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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL 120° CONGRESO ANUAL
DEL CONSEJO SUPREMO DE LOS CABALLEROS DE COLÓN

 

A los Caballeros de Colón

Una vez más os expreso mis mejores deseos con ocasión del supremo congreso anual, que este año se celebra en Anaheim, (California, Estados Unidos). Esta asamblea anual permite al Consejo supremo comprometer vuestra Orden, de modo nuevo, en favor de los nobles ideales de fraternidad y servicio a la Iglesia establecidos por vuestro fundador, el siervo de Dios padre Michael McGivney. Pido a Dios que ese encuentro proporcione inspiración y orientación a todos los Caballeros de Colón en su empeño por dar testimonio de Cristo, trabajando con celo por la difusión de su reino en la tierra.

El tema de este 120° Congreso supremo —"Ahora es el tiempo de la gran pesca"— es una llamada a tener mayor confianza en la orden del Señor de "remar mar adentro" (cf. Lc 5, 4), en obediencia a su palabra. Como afirmé en mi carta apostólica Novo millennio ineunte, esta invitación —Duc in altum!— se dirige a toda la Iglesia en el alba del tercer milenio. Los años de preparación espiritual para el gran jubileo, la inmensa efusión de gracia simbolizada por la apertura de las Puertas santas de las grandes basílicas romanas, y el sentido vivo de la misión que siguió a la experiencia del Año santo fueron un estímulo para los cristianos en todas partes a "recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro" (ib., 1).

Por tanto, ahora es el tiempo de "remar mar adentro", sin miedo o vacilación. Como demostró la experiencia del gran jubileo, en el centro de la nueva evangelización debe haber un nuevo florecimiento de santidad en la Iglesia (cf. ib., 30-31). Por esta razón, me complace mucho que los Caballeros hayan seguido poniendo de relieve la necesidad de una profunda renovación espiritual como fundamento de numerosas y variadas iniciativas emprendidas en apoyo de la misión de la Iglesia. El reciente Congreso eucarístico de los Caballeros de Colón ha constituido una significativa piedra miliar en la vida de vuestra Orden, dando nuevo impulso a vuestros esfuerzos por cumplir las tareas y afrontar los desafíos que se presentan al laicado católico en este momento crítico de la historia de la Iglesia.

La Eucaristía, como "centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial" (Ecclesia in America, 35), es la fuente de todo apostolado y, al mismo tiempo, el mayor tesoro espiritual de la Iglesia. Ojalá que una profunda y constante devoción a Jesucristo, presente en el santísimo Sacramento del altar, caracterice la vida espiritual de todo Consejo, inspire un apostolado de servicio a la Iglesia y a la comunidad cada vez más vigoroso, y produzca la transformación de la sociedad según la voluntad de Dios que es la esencia de la vocación laical.

Consciente de que el Congreso supremo de este año se está celebrando en un tiempo de dolorosa purificación y gran sufrimiento para la Iglesia que está en Estados Unidos, aprovecho esta oportunidad para reiterar la gratitud expresada por tantos obispos y sacerdotes por el apoyo espiritual y personal que les han brindado los Caballeros de Colón en sus Consejos locales y nacionales. Dado que la Iglesia en Estados Unidos trata de avanzar con fe y confianza sinceras en la gracia del Señor, que la sostiene, exhorto a todos los Caballeros y a sus familias a intensificar sus oraciones con vistas a la renovación auténtica de la vida eclesial y a la conservación de "la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).

En este contexto, expreso una vez más mi gratitud por el compromiso constante de los Caballeros en favor de la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. La experiencia ha demostrado que cuanto más se desarrolla el apostolado laico, tanto más fuerte se percibe la necesidad de sacerdotes; y cuanto más profundo es en los laicos el sentido de su vocación propia, tanto más se aprecia el papel único de los sacerdotes.

Con este espíritu, pido a Dios que los Caballeros de Colón, en plena fidelidad a la visión del padre Michael McGivney, hagan todos los esfuerzos posibles por llevar a los jóvenes a Jesucristo y les ayuden a comprender que el sentido y el valor auténticos de la vida residen en la entrega generosa de sí a Dios y a los demás. De este modo, una nueva generación descubrirá en el corazón de la Iglesia los recursos espirituales necesarios para construir una sociedad caracterizada por una libertad auténtica, un respeto a las exigencias de la verdad y una solicitud desinteresada por el bien de todos, especialmente de los pobres y de los que no gozan de privilegios.

Con estos sentimientos, encomiendo las deliberaciones del Consejo supremo a la intercesión amorosa de María, Madre de la Iglesia. A todos los Caballeros y a sus familias imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz duraderas en nuestro Señor Jesucristo.

Vaticano, 10 de julio de 2002

JUAN PABLO II



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