautizos, y que son numerosos los niños inscritos en el catecismo. A vosotros, queridos muchachos, a vuestros padres, catequistas y educadores, va mi cordial saludo y mi aliento a proseguir participando generosa y activamente en la vida de la comunidad parroquial y en el gozoso testimonio de los valores cristianos.

3. Al mismo tiempo que damos gracias a Dios por el papel fundamental que desempeña en la Iglesia y en la sociedad la familia fundada en el matrimonio y enriquecida con el don de los hijos, no podemos menos de pensar hoy con preocupación en los numerosos núcleos familiares que, por desgracia, pasan dificultades, y en los que, a pesar de estar felizmente casados, no tienen el valor de abrirse al don de la vida. Que el Señor toque el corazón de estos hermanos y les ayude a perseverar en la vida matrimonial, acogiendo con generosidad a los hijos.

Esta visita pastoral a vuestra parroquia me brinda la ocasión de hacer mío el llamamiento que dirigieron hace algunos días los obispos del Lacio a los responsables políticos e institucionales y a todos los ciudadanos (cf. L'Osservatore Romano, 22 de octubre de 1999, p. 8). A las autoridades civiles les pido, una vez más, que traten de promover y tutelar la familia fundada en el matrimonio, sin confundirla con otras formas de unión muy diferentes. Exhorto a las comunidades eclesiales y a todos los creyentes a comprometerse cada vez más en favor de la familia y de los valores que entraña, conscientes de que así contribuyen eficazmente al bien común.

A este propósito, expreso mi deseo de que también en vuestro barrio de reciente construcción surjan muy pronto las estructuras indispensables para sostener a las familias que habitan en la zona y permitirles abrirse con mayor generosidad al don de la vida y vivir con serenidad su experiencia matrimonial. Pienso en la necesidad de jardines de infancia, de escuelas maternas y de todas las estructuras que ayudan a los padres en su tarea educativa.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, al venir esta mañana, me he dado cuenta de que vuestra nueva iglesia parroquial constituye prácticamente el único centro de reunión del barrio. Por eso, los locales parroquiales deben estar abiertos para acoger a quien llama a la puerta en busca de ayuda espiritual y material.

Sé que en esta parroquia la actividad pastoral comenzó de forma itinerante, por la falta de un lugar estable de culto y de instalaciones parroquiales. Os felicito por haber sabido transformar esa condición inicial de incomodidad en una ocasión de testimonio auténticamente evangélico, a ejemplo de vuestro patrono, san Benito José Labre, que, como es sabido, era un peregrino. Llamado el «santo francés», vino de Francia a Roma y vivió sin tener residencia fija, confiando sólo en Dios y alimentándose abundantemente de su Palabra y de la Eucaristía. Romano por elección, murió santamente en la pobre trastienda de un carnicero, a poca distancia del Coliseo, donde vivía entre las ruinas.

Siguiendo el ejemplo de san Benito José Labre, conservad también vosotros el entusiasmo y el estilo de los primeros años de vida de vuestra comunidad parroquial, caracterizado por el anuncio evangélico itinerante, de casa en casa, y por la celebración de la Eucaristía en los patios de los edificios. Ése debe continuar siendo vuestro estilo pastoral, aunque ahora disfrutéis de esta hermosa y nueva iglesia parroquial, prosiguiendo las metas y los métodos de la Misión ciudadana.

5. El Año santo del 2000 se acerca a grandes pasos. Será un año intensamente «eucarístico», especialmente durante el mes de junio, cuando se celebre aquí en Roma el Congreso eucarístico internacional. A la vez que invito a toda la comunidad cristiana a prepararse para vivir con fe y devoción ese gran acontecimiento de fe, exhorto a todos a redescubrir el don precioso del Pan eucarístico, que es «la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana las heridas, el viático del que deja este mundo. Es el vigor de los fieles que trabajan en ambientes y circunstancias en las que su presencia es la única posibilidad de proclamación del Evangelio» (Texto base del Congreso eucarístico internacional del año 2000, n. 11: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de junio de 1999, p. 10). Quiera Dios que la celebración del Congreso eucarístico internacional dé a los cristianos de Roma y del mundo entero la fuerza para vivir cada vez más intensamente el espíritu misionero que debe animar a la Iglesia del tercer milenio.

6. En efecto, todos los discípulos de Cristo son portadores de un mensaje de salvación que proviene de Dios y está destinado a todo el mundo. No se trata de una palabra que tiene simplemente autoridad humana; al contrario, posee una autoridad que deriva directamente de Dios. Nos lo recuerda san Pablo en la secunda lectura de este domingo: «Al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes» (1 Ts 2, 13).

Sed conscientes del gran tesoro de la palabra de Dios confiado a la Iglesia en su totalidad y a cada uno de los fieles. Dejaos evangelizar por la palabra de Cristo para ser, también vosotros, evangelizadores de vuestros hermanos.

María, Estrella de la evangelización, la primera que acogió dócilmente en su seno al Verbo de Dios para ofrecerlo a todo el mundo, nos ayude a escuchar atentamente la Palabra y a ser testigos valientes de su hijo Jesús, único Maestro y Salvador del mundo. Amén.

 



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