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SANTA MISA "IN CENA DOMINI"

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Jueves santo 8 de abril de 2004

 

1. "Los  amó  hasta  el  extremo" (Jn 13, 1).

Antes de celebrar la última Pascua con sus discípulos, Jesús les lavó los pies. Con un gesto que normalmente correspondía a los esclavos, quiso grabar en la mente de los Apóstoles el sentido de lo que sucedería poco después.

En efecto, la pasión y la muerte constituyen el servicio de amor fundamental con el que el Hijo de Dios libró a la humanidad del pecado. Al mismo tiempo, la pasión y la muerte de Cristo revelan el sentido profundo del nuevo mandamiento que dio a los Apóstoles:  "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34).

2. "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24. 25), dijo dos veces, distribuyendo el pan convertido en su Cuerpo y el vino convertido en su Sangre. "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15), había recomendado poco antes, tras haber lavado los pies a los Apóstoles. Así pues, los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro prestándose recíprocamente el servicio de la caridad:  "lavarse los pies unos a otros". En particular, saben que deben recordar a Jesús repitiendo el "memorial" de la Cena con el pan y el vino consagrados por el ministro, el cual repite sobre ellos las palabras pronunciadas en aquella ocasión por Cristo.

Esto lo comenzó a hacer la comunidad cristiana desde los inicios, como hemos escuchado en el testimonio de san Pablo:  "Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).

3. Por consiguiente, la Eucaristía es memorial en sentido pleno:  el pan y el vino, por la acción del Espíritu Santo, se convierten realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se entrega para ser alimento del hombre en su peregrinación terrena. La misma lógica de amor motiva la encarnación del Verbo en el seno de María y su presencia en la Eucaristía. Es el ágape, la cáritas, el amor, en el sentido más hermoso y puro. Jesús pidió insistentemente a sus discípulos que permanecieran en este amor suyo (cf. Jn 15, 9).

Para mantenerse fieles a esta consigna, para permanecer en él como sarmientos unidos a la vid, para amar como él amó, es necesario alimentarse de su Cuerpo y de su Sangre. Al decir a los Apóstoles:  "Haced esto en conmemoración mía", el Señor unió la Iglesia al memorial vivo de su Pascua. Aun siendo el único sacerdote de la nueva alianza, quiso tener necesidad de hombres que, consagrados por el Espíritu Santo, actuaran en íntima unión con su Persona, distribuyendo el Pan de vida.

4. Por eso, a la vez que fijamos nuestra mirada en Cristo que instituye la Eucaristía, tomemos nuevamente conciencia de la importancia de los presbíteros en la Iglesia y de su unión con el Sacramento eucarístico. En la Carta que he escrito a los sacerdotes para este día santo he querido repetir que el Sacramento del altar es don y misterio, que el sacerdocio es don y misterio, pues ambos brotaron del Corazón de Cristo durante la última Cena.

Sólo una Iglesia enamorada de la Eucaristía engendra, a su vez, santas y numerosas vocaciones sacerdotales. Y lo hace mediante la oración y el testimonio de santidad, dado especialmente a las nuevas generaciones.

5. En la escuela de María, "mujer eucarística", adoremos a Jesús realmente presente en las humildes especies del pan y del vino. Supliquémosle que no cese de llamar al servicio del altar a sacerdotes según su corazón.

Pidamos al Señor que nunca falte al pueblo de Dios el Pan que lo sostenga a lo largo de su peregrinación terrena. Que  la  Virgen santísima nos ayude a redescubrir con asombro que toda la vida cristiana está unida al mysterium fidei, que celebramos solemnemente esta tarde.

 



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