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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS
COMO PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD


Martes 14 de diciembre de 2004

 

1. "¡Ven, Señor!, la tierra te espera".

Esta invocación, que acabamos de repetir, nos introduce muy bien en el clima del Adviento, tiempo de espera y de esperanza, en el que tiene lugar esta celebración litúrgica anual con vosotros, queridos universitarios.

Os doy las gracias porque todos los años queréis compartir conmigo la espera trepidante de la venida del Señor en el misterio de la noche de Belén. Gracias porque como "centinelas de la mañana" queréis velar, hoy, en estas semanas y en toda la vida, a fin de estar preparados para acoger al Señor que viene.

Os saludo con afecto a todos:  a la comunidad académica de las universidades romanas y a las delegaciones universitarias de otras ciudades europeas; al señor viceministro de  Instrucción, universidades e investigación, así como a las demás autoridades presentes; saludo a los capellanes de las universidades y a los miembros de la orquesta y de los coros universitarios de Roma y del Lacio.

Expreso mi agradecimiento en especial al profesor Ornaghi y a la joven estudiante que me han manifestado, en vuestro nombre, cordiales sentimientos y felicitaciones con motivo de la santa Navidad.

2. Queridos universitarios, estamos en el Año de la Eucaristía y, como preparación para la Jornada mundial de la juventud, estáis reflexionando sobre el tema:  "Eucaristía y verdad sobre el hombre". Es un tema exigente. En efecto, ante el Misterio  eucarístico nos sentimos impulsados a verificar la verdad de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad.

No podemos permanecer indiferentes cuando Cristo dice:  "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo" (Jn 6, 51). En nuestra conciencia brota inmediatamente la pregunta que nos hace:  "¿Crees que soy yo? ¿Lo crees de verdad?". A la luz de sus palabras:  "El que coma de este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 51), no podemos por menos de interrogarnos sobre el sentido y el valor de nuestra vida diaria.

Y ¿qué decir de la pregunta sobre el amor verdadero, cuando meditamos las palabras del Señor:  "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo"? (ib.). Sí. En este pan, el pan eucarístico, está encerrado el ofrecimiento salvífico de la vida, que Cristo inmoló para la vida del mundo. ¿No surge espontánea la pregunta:  "y mi "carne", es decir, mi humanidad, mi existencia, es para alguien? ¿Está llena de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo? O, por el contrario, ¿está aprisionada en el círculo opresor del egoísmo?

3. Vosotros, queridos universitarios, estáis en continua búsqueda de la verdad. Pero no se llega a la verdad sobre el hombre sólo con los medios que ofrece la ciencia en sus diversas disciplinas

Vosotros sabéis muy bien que sólo se puede descubrir a fondo la verdad sobre el hombre, la verdad sobre nosotros mismos, gracias a la mirada llena de amor de Cristo. Y él, el Señor, sale a nuestro encuentro en el misterio de la Eucaristía. Por eso, nunca dejéis de buscarlo y descubriréis en sus ojos un reflejo atrayente de la bondad y de la belleza que él mismo ha derramado en vuestro corazón con el don de su Espíritu. Que este misterioso reflejo de su amor sea la luz que guíe siempre vuestro camino.

Este es el deseo que formulo con afecto a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, al aproximarse la santa Navidad:  que el Hijo de Dios, que por nuestra salvación se hizo hombre, os infunda la valentía de buscar la verdad sobre vosotros mismos a la luz de su amor infinito. Ya se acerca nuestro Redentor. Salid a su encuentro. Amén.

 



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