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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA DE FUNERAL DEL CARDENAL LUCAS MOREIRA NEVES


Basílica de San Pedro
Miércoles 11 de septiembre de 2002

 

1. "In laudem gloriae gratiae suae" (Ef 1, 6). Estas palabras del apóstol san Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura, constituyen casi una síntesis inmediata y eficaz de toda la existencia de nuestro venerado hermano el cardenal Lucas Moreira Neves, al que estamos a punto de dar el último saludo. Él mismo había elegido estas palabras de san Pablo como incipit de su testamento espiritual, redactado el Jueves santo del año 2000, reconociendo en ellas la inspiración y la iluminación interior que lo habían acompañado durante toda su existencia. Escribió:  "In laudem gloriae... Estas palabras de san Pablo (...) que desde hace casi sesenta años me sirven de iluminación espiritual, me sirvan de inspiración también en el momento de comparecer delante de Dios. Deseo ardientemente que en aquel momento se concentre y encuentre su punto culminante toda mi acción de gracias a la santísima Trinidad".

2. Habiendo entrado muy joven en la Orden de Frailes Predicadores, conservó toda su vida un profundo amor a su vocación y a su identidad de hijo espiritual de santo Domingo. En el citado testamento afirma:  "He amado con pasión esta vocación", y prosigue:  "Espero morir conservando plena fidelidad a lo esencial de la vocación dominicana". Su vocación religiosa se enriqueció y se expresó magníficamente en un intenso ministerio sacerdotal, primero entre los estudiantes católicos, y luego en la animación del "Movimiento familiar cristiano", así como entre los intelectuales, los periodistas y sobre todo los artistas del teatro y del cine.

Como obispo auxiliar de São Paulo, se granjeó un gran aprecio por sus notables cualidades de mente y corazón, por su sensibilidad pastoral, por su inagotable caridad para con los pobres, y en particular con "sus" meninos de rua... En consideración de esas cualidades fue llamado a asumir cargos cada vez más importantes.

La Iglesia, el laicado, el sacerdocio, el servicio petrino, los jóvenes en las asociaciones y en los movimientos eclesiales, fueron algunos de los temas más queridos para el cardenal Moreira Neves, profundizados y expuestos en innumerables ocasiones. ¡Cómo no recordar, a este respecto, la tanda de Ejercicios espirituales que predicó en el Vaticano el año 1982, unánimemente apreciada por el profundo sentido espiritual y eclesial que la impregnaba!

3. Enriquecido con el servicio prestado en la Curia romana en favor de toda la comunidad católica, monseñor Lucas Moreira Neves volvió a su amado Brasil en calidad de arzobispo de la sede primada de San Salvador de Bahía. Después de incluirlo en el colegio cardenalicio, lo llamé a Roma en junio de 1998 para encomendarle el cargo de prefecto de la Congregación para los obispos, cargo que desempeñó hasta septiembre del año 2000, cuando, por motivos de salud, pidió ser dispensado.

Precisamente en estos largos años marcados por la enfermedad, su incesante cooperación en el bien de los hermanos se hizo aún más apostólica y, en cierto sentido, más eficaz en virtud de su íntima unión con el Señor Jesús. El mismo cardenal Neves lo confiesa, con un tono más reservado, consciente de revelar uno de los puntos más íntimos y delicados de su alma. "Me cuesta mucho hacerlo desde el punto de vista natural, de simple razón humana, pero, desde una perspectiva de fe y de obediencia a la adorable voluntad de Dios, doy gracias también por la enfermedad". Y explica la razón más profunda de esta actitud suya de fe:  "Me consuela la certeza de que, con este sufrimiento, he entrado en comunión con la Pasión de Cristo, he experimentado en vida una parte del Purgatorio y he colaborado, más que con cualquier predicación, en la redención de los hermanos".

4. Precisamente esta visión de fe nos ayuda a vivir de modo más intenso el triste momento del fin de la vida terrena de nuestro amado hermano. El dolor por la pérdida de su venerada persona, gran don para la Iglesia y para la sociedad civil, se mitiga por la esperanza en la resurrección, fundada en las palabras mismas de Jesús, que hemos escuchado en el Evangelio. "Esta es la voluntad de mi Padre:  que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día" (Jn 6, 40). Ante el misterio de la muerte, para el hombre que no tiene fe todo parecería estar irremediablemente perdido. Es entonces la palabra de Cristo la que ilumina el camino de la vida y confiere valor a cada uno de sus momentos. Jesucristo es el Señor de la vida, y vino "para que no se pierda nada de lo que el Padre le ha dado" (cf. Jn 6, 39).

Precisamente en este horizonte de fe nuestro querido hermano vivió toda su existencia, consagrada totalmente a Dios y al servicio de los hermanos, de modo especial de los más pobres, convirtiéndose así en testigo de esa fe valiente que sabe fiarse ciegamente de Dios.

5. "Scio quod Redemptor meus vivit" (Jb 19, 25). En el gran silencio que envuelve el misterio de la muerte, se eleva, llena de esperanza, la voz del antiguo creyente:  Job implora la salvación del Viviente, en el que todo acontecimiento humano encuentra su sentido y su término.

"Videbo Deum meum. Quem visurus sum ego ipse, et oculi mei conspecturi sunt" (Jb 19, 26-27), afirma el texto sagrado, dejando vislumbrar, al terminar la peregrinación terrena, el rostro misericordioso del Señor. A esta búsqueda del rostro de Dios está dedicado el último pensamiento del cardenal Neves, el cual quiso concluir su testamento espiritual expresando un último deseo:  "Me gustaría que sobre mi tumba se escribiera sólo la palabra del Salmo:  Vultum tuum, Domine, quaesivi". Y nosotros creemos, a la luz de la fe, que nuestro venerado y querido hermano, ya ahora contempla, desvelado en el gozo del paraíso, aquel rostro misericordioso de Cristo, que buscó en la esperanza durante toda su vida terrena.

Esto lo pedimos, de modo especial, a María santísima, Reina de la esperanza, mientras encomendamos a la tierra los restos mortales del cardenal Lucas Moreira Neves. Que la Virgen santísima lo acoja entre sus brazos maternos y lo introduzca a contemplar el rostro santo de su Hijo Jesús, en el coro jubiloso de los ángeles y de los santos, por toda la eternidad. Amén.

 



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