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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL ANGELO SODANO, LEGADO PONTIFICIO
 EN EL ENCUENTRO DE LOS JÓVENES DE AMÉRICA
[SANTIAGO DE CHILE, 6-11 DE OCTUBRE]

 

Al venerable hermano
Cardenal ANGELO SODANO
secretario de Estado

Entre los próximos y más importantes acontecimientos de toda América destaca el encuentro de un gran número de jóvenes, que se reunirán en la ciudad de Santiago de Chile durante los días 6 al 11 del mes de octubre para prepararse al gran jubileo según la frase evangélica: «El Espíritu Santo (...) les revelará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 26). Es bien sabido que en numerosas ocasiones me he encontrado con miles de jóvenes y les he animado a entregarse de corazón a Jesucristo, anhelando un tiempo más feliz y más justo según los preceptos del Señor.

Sé que algunos hermanos obispos acompañarán a estos jóvenes, para poner de relieve que la comunidad de la Iglesia se manifiesta en todos sus miembros y se ve claramente su florecimiento. Me complace, además, que el venerable hermano Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo de Santiago de Chile, se haya dedicado intensamente a la organización de ese encuentro de jóvenes, junto con el Consejo episcopal latinoamericano (Celam), contando también con el apoyo solícito del Consejo pontificio para los laicos.

Con mucho gusto deseo acoger las peticiones de los hermanos obispos chilenos y de las autoridades de aquella nación, solicitando que sea usted quien presida dicho encuentro. Así pues, considero justas y oportunas estas peticiones, no sólo porque durante un tiempo fue usted en aquel país un prudente y hábil representante de la Sede apostólica, sino también porque creo que hoy, por el cargo que actualmente desempeña y por su prestigio, podrá desarrollar óptimamente esta misión. Por lo tanto, expresándole toda mi estima, venerable hermano, le nombro y constituyo mi legado para el mencionado encuentro.

Casi con mi misma voz y palabra podrá dirigirse a todos los participantes en el encuentro y expresarles mi sincera estima y gran afecto. Invoco sobre todos ellos los dones del Espíritu Santo para que, colmados con sus bienes, se preparen con corazón ardiente y gran esperanza al próximo tercer milenio, siguiendo con decisión los caminos del Evangelio. Deseo, por último, que usted les imparta en mi nombre la bendición apostólica, como prenda de abundantes gracias divinas, aliento para renovar los corazones y feliz augurio para la nueva era.

Vaticano, 10 de septiembre del año del Señor 1998, vigésimo de mi pontificado

JUAN PABLO II



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