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SANTA MISA CRISMAL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves santo, 17 de abril de 2003

 

1. "Constituiste a Cristo, tu Hijo, Pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo".

Estas palabras, que escucharemos dentro de poco en el Prefacio, representan una adecuada catequesis sobre el sacerdocio de Cristo. Él es el sumo Pontífice de los bienes futuros, que ha querido perpetuar su sacerdocio en la Iglesia a través del servicio de los ministros ordenados, a los que ha encomendado la tarea de predicar el Evangelio y celebrar los sacramentos de la salvación.

Esta sugestiva celebración, en la que, la mañana del Jueves santo, se reúnen los presbíteros con su obispo en torno al altar, en cierto sentido constituye la "introducción" al santo Triduo pascual. En ella se bendicen los óleos y el crisma, que servirán para ungir a los catecúmenos, para consolar a los enfermos y para conferir la Confirmación y el Orden sagrado.

Los óleos y el crisma, íntimamente unidos al Misterio pascual, contribuyen de forma eficaz a la renovación de la vida de la Iglesia a través de los sacramentos. El Espíritu Santo, mediante estos signos sacramentales, no cesa de santificar al pueblo cristiano.

2. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 21). El pasaje evangélico que se acaba de proclamar en nuestra asamblea nos remonta a la sinagoga de Nazaret, donde Jesús, después de desenrollar el libro del profeta Isaías, comienza a leer:  "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido" (Lc 4, 18). Se aplica a sí mismo el oráculo del profeta, concluyendo:  "Hoy se cumple esta Escritura" (v. 21).

Cada vez que la asamblea litúrgica se congrega para celebrar la Eucaristía, se actualiza este "hoy". Se hace presente y eficaz el misterio de Cristo único y sumo Sacerdote de la alianza nueva y eterna.

A esta luz comprendemos mejor el valor de nuestro ministerio sacerdotal. El Apóstol nos invita a reavivar incesantemente el don de Dios recibido con la imposición de las manos (cf. 2 Tm 1, 6), sostenidos por la consoladora certeza de que Aquel que inició en nosotros esta obra la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6).

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado, amadísimos sacerdotes, os saludo con afecto. Hoy, con la santa misa Crismal, conmemoramos esta gran verdad que nos atañe directamente. Cristo nos ha llamado, de una manera peculiar, a participar en su sacerdocio. Toda vocación al ministerio sacerdotal es un don extraordinario del amor de Dios y, al mismo tiempo, un misterio profundo, que concierne a los inescrutables designios divinos y a los abismos de la conciencia humana.

3. "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Estribillo del salmo responsorial). Con el alma llena de gratitud, renovaremos dentro de poco las promesas sacerdotales. Este rito nos hace remontarnos, con la mente y el corazón, al día inolvidable en el que asumimos el compromiso de unirnos íntimamente a Cristo, modelo de nuestro sacerdocio, y de ser fieles dispensadores de los misterios de Dios, movidos no por intereses humanos, sino sólo por el amor a Dios y al prójimo.

Queridos hermanos en el sacerdocio, ¿hemos permanecido fieles a estas promesas? Que no se apague en nosotros el entusiasmo espiritual de la ordenación sacerdotal. Y vosotros, amadísimos fieles, orad por los sacerdotes, para que sean atentos dispensadores de los dones de la gracia divina, especialmente de la misericordia de Dios en el sacramento de la confesión y del pan de vida en la Eucaristía, memorial vivo de la muerte y resurrección de Cristo.

4. "Anunciaré tu fidelidad por todas las edades" (Antífona de comunión). Cada vez que en la asamblea litúrgica se celebra el sacrificio eucarístico, se renueva la "verdad" de la muerte y resurrección de Cristo. Es lo que haremos, con especial emoción, esta tarde reviviendo la última Cena del Señor. Para subrayar la actualidad del gran memorial de la redención, en la misa in Cena Domini firmaré la encíclica titulada: Ecclesia de Eucharistia, que he querido dirigiros en particular a vosotros, queridos sacerdotes, en lugar de la tradicional Carta del Jueves santo. Acogedla como un don particular con ocasión del vigésimo quinto año de mi ministerio petrino y dadla a conocer a las almas encomendadas a vuestra solicitud pastoral.

La Virgen María, mujer "eucarística", que llevó en su seno al Verbo encarnado e hizo de sí una ofrenda incesante al Señor, nos conduzca a todos a una comprensión cada vez más profunda del inmenso don y misterio que es el sacerdocio, y nos haga dignos de su Hijo Jesús, sumo y eterno Sacerdote. Amén.

 



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